El costo laboral en nuestro país, que no lo representan los salarios, es el verdadero cepo para cualquier pretendida reactivación productiva. Un trabajador de los mandos medios de la construcción que cobra un mensual de $ 130.000 lleva realmente a su bolsillo
$ 107.000, mientras que el empleador paga por ese mismo empleado $ 159.000: el Estado se lleva la parte del león por cada trabajador argentino. Allí está el verdadero costo laboral, sin ponderar dentro de esta ecuación los impuestos que debe pagar la empresa, como tampoco el impuesto al trabajo, mal llamado impuesto a las ganancias, que abona el trabajador cuando su salario excede cierto monto y que resulta lo más frecuente cuando realiza horas extras o trabaja los feriados, entre otros ítems que incrementa sus haberes no en poder adquisitivo pero sí como base imponible para el impuesto.
Con su voracidad, el Estado está presente no para asistir a la producción y al trabajo, sino para llevarse gran parte de la rentabilidad sin aportar nada, o casi nada. Nunca entendieron desde el Estado que gastar por sobre los ingresos genera desequilibrio fiscal, al que cubren con más impuestos o emisión espuria.
El ajuste en Argentina solo falta que lo realice el sector público: los privados ya lo han realizado. El proceso de devaluación constante actuó por sí solo.
Es imposible crecer en una economía cerrada e igual de imposible es buscar mantener los Convenios Colectivos de Trabajo (CCT) como normas pétreas y pretender crecer salarialmente. Es indispensable que las normativas sectoriales acompañen a los nuevos tiempos, que hoy se llaman tecnología e inteligencia artificial. Debemos transformar esa obsolescencia en ventajas salariales comparativas.
La visión sindical en este punto en particular debería centrarse en la sustitución del porcentaje salarial atado a un elemento distorsivo, por un ítem que esté emparentado directamente con la productividad. Es menester modernizar condiciones convencionales sin menoscabar salarios.
Empleos, derechos y no perjudicar a las pymes. En 1958, Willy Brandt, el por entonces alcalde de Berlín y luego canciller alemán, dijo que en un país que se precie de serio “tiene que haber tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”.
Tanto mercado como sea posible direccionando incentivos a la producción bajo un marco de seguridad jurídica que permita generar empleo genuino y tanto Estado como sea necesario, sabiendo salvaguardar derechos que garanticen empleabilidad, buscando el equilibrio. El Estado no necesita una reforma laboral sino una verdadera transformación en el mundo del trabajo.
Reforma laboral, además de tener una gran carga negativa de preconcepto, no implica un verdadero cambio de paradigma; la seguridad jurídica sale de los CCT replanteados en un federalismo más amplio que garantice verdaderas construcciones de consensos regionales. La seguridad jurídica en el campo laboral vendrá desde los CCT, pero esa transformación no va salir de Buenos Aires al país, sino de cada provincia o región para tomar un contexto nacional.
Los sindicatos provinciales discutiendo condiciones de trabajo con las cámaras empresarias provinciales serán la base de una realidad jurídica consensuada, una autonomía que garantizará la empleabilidad y mejores salarios.
El sindicalismo bien entendido está llamado a ser partícipe de esas transformaciones y coautor en la creación de nuevos empleos llegados desde la tecnología.
Ser garantes de la seguridad jurídica en materia de derechos y también de obligaciones nos permitirá ganar mercados laborales externos que perfilarán a nuestra producción a generar salarios del primer mundo.
La clave de su implementación está supeditada a una autonomía cierta, a una provincialización o regionalización de las personerías gremiales de las instituciones sindicales del interior, que pondrán a trabajadores cordobeses discutiendo con empresarios cordobeses sobre la realidad económica, salarial y productiva de Córdoba, y así en cada provincia o región.
En los acuerdos de cúpula se desdibujan no solo las particulares, sino el compromiso por la lejanía, se tiende a subordinar todo a un contexto general. Una vez más, la transformación laboral se logra cambiando la estrategia: es imposible hablar de reforma laboral en el Congreso Nacional o tratar de arribar a acuerdos (CGT-UIA), por lo que es indispensable construir las transformaciones del mundo del trabajo, comenzando de abajo hacia arriba, entre sindicatos provinciales y pymes, no entre las multinacionales y los gordos de la CGT.
No es una utopía, es una nueva forma de ver al capital y al trabajo ya no desde la ideología sino desde el pragmatismo del ganar-ganar.
Secretario General de Uecara del Interior
Presidente Partido Laborista Argentina