Hijo de la Generación del 27 y del Boom Latinoamericano, Benjamín Prado es un escritor de gran trayectoria –tanto en narrativa como en poesía– de la actualidad.
Trabajando en la reescritura de La hija del aire, de Pedro Calderón de la Barca, obra que estrenará en mayo en el Teatro Nacional de Madrid, el escritor dialogó con PERFIL CORDOBA antes de su llegada a esta ciudad, donde participará de eventos literarios enmarcados en el Cile y el Festival de la Palabra.
—¿Conocés Córdoba?
—Sí, estuve alguna vez haciendo promoción de alguna novela. Me encanta, aunque he estado más veces en Buenos Aires. A mí me quiere mucho la gente en Argentina y es un cariño mutuo. Siempre digo que para un poeta es el mejor sitio del mundo al que puedes ir.
—Vas a estar en un panel sobre Lengua e Interculturalidad, ¿cuál va a ser el abordaje de este tema, que tiene tantas aristas?
—Primero, debo decir que creo más en la interculturalidad como contagio que como experimento. Hace muchos años en España empecé a hacer giras con grupos de rock y me sirvió para darme cuenta que mucha gente joven que iba a los conciertos salía de ahí diciendo: ‘Anda, pero si a mí me gusta la poesía y no tenía ni idea’. Incluso cuando empecé a escribir alguna canción con amigos, muchos decían que eso era abaratarse como poeta. Y mira qué lejos de la realidad estaba esa visión, ¿no? Luego, hay otras interculturalidades que me imagino se refieren a diferentes lugares que hacen cosas parecidas. Yo siempre digo que a los españoles nos han perdido las ganas de ser europeos; y a mí no me importa ser un poquito inglés, pero no tengo ninguna gana de ser suizo o alemán. Me siento mucho más argentino, más colombiano, más mejicano. Entonces no siento que haya interculturalidad sino familiaridad. Como ese término afortunado de Carlos Fuentes del ‘territorio de La Mancha’ que yo comparto plenamente (NdelE: se refiere al discurso del escritor mejicano en el marco del Congreso de la Lengua celebrado en Cartagena de Indias en 2007, cuando señaló: “Somos el territorio de La Mancha. Mancha manchega que convierte el Atlántico en puente, no en abismo”).
—Recién hablabas de la explosión de los festivales de poesía; en Latinoamérica convocan mucha gente joven. Esto antes no sucedía, ¿o sucedía y no lo veíamos?
—Había muchos partidarios del apocalipsis que decían que las redes sociales iban a acabar con la literatura, que los tuits eran el final de los versos. Pero lejos de eso, han puesto a la poesía de moda. En España es un auténtico boom. La cantidad de lectores de poesía que hay ahora es increíble y el rejuvenecimiento de los auditorios ha sido notable. Yo tuve la inmensa fortuna de ser discípulo, amigo y medio hijo de Rafael Alberti y una de las cosas que me decía siempre era: ‘Mira niño, cuando tú seas un poeta importante (ya tenía más fe él en mí que yo, hay que decirlo), no seas de esos viejos que están siempre compitiendo con los jóvenes, enrabietados y diciendo que lo que hacen es peor que lo que ellos hacían. Tú lo que tienes que hacer es aprender de ellos’. Y me parece un consejo maravilloso. Yo aprendo mucho de poetas como Elvira (Sastre) o Loreto (Sesma).
—De tus tantas actividades literarias, ¿qué es lo que más disfrutás?
—Lo disfruto todo porque tengo un trabajo por el que me pagan muy bien y que haría gratis, o incluso pagando. Tengo la teoría de que si en este mundo el 90 por ciento de la gente trabajase en algo que ama, no habría ni guerras. Creo que parte de las guerras viene de la insatisfacción de tanta gente que cuando mira para atrás ve una mujer o un hombre que se parecen muy poco a la mujer o el hombre en que se han convertido. Y me sirve el cambio de género para no acomodarme, para no aburrirme, para buscar nuevos puentes que cruzar, que es lo divertido.
—El mundo de la narrativa y el de la poesía son completamente distintos. ¿Cómo los definirías?
—Me gustan mucho las novelas que tienen algo de poesía y me gustan mucho las poesías que tienen una historia que contar. Todos los contagios pueden ser buenos o malos. Creo que si eres un narrador y le contagias a tus novelas una prosa lírica estás muerto porque no hay dios que se lo trague. Y si eres poeta y quieres hacer una poesía a la que le falte el latido, la gotita de romanticismo que tiene que tener, también lo estropeas.
—Volviendo a la poesía, en ‘Romper una canción’ decís que Joaquín Sabina te propone aprovecharse de tus desgracias para irse por ahí a escribir, ¿la melancolía es una condición sine qua non para hacer poesía de la buena?
—No. Pero tiene más prestigio literario el dolor, la pérdida, la melancolía. De hecho para demostrar que no, después de escribir juntos ese disco (NdelE: se refiere a Vinagre y Rosas); para llevarme la contraria a mí mismo y a Joaquín, que es uno de los grandes placeres de mi vida, escribí Ya no es tarde, que es todo lo contrario: un tipo feliz, que celebra las nuevas oportunidades, las segundas juventudes, la posibilidad de volver a empezar otra vez. Y Joaquín se reía mucho y decía: ‘¡Venga, un libro feliz, que asco!’. Bueno, tan mal no le fue a ese libro porque está a punto de sacar su novena edición.
—O sea que los estados de felicidad también generan buena literatura.
—Pero es que a eso ya lo sabíamos. Digan los que digan los boleros, hay grandes poemas de amor, de celebración, de la familia, del paisaje. La poesía refleja estados de ánimo, no hay temas mejores y peores, lo que hay es mejores y peores poetas.
—¿Qué autores argentinos te gustan o te han marcado?
—Hay muchos poetas extraordinarios. Cortázar para mí ha sido decisivo. Enrique Molina es un autor que me marcó bastante. Alejandra Pizarnik es una de las poetas sin las que no podría vivir; Olga Orozco me entusiasma, sigue habiendo cosas maravillosas en ella. Y de ahora, me gustan mucho Hugo Mujica y Diana Bellezi. Aquí en España el Boom Latinoamericano fue muy importante para nosotros, la llegada de esa libertad creativa, esa explosión de vanguardismo y de búsqueda. Porque en el fondo, Borges era vanguardista y Cortázar también. Cada uno a su manera, uno buscando la tradición, otro buscando en la novedad. Y a nosotros nos voló la cabeza. Yo siempre digo que tengo un papá y una mamá que son La Generación del 27 y el Boom Latinoamericano. Con eso nos formamos los autores de mi generación.
—¿Cuál va a ser tu rol en el homenaje a Sabina?
—Iba a ser una lectura de poemas de Joaquín y mía; pero el espectáculo ha ido cambiando, así que no sé muy bien qué responderte. Pero es muy fácil: en el caso de Joaquín, lo que él me pida. Somos amigos hace 38 años y tenemos la confianza para pedirnos cualquier cosa. Así que si es baloncesto jugaremos con las manos, si es fútbol, lo haremos con los pies.
—¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?
—Pues ahora. He escrito todo menos obras de teatro porque nunca me han salido. Lo he intentado una que otra vez, pero me parecía que en ese juego de los platos chinos que es una obra, había platos que seguían dando vueltas y otros que se caían y se rompían. Estoy muy contento de hacer esta versión de Calderón de la Barca, pero como Calderón y casi todo lo del Siglo de Oro es ilegible para el espectador de hoy, pues estoy reescribiendo los siete mil versos de La hija del aire y está siendo una experiencia muy bonita y muy nueva.
“PADRES” LITERARIOS. Prado con Rafael Alberti, de quien fue discípulo, y García Márquez, parte del Boom Latinoamericano (Madrid, 1989).
Juan Urbano, la saga continúa
Benjamín Prado tiene publicadas -entre otras- cuatro novelas protagonizadas por una especie de profesor/ investigador, Juan Urbano, que abordan temas de la historia contemporánea de España. Así, Mala gente que camina denuncia el robo de niños en la posguerra; Operación Gladio transita el proceso de la dictadura a la democracia española; Ajuste de Cuentas es una novela negra que habla del dinero fácil y la corrupción, y Los treinta apellidos, repasa el origen de algunas de las grandes fortunas españolas, nacidas del comercio de esclavos.
–Escribir ‘Los treinta apellidos’ te divirtió mucho, pero con ‘Mala gente que camina’ la pasaste mal... ¿cómo llevás ese proceso en la escritura?
–Ambas han tenido unos cuatro años de documentación, pero una fue muy dolorosa porque estaba investigando un tema tan terrible como el de los niños robados, un tema del que por cierto en Argentina sabeis mucho y aquí se sabía muy poco. Los treinta apellidos es una novela de piratas. Aunque cuente la historia de cómo muchas de las grandes fortunas de España se hicieron con el tráfico de esclavos, también es una novela de aventuras. Y es muy divertido escribir una novela así porque se parece a las novelas con las que uno se formó: Verne, Stevenson, Conrad, Dumas. Todo novelista sueña con hacer una novela así.
–¿Cómo seguirá la serie?
–Estoy escribiendo la quinta novela. Van a ser 10 y cada una va a rondar un género: Mala gente que camina fue histórica, Operación Gladio iba de espías, Ajuste de cuentas era una novela negra y Los treinta apellidos es una de piratas. Habrá una rosa y la última será de ciencia ficción. La sacaré el año que viene sí o sí: en 2020 habrá nuevo Juan Urbano.
La agenda de Prado en Córdoba
- El jueves 28 de marzo a las 20, hará una lectura de poesía en el Patio Mayor del Cabildo Histórico de Córdoba, en el marco del Festival de la Palabra.
- El viernes 29 de marzo a las 21:30 formará parte del homenaje que artistas locales le harán a Joaquín Sabina, en el Teatro San Martín.
- El sábado 30 de marzo integrará la mesa “Lengua e Interculturalidad”, a partir de las 8:30 en el Teatro San Martín, acompañado por Marcos Aguinis (Argentina), Rafael Cadenas (Venezuela) y Paco Ignacio Taibo II (México).