De una crisis nunca se sale igual. Se sale mejor o se sale peor. La máxima, repetida una y otra vez en estos tiempos por el papa Francisco, pareciera destinada a interpelar a una especie que cada vez se pregunta menos aquello de ¿cómo será el mundo posterior a la pandemia del Covid-19?.
La apelación a la empatía global, que en los momentos más sombríos por la acción letal del virus, formulara el argentino que lidera a la Iglesia Católica, no caló demasiado en determinadas instancias de poder mundial, a juzgar por noticias e imágenes que, semana tras semana, causan nuevos pesares por viejas y repetidas sinrazones.
Con un lúgubre recuento de más de 550 millones de casos y una cifra de muertes que se acerca a los seis millones y medio en el planeta, según la Universidad Johns Hopkins, las postales de crisis y conflictos que lega el mundo postpandemia vuelven a dejar la sensación amarga de oportunidades perdidas.
Para colmo, hay quienes advierten que el prefijo “post” no debe usarse todavía porque en materia de Covid 19 “lo peor está por venir”. Al menos eso ha alegado esta semana en un reportaje concedido a la cadena CNN nada menos que Bill Gates, cuyas predicciones sobre la actual emergencia fueron tan certeras que muchas tesis conspirativas y negacionistas lo situaron como uno de los supuestos “ideólogos” del Coronavirus.
“Me temo que los pesimistas tienen un argumento bastante fuerte que me preocupa mucho. Sólo se puede ser optimista a largo plazo si se es lo suficientemente pesimista para sobrevivir a corto plazo”, dijo el multimillonario e influyente cofundador de Microsoft.
Límites de indolencia. El pasado 24 de junio, unos dos mil migrantes del África subsahariana intentaron saltar las vallas que separan la ciudad marroquí de Nador con Melilla, uno de los enclaves que España aún conserva en el continente negro como resabios de su pasado colonial.
Al menos 23 personas murieron según datos oficiales de los gobiernos de Madrid y Rabat; 37, según consignaron organizaciones humanitarias españolas y marroquíes. También hubo más de 320 heridos, entre agentes de policía de ambos países y ciudadanos de otras patrias que pugnaban por ingresar por esa vía alambrada a territorio europeo.
Las imágenes de desesperados tratando de saltar los vallados que España erigió en su frontera sur con la venia y los euros de la Comunidad que hoy rasga sus vestiduras por los desplazados de Ucrania no son nuevas y cada tanto repiten su vergonzante contradicción en Melilla como en Ceuta.
“Los videos y las fotografías muestran cuerpos inertes, apiñados en el suelo en charcos de sangre, fuerzas de seguridad marroquíes golpeando a los migrantes, y a la Guardia Civil española lanzando gases lacrimógenos contra hombres aferrados a las vallas”, dijo Judith Sunderland, directora asociada para Europa y Asia Central de Human Rights Watch. “Al otro lado de Europa, los refugiados ucranianos son acogidos, con razón, con los brazos abiertos; pero aquí y en otras partes de las fronteras europeas vemos un desprecio total por la vida de las personas”, se lamentó.
No hace mucho, desde estas mismas páginas, se aludía a la emergencia no sólo sanitaria sino alimentaria que aflige a millones de seres humanos en las regiones del Sahel y el Cuerno de África. Allí, la hambruna agravada por las recurrentes sequías y, ahora, por el costo y la escasez de alimentos derivados de la guerra entre Rusia, Ucrania y la Otan, podrían estar cobrándose una vida cada 48 segundos, según estimaciones de organizaciones como Oxfam Intermón y Save the Children.
Un relevamiento acerca del origen de las víctimas del fallido asalto y posterior represión y estampida junto a las vallas de Melilla indicó que la mayoría provenía de Sudán y Sudán del Sur. A la espera de más precisiones de las autopsias, los comunicados oficiales indicaron que las víctimas de Melilla murieron “por asfixia mecánica”. Mucho antes, los había “matado” la indiferencia global.
La misma indiferencia quedó al desnudo tres días después, el 27 de junio, al descubrirse un camión de hacinados migrantes que intentaban afincarse en Estados Unidos y fueron abandonados en Texas dentro de un acoplado sin ventilación ni escapatoria. Aquí fueron 53 personas, nacidas algunas en México, otras en Guatemala y otras en Honduras, las que se asfixiaron persiguiendo el mentado “sueño americano”. Esta semana regresaron a sus países en cajas de madera, inertes.
Presupuestos. Cuando Gates alerta sobre variantes más peligrosas y letales de Covid y profetiza que el mundo tendrá que ver más fallecidos por esta enfermedad también exhorta a los gobiernos a invertir parte de su capital en equipos epidemiológicos o prevención para la salud antes que en otras cuestiones.
Sin embargo, la ofensiva ordenada por el presidente ruso, Vladimir Putin, sobre Ucrania a fines de febrero y el accionar de los países que integran la Organización del Tratado del Atlántico Norte, en apoyo al gobierno de Kiev que encabeza Volodimir Zelenski, incorporaron nuevos factores, prioridades y consecuencias al convulsionado escenario internacional.
El conflicto armado que está a punto de cumplir su quinto mes reporta ingentes ganancias a quienes manejan la industria bélica y prueban sus nuevas creaciones en un teatro de operaciones donde los muertos se cuentan ya por miles y los desplazados por millones.
El mayor o quizá el único consenso unánime que logró el presidente estadounidense, Joe Biden, en un año y medio de gestión es el de un incremento de 37 mil millones de dólares para el presupuesto del Pentágono respecto de 2021. Los aliados europeos de Estados Unidos en la Alianza también han asignado miles de millones para incrementar gastos militares en perjuicio de otras emergencias.
La apuesta de Occidente a que el tiempo jugaría en contra de la invasión rusa y las sanciones económicas impuestas a Moscú harían mella en el poder de Putin pueden tornarse un boomerang si la guerra se prolonga y el invierno agrava en Europa y el Hemisferio Norte algunos de los “daños colaterales” que aparejó el conflicto.
Hambre, desigualdad y después… Funcionarios de la ONU, citados por el blog de The Global Food Banking Network, hablan de una “tormenta perfecta” generada por el costo de los alimentos, del combustible y de los fertilizantes, que aumenta en todo el planeta. La incidencia del conflicto entre dos países productores de granos, gas y petróleo en ese combo es irrefutable aunque no es la única variable para que a inicios de 2022 los precios de los alimentos alcanzaran cifras récords y fueran los más altos desde la década del ’90, según la FAO.
Para esta agencia de la ONU, el aumento de esos precios implica que hasta unos 1.700 millones de personas en el mundo podrían caer en la pobreza y el hambre. La FAO cifró entre 702 y 828 millones los afectados por este flagelo en 2021 y calculó que 3.100 millones de seres humanos no accedía a una dieta saludable y 2.300 millones (casi un 30 por ciento de la población mundial) se hallaba en inseguridad alimentaria.
El objetivo de “Hambre Cero” trazado por Naciones Unidas para 2030 suena cada vez más utópico y el recálculo prevé que en esa fecha padezcan el flagelo 670 millones de personas, al igual que lo ocurrido en 2015.
Lass suba de productos alimenticios y de los costos de la energía que dispararon los precios, también impactaron en una inflación global que amenaza con agudizarse. En el cómputo anual registrado en marzo, Estados Unidos acusó un 8,5 de incremento, el más alto en 40 años. Y en Alemania, la inflación anual de precios al productor superó ese mismo mes el 30 por ciento, un récord en los últimos 73 años para la locomotora de Europa.
El fenómeno se potencia en naciones periféricas o en desarrollo, donde a este esquema se suman depreciaciones monetarias que agitan el clima social y promueven descontento e inestabilidad política.
De tales dificultades, con matices e intensidad muy diversos, pueden dar cuenta desde Boris Johnson en el Reino Unido, Mario Draghi en Italia, o Gotabaya Rajapaksa en Sri Lanka.
En esta post pandemia o lo que sea que el mundo hoy vive, los más afectados por la crisis son los más vulnerables y hasta tanto no se corrijan polarización y desigualdades, las postales recurrentes de estos días volverán a repetirse. Mientras, el uno por ciento controla más de la mitad de la riqueza del planeta y el 80 por ciento más pobre debe conformarse con el cinco por ciento de prosperidad global.
Según Oxfam, en los dos años más virulentos del Covid 19, los 10 hombres más ricos del mundo duplicaron sus fortunas, de 700 mil millones a 1,5 billón de dólares. En ese lapso, el 99 por ciento de los mortales vio mermar sus ingresos y al menos 160 millones cayeron en la pobreza. De las crisis, nunca se sale igual.