Esta fue una semana en la que tuvimos la sensación de haber recibido algunas buenas noticias, aunque tal vez eso se deba a que cada vez nos conformamos con menos. Si bien la cuarentena sigue, se han liberado varias actividades deportivas, como el buceo, el jet ski y el tiro al blanco, pero no faltan los disconformes que pretenden que se habiliten también la pulseada, la rayuela, el ludomatic y la lucha grecorromana, sobre los que el Comité Operativo de Emergencia todavía no se ha expedido. En especial, hay presiones para que se autorice la práctica profesional del balompié, porque la ansiedad cunde entre los fanáticos, como es el caso del hincha que llegó a cortar 15 toneladas de papel picado durante el aislamiento obligatorio.
Y es que la falta de fútbol está haciendo estragos en la población, que a lo largo de la cuarentena, con tal de dar aliento a algo, limpia los anteojos, las ventanas y hasta las peceras varias veces por día. El viernes por la mañana, después de los anuncios del ministro de salud de la Provincia, Diego Cardozo, escuché a unos vecinos que cantaban “¡Dale Ro, dale Ro, dale Ro! ¡Ponga huevo que acá no pasa nada!”. Y me han contado de gente que se para sobre la medianera, aferrada a una bandera del club de sus amores, y desgrana insultos hacia árbitros imaginarios y centrodelanteros que erran goles en sus fantasías.
De hecho, no faltan los que adjudican al vacío deportivo la afluencia de marchas que todos los días convergen sobre el centro de la ciudad de Córdoba, por reclamos que van desde la irrupción de los Promotores de Convivencia en la Municipalidad hasta la extinción de la mariposa monarca en las costas de California.
Una amiga, la psicóloga social Ana Lisis, me asegura que la costumbre de ir a la cancha sirve para que muchas personas canalicen allí la ira contenida, y que la imposibilidad de asistir a los estadios hace que se busquen para su catarsis otras vías de escape, como las movilizaciones callejeras, los comentarios haters en las redes sociales o la inscripción en cursos online de maquillaje e ikebana.
Que el presidente Alberto Fernández haya consultado con Marcelo Gallardo para tomar alguna resolución al respecto, habría vuelto a desatar la ira del técnico de Belgrano, Ricardo Caruso Lombardi, quien le había ofrecido sus servicios después de un entredicho con el mandatario.
“Lo que pasa es que él es un experto en evitar el descenso y nosotros lo que queremos, justamente, es que descienda… el número de casos”, me explicó un asesor presidencial, que en ese momento estaba gestionando una llamada con Lewis Hamilton, “porque Alberto quiere preguntarle cómo manejar la curva”.
En la UTA, mientras tanto, debaten sobre la posibilidad de que los próximos paros sean “a la japonesa”, al detectar que la interrupción del servicio de colectivos es funcional al deseo de las autoridades de desalentar el uso del transporte público. Ante la advertencia de que una medida de fuerza de ese tipo podría provocar una catástrofe sanitaria por el peligro de contagio del coronavirus, los choferes señalaron que, por el contrario, ese tipo de protesta contribuiría a mejorar la salud de los pasajeros, porque muchos usuarios, acostumbrados a fumarse un atado de cigarrillos mientras esperan el ómnibus, verían reducida a apenas una ceca esa dosis de nicotina.
Lo de AOITA, en cambio, va rumbo a batir el récord mundial de la extensión de un paro, hasta el momento en manos del Sindicato de Instructores de Esquí de Mauritania, que incumplieron su tarea por un trienio sin que nadie advirtiera que no estaban trabajando. Hay pueblos donde se han organizado cadenas de oración para rogar por que pase al menos un colectivo antes de que termine el año, mientras que en otros van a aprovechar el fin del aislamiento para hacer una convocatoria abierta de brujos y chamanes que, mediante algún conjuro, consigan al menos despertar la ilusión de que el transporte público vuelve a circular, aunque sea el famoso “bus fantasma” que de manera espectral recorre las calles de Rosario sin levantar pasajeros.