El Universo se expande. Lo sabemos con bastante certeza desde la década de 1930. En esos años el astrónomo Edwin Hubble comprobó que todas las galaxias se alejan de nosotros y que lo hacen más rápido cuanto más lejos se hallan. Hoy, además, pensamos que la expansión del Universo se acelera cada vez más en el tiempo.
En 2011 los astrofísicos Adam Riess, Brian Schmidt y Saul Perlmutter recibieron el Premio Nobel de Física, por haber encontrado esta expansión acelerada del Universo. Una de las hipótesis que tomó fuerza es que esa aceleración se debería a una misteriosa energía oscura, metáfora de nuestra ignorancia profunda.
Esa extraña forma de energía podría pensarse, a los fines didácticos, como responsable de una especie singular de antigravedad que afectaría a la propia estructura del espacio. La conocida fuerza de gravedad hace que la materia atraiga a la materia, propiciando la aglomeración de materiales en cuerpos grandes y pesados, como las estrellas. Que se forman, justamente por aglomeración, a partir de tenues gases, luego altamente comprimidos. La energía oscura, por el contrario, parece hacer que las diferentes partes del espacio se repelan entre sí, produciendo una especie de fuerza repulsiva que haría que las distancias entre las galaxias aumenten a un ritmo cada vez mayor.
Sorprende, pues la propia gravedad quizás podría ralentizar esa expansión; pero parece que no es el caso. Si se comprobara que la energía oscura domina la expansión del cosmos, resultaría que todo lo que conocemos acerca del Universo, sería en realidad casi nada.
Porque los cálculos de los cosmólogos -esos astrónomos que estudian el Universo como un todo- hablan de que toda la materia que conocemos, así como las formas de energía que nos son familiares (la luz, esencialmente) representarían apenas un 4% de toda la materia y energía que realmente habría en el Universo, y de la cual no sabemos, prácticamente, nada. El 96% restante sería la indescriptible energía oscura (70%), y también una no menos extraña materia oscura (26%).
Resulta interesante reflexionar sobre cómo hicieron los investigadores para encontrar que la velocidad de expansión parece crecer con el tiempo. La respuesta es sencilla: midieron indirectamente distancias y velocidades de alejamiento, para supernovas ubicadas muy, muy lejos de nosotros. Y ya se sabe, mirar muy lejos en el Universo equivale a mirar hacia el pasado. Encontraron que, hasta ese momento, las distancias se venían midiendo mal: se sobreestimaban.
Puede parecer increíble, pero uno de los mayores problemas de la astronomía sigue siendo cómo medir bien las distancias. Hemos obtenido collages de imágenes de agujeros negros en galaxias cercanas. Hemos detectado ondas gravitacionales. Hemos enviado sondas espaciales a los confines del Sistema Solar. Hombres caminaron sobre la Luna. Tenemos telescopios en órbita.
Pero seguimos encontrando dificultades para saber, a ciencia cierta, las distancias a galaxias muy lejanas. Quizás sea paradójico. Quizás la propia astronomía sea una ciencia paradójica, con pretensiones desmesuradas y pies de barro. O quizás, simplemente, debamos dejar pasar el tiempo y ver cómo se sostienen en el futuro estas extrañas hipótesis acerca de entidades oscuras: materia oscura, energía oscura. Por ahora, funcionan muy bien como metáforas de nuestra ignorancia.
Guillermo Goldes es físico. Universidad Nacional de Córdoba.