Guillermo Soppe fue uno de los más grandes ajedrecistas del país. Nació el 19 de septiembre de 1960 en Córdoba Capital y desde la ciudad ingresó a la élite de esta actividad a la que llegó a ser maestro internacional.
Reconocido en todo el mundo, hace seis años se retiró de la actividad profesional, pero no se alejó de su pasión por el tablero. Ahora se dedica a la educación y a la fomentación del ajedrez en su aspecto social. Se capacitó como instructor, alcanzó el título de Fide Trainer e hizo —y sigue haciendo— cursos para perfeccionarse en este nuevo rol.
“Me interesa la inserción del ajedrez en distintos niveles. Siempre vi que el ajedrez podía aportar a la sociedad. Sacarlo del deporte, del juego, de la ciencia, sacarlo de esa caja de cristal y llevarlo a todo el mundo. Y observaba que tenía la posibilidad de entrar en el campo social, porque lo pueden jugar todos por igual sin ningún tipo de distinción o diferenciación. También veía que otros colegas habían hecho esa transición y desde ese momento quise hacerlo. Llevar el ajedrez a donde parecía que era imposible”, le explicó a PERFIL CÓRDOBA.
Y agregó: “Hubo un momento en el que sentía que nos quejábamos de todo. Yo me quejaba, pero no hacía nada para cambiar aquello de lo que me quejaba. Entonces, me puse a hacer”.
Y su decisión fue llevar el ajedrez a las cárceles. A propósito, el maestro contó: “Primero empezamos con un proyecto en Córdoba. Incluso formamos un club afiliado a la federación que se llama ‘Jaque mate a la exclusión’.
No solo trabajamos en Bouwer, sino que también en Villa María, San Francisco, Cruz del Eje. Llevamos el ajedrez a las cárceles y fue un éxito increíble. Le pedimos permiso al juez para que puedan salir a jugar. Tenemos jugadores que cumplieron su condena, salieron y hoy participan en torneos con un éxito notable”.
Ha hecho partidas múltiples en los distintos establecimientos penitenciarios. Dio charlas. Llevó a ajedrecistas internacionales como Robert Katende, que usan el ajedrez en el plano social con gran éxito. “Se consigue cambiar la vida a través del ajedrez. Apostamos a crear difusores, que no sea solamente un pasatiempo lúdico, que se comprometan con los valores, con lo social, con la cultura. Porque no es solo mover piezas”, dijo.
El proyecto siguió avanzando. “Diseñamos un curso que estamos dando en Buenos Aires y es avalado por la Universidad Nacional de Córdoba, el que otorga la posibilidad de ser instructor nivel 1, para enseñar ajedrez en los centros vecinales, en clubes de barrio. La idea es no quedarse solo en el entrenamiento, sino que tenga una salida, una difusión. Dimos un paso adelante junto al gran maestro Miguel Quinteros. Porque el ajedrez no es únicamente un juego, sino que es cultura, historia y nos acompañó un periodista (Juan Carlos Carranza). Por eso, no solo enseñamos técnica, sino que enseñamos historia, valores. Los valores que el ajedrez ha creado desde hace 500 años”, narró.
Por estas horas Soppe está leyendo mucho sobre educación: “Quiero perfeccionarme en técnica de educación”, dijo. Es que cuando jugaba al ajedrez de manera profesional, estudiaba, preparaba partidas y demás y ahora que es entrenador, sigue con esa disciplina. Hace cursos, se capacita, estudia y prepara las clases. “El estándar del ajedrez te lleva al perfeccionamiento. No llegás a jugar bien si no te preparás. Ahora me apasiona capacitarme para dar clases”, contó.
Además, el cordobés da clases de ajedrez en Belgrano, en la Agencia Córdoba Deportes, en la Municipalidad de Córdoba y en la Universidad Católica. Actualmente forma parte de la Federación Argentina en la Comisión Social. Y está trabajando en un proyecto de ajedrez y salud. “Tengo una agenda complicada, ando con los tiempos jugados”, relató, y cerró: “Es que hay mucha necesidad y desde el deporte podemos mejorar socialmente”.
- CURIOSIDAD DE INFANTE
- De niño le gustaba el fútbol y una tarde hojeando la revista Goles vio una noticia que destacaba a Bobby Fisher. La curiosidad le ganó y le fue a preguntar a su papá de quién se trataba y qué era ese juego en el que destacaba ese señor. Su papá, con una sonrisa, abrió el ropero, sacó un juego de ajedrez, les enseñó a él y a su hermano cómo jugarlo y les cambió la vida para siempre. Dos años después, Guillermo Soppe participó de su primer torneo. Había unos 500 participantes y salió segundo. “Parece que soy bueno”, se dijo y entonces comenzó a competir por el país; en 1977 viajó a Francia para representar a la Argentina en un torneo internacional donde Gary Kasparov representaba a la URSS. “Ese torneo me marcó, fue muy motivador para mí”, rememoró.