“El propósito de la ucronía, escandaloso, es modificar lo que ha sido”.
Emmanuel Carrère, “El estrecho de Béring”.
Antes de la aparición y generalización de internet, una de las mayores revoluciones tecnológicas para el conocimiento humano fue la imprenta de tipos móviles, invitada por los chinos seiscientos años antes que la de Gutenberg.
Este mágico instrumento, que ha conocido luego avances casi inconcebibles, acercó a una cantidad ilimitada de seres humanos una tecnología maravillosa e insuperable: el libro. Puede corporizarse en muchos formatos, pero todos basados en un hallazgo original: letras que se articulan en palabras, palabras en oraciones, oraciones en párrafos y párrafos que se multiplican en un discurso donde alguien puede transmitirle a otros diversas ideas y contenidos y ofrecerlos en una sucesión de páginas. La tecnología ha acompañado siempre a la educación.
Lo cierto es que desde hace un tiempo se intenta por todos los medios atribuirle un gran prestigio sanador a internet, pretendiendo que con la red a nuestro alcance todos los temas están solucionados sin mayores esfuerzos.
Esto está muy lejos de ser cierto, pero permite a quienes tienen una lectura de superficie, fragmentaria, de títulos y solapas, crear la ilusión de que los problemas de la educación se resolverán generalizando la conectividad y la distribución de máquinas. Olvidan que los aprendizajes son procesos diversos que necesitan de una multiplicidad de elementos para concretarse. Y que no es sólo un problema de lo que se aprende, sino de cuánto se puede lograr con lo aprendido. Sin olvidar que quien aprende está inmerso en una trama social y económica de enorme complejidad.
Si fuera tan fácil enseñar y aprender, el tema educativo, que desvela a legiones de habitantes del planeta, no entrañaría mayores dificultades. Son visiones pobres que plantean, de palabra, soluciones simples para temas complejos. Resultado: los temas se resuelven en el discurso pero no en la práctica. Como bien dijo el poeta Oliverio Girondo: “Señores críticos, una cosa es cacarear y otra poner un huevo”.
El premio Nobel de Medicina François Jacob cita en su libro “El juego de lo posible” aquel inolvidable fragmento de “Alicia a través del espejo”, la obra maestra de Lewis Carroll, donde Alicia le asegura a la reina de corazones: “Nadie puede creer cosas que son imposibles”. Y la monarca le replica, dejándola atónita: “Creo que te falta práctica. Cuando yo tenía tu edad… llegué a creer seis cosas imposibles antes del desayuno”.
Esta falacia se basa en algo que explica muy bien Jacob: “Pocos consigue aceptar que la vida y el hombre se han convertido en objetos de investigación y no de revelación”. Desde la ciencia a la literatura, quienes realmente han llegado a las profundidades del pensamiento con sus reflexiones desconfían de las explicaciones simples, esas que se dan a partir de una única fuente sin indagar en la complejidad.
No sólo es conexión. Mientras escribía estas líneas la pensadora de temas educativos Guillermina Tiramonti publicó un artículo en La Nación que dialoga con lo que aquí se intenta expresar y que creo vale la pena repasar. Allí muestra cómo hay que saber indagar en el doblez de los números para no ver distorsionado y equivocar los caminos complicados a seguir, suplantándolo por otros fáciles, pero falsos.
A quienes argumentan que uno de los problemas centrales de la educación es la conectividad a internet y el acceso a dispositivos, vale la pena recordarles lo que contestó Leandro Folgar, el presidente del Plan Ceibal del Uruguay, cuando le preguntaron sobre las críticas que había recibido el más exitoso programa del continente de provisión de computadoras para educación de no haber mejorado los resultados en lengua y matemática en las pruebas de evaluación después de más de diez años de actividad: “La tecnología como toda herramienta humana -replica Folgar- ofrece su beneficio cuando es utilizada con determinada intencionalidad. La disponibilización de tecnología, de dispositivos, de conectividad, no necesariamente ofrece mejoras en aprendizajes sino es específicamente utilizada con esa intención”.
Lo que está explicando es que sin la tecnología no se puede avanzar a esta altura del partido pero que con la tecnología no alcanza. Esta conclusión muestra que es un engaño insistir como un fin en sí mismo que con máquinas y conectividad se mejorará la educación.
Vale la pena aclarar esto porque algunos aspirantes a gobernar cuando llegan al capítulo educativo, que suele dar prestigio abordar, agitan el parche del internet como un objetivo que traerá resultados educativos por sí, sin aclarar que es una herramienta que no alcanza sin otros aditamentos mucho más complejos, como la capacitación docente y la elaboración de adecuados contenidos digitales.
Ceibal, que ha hecho que Uruguay esté en la vanguardia en estos temas, reconoce que haber conseguido hace dieciséis años poner en marcha uno de los planes digitales educativos más exitosos del planeta no le alcanzó para mejorar sus rendimientos.
Vale la pena la anécdota para estar alertas con esos políticos que con una actitud ‘perdona vidas’ prometen hacer una “revolución tecnológica” para suplir todo lo que no se ha hecho, según ellos. Los escuchamos a diario. ¿Es que no hay que avanzar en esta dirección tecnológica? Por supuesto que sí, pero no se debe engañar a los potenciales votantes con soluciones express y argumentando que allí está el problema de fondo. Porque el resultado no llegará y se sumará otra frustración.
El panorama trazado es el que justifica el poner a la alfabetización a la cabeza de las prioridades ejecutivas del sistema educativo. Y para ello se debe empezar en el jardín, lo cual no significa enseñar ahí a los chicos a leer, sino dar comienzo a acciones que los lleven a tener conciencia fonológica en orden a conseguir su alfabetización en primer grado. ¿Sirve tener computadoras?
Seguramente un poco más adelante, cuando los chicos ya hayan avanzado en lectura y comprensión que, eso sí es seguro, una computadora no les dará y sí un buen docente con los métodos adecuados. Alguien formado con solidez para poder darle a su estudiante lo que de otro modo no tendrá disponible. Parece una verdad de Perogrullo pero vale la pena recordarlo porque oímos hablar de nuestro atraso tecnológico, lo cual suena muy cool, mientras se desconocen profundamente los avances en alfabetización.
Pero hay otro aspecto que quizás en educación sirva repasar. En general, muchos de quienes opinan hacen propuestas sobre qué se debe agregar, como si en esa suma cero en la que se transforma todo cambio, lo que está vigente funcionara óptimamente y con resultados y sólo careciera de algunos elementos cuyo agregado mejorará aún más lo actual. Suele haber poco coraje para cerrar, cortar, terminar con lo malo y mucho entusiasmo en sumar y agregar.
Porque el populismo es así: lo malo se logra sin dar las malas noticias que lo traen. Para eso está lleno de anotados la lista de los que vienen a dar buenas noticias. El primer elemento a tener en cuenta es que el sistema educativo es un gran mecanismo que está en marcha y que requiere de cambios de rumbo que no se harán bajando una llave y subiendo otra sino con la mole marchando a todo vapor.
Con lo cual, las estrategias de cambio deben prever algunos aspectos. Uno es no seguir sumando donde la adición produce daño al conjunto y agrava la debacle. Un claro ejemplo es el de creación de cargos e instituciones (sucede a diario) que no inciden en los aprendizajes y que condicionan el presupuesto, algo que trae una inercia alentada por algunas corporaciones, sobre todo la sindical y la política. Y el segundo es producir cambios que innoven, en algunos casos buscando otras direcciones desconocidas, y en otros que potencien lo que va bien, que lo hay por supuesto.
Y quizás por esta vía se ha llegado a un punto crucial. También hay que desactivar y desmontar grandes estafas dentro del sistema que además comprometen el presupuesto. No tienen efecto en los aprendizajes del destinatario de la enseñanza, el alumno, palabra que no debe olvidarse viene de “alere”, alimentar, es decir recibir nutrientes.
Cómo invertir. Se escucha con asiduidad que se necesita más presupuesto para educación, lo cual siempre es cierto por regla general. Lo que no se suele aclarar es que en el estado en que está el sistema esa mayor cantidad de dinero será inefectiva porque se invertirá de un modo que ya ha demostrado su ineficacia. Se da el efecto “bolsillo de payaso” donde lo que se eche se va al fondo sin llenarlo nunca y sin efectos positivos. Más de lo mismo. De allí que la tarea de mejora de las prácticas y del mayor presupuesto debe ser paralela y éste estar condicionado a aquella.
Oímos hablar a diario de utopía. Incluso es una palabra que goza de cierto prestigio porque permite a quienes no tienen la responsabilidad de gobernar proponer ese “no lugar” donde sucederán los deseos de la mayoría. De ahí que tiene buena imagen el utopista, encarnando a quien quiere llegar a un sitio ideal, por ahora inexistente, donde se concretarán los anhelos de muchos.
Hacia 1876, el francés Charles Renouvier publicó su obra “Ucronía”, subtitulada “Bosquejo histórico utópico del desarrollo de la civilización europea tal como no ha sido, tal como habría podido ser”. Ahora la etimología nos lleva a un “no tiempo” donde se juega la realidad como podría haber sido si se hubieran tomado otros caminos.
Lo interesante sería plantearse no una ucronía al estilo clásico que se ponía como una variante del juego utópico, es decir lo que hubiera pasado, sino como un proyecto de futuro para el que internet y la inteligencia artificial son herramientas esenciales. La ucronía educativa sería construir un futuro distinto teniendo en cuenta que podemos acumular la experiencia y ver cuáles caminos han llevado a este presente de decadencia. Para no repetir y, sobre todo, para construir el porvenir sobre la base de evitar las caminos ya transitados, donde la simplificación atenta contra los verdaderos mejoramientos y cambios, aunque calma algunas conciencias y les da paz con las corporaciones que viven de que todo siga igual… o peor.