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CóRDOBA
ANÁLISIS Y PERSPECTIVA

Café de la Régence

1-11-2020-Logo Perfil
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Cuando era embajador de los Estados Unidos en Francia Benjamín Franklin asistía a menudo al Café de la Place du Palais-Royal, abierto en 1681 o Café de la Régence, como se  llamó a partir de 1715. Durante dos siglos (XVIII y XIX) fue considerado la Catedral del Ajedrez mundial; no obstante, artistas, políticos, sacerdotes e intelectuales lo visitaron a diario hasta que cerró en 1916.

Increíble: allí estuvieron Franklin, Rousseau, Montesquieu, Diderot, Richelieu, Robespierre, Napoleón, Víctor Hugo, Balzac y Chopin, entre muchos otros. ¡En sus mesas Marx conoció a Engels!

En él brilló el bretón Kemur Sire de Legal, famoso por su “mate”. Fue mentor de  Francois-André Danican Philidor, quien le arrebataría la corona de campeón mundial. Curiosamente “el sutil Fillidori”, era músico de la corte de Versalles; compuso óperas memorables, mientras dominaba el ajedrez mundial por 50 años. Como templo ajedrecístico, recibió a los grandes jugadores de las dos centurias: al sirio Philipp Stamma, al cubano José Capablanca, al americano Paul Morphy y al alemán Adolf Anderssen. Fue sede de los grandes eventos de ese tiempo, por ejemplo el duelo en 1843 entre los dos mejores jugadores de la época: Pierre-Charles Fournier y el inglés Howard Staunton.

La escuela soviética. Lionel Kieseritzky, el estonio de “La Inmortal” (1851), es lo más cercano a un ruso de los que lucieron su genio en el Café. La gran pasión rusa por el ajedrez comenzó después de la revolución bolchevique de 1917. Los comunistas decidieron ponerlo de moda. “El ajedrez para las masas” fue un slogan: no solo se trataba de pasatiempo digno de un comunista. El Comandante del Ejército Soviético, Nikolái Krilenko, hablando en el Congreso de Ajedrez de la Unión (1924) anunció que “consideraba el arte del ajedrez como una herramienta política”. No se escatimó dinero y para los jugadores profesionales estaba abierta la cortina de hierro.

Lo cierto es que el ajedrez moderno tiene la impronta de la innovación de los jugadores de la URSS desde los años ‘30 a los ‘70 del pasado siglo, y muchas de estas aportaciones tienen un sello: la apreciación táctica y dinámica en la evaluación de las posiciones y la elección de los planes de juego.

En este aspecto, el comunismo fue exitoso: los campeones y grandes maestros del siglo XX (Botvinnik, Smyslov, Mikhail Tal, Petrosian, Spassky, Karpov, Kasparov y Kramnik), lo atestiguan. Y, en este contexto, se agranda el coraje y el genio de Bobby Fischer, quien desafió y venció al equipo comunista en 1972; también se justifica su rebeldía contra el gobierno americano, que no le importaba disputar la hegemonía soviética en el juego.

Post caída del muro. Tras el colapso de la Unión Soviética, el interés ruso por el ajedrez casi desapareció y allí quedó claro cómo el comunismo fue capaz de subordinar lo excelso del juego a los fines políticos: la destreza cerebral, el juego intelectual por excelencia y el homo sapiens puro e inmaculado ínsito en la ciencia ajedrecística, fueron degradados para mostrar la inferioridad capitalista.

Danican Philidor, el habitué del Café de la Régence, había sentenciado: “Los peones son el alma de ajedrez”. Parece ser que esto inspiró a la Nomenklatura, ya que envió a los peones Botvinnik, Smyslov, Tal, Petrosian, Spassky, Karpov, Kasparov y Kramnik a ganar la partida ideológica. Lastimosamente, más que peones coronados, terminaros siendo peones doblados.

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