“¡No me digás que mataron otro!”. Eso fue lo primero que exclamó mi hijo de 9 años cuando fuimos a CVS (cadena de farmacias) del barrio y la encontramos totalmente tapiada.
Claro, todavía estaban frescas en su memoria las imágenes de junio último, cuando el asesinato de George Floyd derivó en protestas masivas, disturbios, saqueos y negocios ‘fortificados’ con planchones de madera, como la CVS en cuestión.
Pero no, esta vez no era el caso. Cómo explicarle a un chico que en el colegio aprende sobre los valores democráticos y transiciones de gobierno pacíficas de Estados Unidos, que el terror al caos electoral se había apoderado de todo el país. Que la calma casi pueblerina de Washington DC y el remanso de sus suburbios, donde nos mudamos hace cuatro años, podían convertirse pronto en un polvorín.
Porque, lo cierto es que unos días antes del 3 de noviembre, las calles del downtown comenzaron a vaciarse, la Casa Blanca montó un operativo de seguridad digno de tiempos de guerra y en el aire fresco del otoño boreal retumbaba el sonido de serruchos, martillos y taladros. El sonido, esto es, de negocios que blindaban sus vitrinas y se atrincheraban detras de gruesos tablones de madera enchapada.
Desde las tiendas departamentales de Macy’s hasta los pequeños almacenes de SevenEleven, algunos locales directamente cerraron sus puertas, mientras otros debieron colgar cartelitos de “estamos abiertos”, ante la esperanza de atraer clientes, aún en medio del clima de nerviosismo y tensión.
No pocos de los paneles que ahora hacen de fachada improvisada se cubrieron rápidamente de graffitti y leyendas del tipo ‘Dump Trump’ o ‘desháganse de Trump’, además de homenajes artísticos a la jueza Ruth Bader Ginsburg, fallecida recientemente.
Ya sea por exceso de precaución o exageración lisa y llana, algunas instituciones incluso llamaron a preparase para los días post electorales como si sobreviniera el apocalipsis mismo. Sin ir más lejos, la Universidad de George Washington envió un mail a todos sus estudiantes instándolos a abastecerse de alimentos, remedios y otros suministros.
“Les sugerimos que se preparen para el período electoral como lo harían para un huracán”, rezaba el comunicado, en el que se los desalentaba a salir a las calles.
“No te preocupes, no va a pasar nada”, intenté calmar a mi hijo, aunque no sé si soné demasiado convincente. Después de todo, estamos en 2020 y todavía puede pasar cualquier cosa.
* Periodista argentina residente en Washington DC.