Mientras las cifras de contagios de coronavirus crecen como los bíceps del Increíble Hulk después de que le gritaran “cara’e pollo” desde un andamio, la dirigencia política se encuentra enfrascada en la polémica por la reforma judicial. “Es como si un piloto de Fórmula Uno, en plena recta y a 300 kilómetros por hora, sacara el celu y se pusiera a jugar al Pokemon Go”, me dijo un dirigente opositor, que evidentemente no es un gamer actualizado. “Es que estos no están acostumbrados a debatir nada. Acordate de cuando quisieron modificar la Corte por DNU. Lo único que tienen de republicanos es que admiran a Donald Trump”, me mensajeó un referente del kirchnerismo que no se saca el barbijo ni para mandar audios de WhatsApp.
Aproveché y le pregunté por el caso de El Presto, acusado de amenazar a la vicepresidenta Cristina Fernández a través de un tuit. Y me contestó: “Libertarios eran los de antes. Los de hace 100 años te mataban un archiduque, se tomaban una pastilla de cianuro y desataban una guerra mundial. Los de ahora te cascotean por Twitter, te bloquean si los criticás y después te dicen que los sacaron de contexto”. Lo cierto es que se hace muy difícil comparar Bosnia con Nueva Córdoba, el yugo de la corona austrohúngara con el cepo al dólar y la prédica de Mijail Bakunin con la de José Luis Espert.
Con su predicamento en redes sociales y su lenguaje desenfadado, este sector ultraliberal busca posicionarse como una opción de poder dentro del segmento más joven de la población, aunque hasta el momento lo que ha conseguido es sumar a Ricardo López Murphy, menos conocido entre los adolescentes que el Coronel Cañones. Mi consejo para estos voluntariosos militantes es que tengan cuidado porque, si siguen reclutando figuras de la vieja guardia, en cualquier momento lo afilian a Eduardo Duhalde, quien con un gesto magnánimo se inmoló para cerrar la grieta: logró el milagro de un repudio unánime.
Entre los que sufren presiones para decidir su voto en las sesiones por la reforma judicial, hay que contar a los representantes de Hacemos por Córdoba, cuyas fotos fueron colgadas en la autopista Córdoba-Rosario junto a consignas que los invitan no tan gentilmente a rechazar la iniciativa del Frente de Todos. Es sabido que gran parte de la pampa gringa cordobesa no simpatiza con el kirchnerismo y que, con tal de repudiarlo, sería capaz de arrancar de cuajo toda la soja y sembrar repollos de Bruselas. Pero pretender que alguien a quien voté haga lo que yo le digo, suena medio caprichoso. Más aun en la política, donde la distancia entre el dicho y el hecho se estira más que el salario básico.
Lo que no cayó bien en ciertos ámbitos de la oposición fue que el presidente Alberto Fernández anunciara la prolongación del aislamiento social obligatorio a través de un video que publicó el viernes en Twitter. “Para la próxima vez que tenga que hablar al país, ¿cómo lo va a hacer? ¿Con un sticker?”, ironizó un cuadro del radicalismo cordobés que, para no aburrirse durante la cuarentena, se metió en la rosca de nunca acabar dentro su partido. Porque si los peronistas son como los gatos, que parece que se pelean pero se están reproduciendo, los de la UCR más bien serían como un limonero: apenas te descuidás, brota una rama interna.
La única buena noticia fue que el nuevo decreto del Ejecutivo habilita las reuniones de hasta diez personas al aire libre, lo que permitiría la realización de actos políticos por parte de esos candidatos que tienen menos arrastre que chihuahua delante de un trineo. Hay chicos y chicas con la esperanza de que para el Día del Estudiante los permisos de reunión se extiendan a 30 personas, para así poder juntarse con los compañeros, aunque sea a dos metros y con barbijo. Después de seis meses sin verse, quizás se haga necesario que cada uno porte un cartel con su nombre y apellido, para poder reconocerse. Y si por la distancia y el tapabocas no se pueden hablar, deberán comunicarse a través del teléfono. O sea, como siempre.