E l eminente profesor Julio H. G. Olivera (1929 -2 016 ), el más prestigioso - en mi opinión- economista argentino en la historia, repetía el concepto de que el problema básico de la decadencia económica nacional era el costo desmesurado que el país pagaba por los bienes y servicios de la administración.
La vigencia del juicio es incuestionable. Más allá del predominio económico estatal, el colectivismo fracasó porque mutiló la libertad: afortunadamente, nuestra Constitución consagra el principio liberal. Resulta entonces más dificultoso explicar las causas por las que el Estado argentino -en las últimas décadas- avanzó avasallando la libertad, creciendo con desmesura y consumiendo, en consecuencia, un sobrecosto colosal que mermó la inversión mínima necesaria para el crecimiento económico sostenido. Más aún cuando el mundo, con raras excepciones, tomó el camino contrario.
Datos verificables. Los datos son deprimentes: en 2019 el PBI se contrajo 2,2%; en 2020 se estima la baja en un 12%. La inflación 2015-2019 promedió 42% anual y en 2020 cerró en 36%. La pobreza alcanzó en el tercer trimestre de 2019 al 44% de la población y, con inflación por encima del 30%, los ingresos laborales crecieron 15% entre el tercer trimestre de 2019 y el de 2020.
Sigamos. Entre ambos períodos, el desempleo subió del 9,8 al 11%. Más del 70% del gasto público se compone en erogaciones en personal, pagos previsionales y subsidios y dicho desembolso supera cómodamente el 40% del producto. El déficit en las cuentas públicas en 2019 se estima en un 5% del producto y se ha financiado con emisión y endeudamiento corto a tasas ruinosas; esto, con presión fiscal asfixiante y difícil de cuantificar por la copiosa cantidad de gabelas, que son los tributos o impuestos indeterminados, es decir, el cobrar por cobrar.
A una persona optimista, como este autor, le cuesta ser agorero. No obstante, con un tipo de cambio competitivo (la devaluación real en 2020 puede calcularse en un 15%), el Banco Central de la República Argentina (BCRA) no pudo, ni podrá, adquirir las divisas para abastecer a los importadores: la brecha entre el citado valor y las cotizaciones libres (alentadas por la hiperliquidez y la desconfianza) de más del 60%, retrae la liquidación de los exportadores ante la expectativa (basada en la historia), de una devaluación más.
Todo esto se presenta con un excelente precio internacional del principal producto exportable (la soja cotiza en Chicago a más de US$ 400 la tonelada). No obstante, los ahorros fuera del sistema de los argentinos representan casi un PBI entero. Son más de US$ 335.000 millones al cierre por el canje de pesos a divisas y los retiros de depósitos de los bancos, los dólares y euros que los argentinos acumularon fuera del sistema bancario y financiero del país suman más de US$ 42.000 millones. Son billetes que están en cajas de seguridad, en precarios escondites caseros o en entidades del exterior (según los datos del Indec del cuarto trimestre de 2019).
Esta es una reserva que, racionalmente invertida, generaría un círculo virtuoso en el que la conjunción de factores, concatenados eficientemente, conducirían a resultados de excelencia.
Para ejecutar pacíficamente, la que sería la tarea que se define pomposamente como ‘reforma estructural’, solo hace falta convocar a un grupo de ‘genios imaginativos’, moralmente impecables. La creatividad a la que me refiero es la capacidad de crear cosas novedosas, pues la inteligencia se relaciona con el pensamiento, la cultura y la capacidad lógica. No es necesario convocar en el equipo a personas de alto coeficiente intelectual: hasta este columnista puede brindar una dosis homeopática de ingenio.
Rubén Alejandro Morero es gestor de patrimonios financieros y Contador Público. rubenmorero@ estudiomorero.com.ar