Pasó en 1927, cuando en Córdoba, debido a una reforma política que hizo el gobernador Rafael Núñez, la Unión Cívica Radical decidió no presentarse a las elecciones, con lo que el Partido Demócrata tenía asegurado el triunfo. Un grupo de estudiantes de la ciudad, con el apoyo de algunos intelectuales cordobeses y el visto bueno de Deodoro Roca, el creador de La Reforma Universitaria, pensaron en postular al candidato más raro que se podía encontrar. Y pensaron en Badessich. Enrique Badessich era tucumano, hijo de austríaco pero había vivido casi siempre en Córdoba. A sus 26 años había sido periodista, poeta, telegrafista en las Islas Orcadas del sur por tres años y formaba parte de la bohemia cordobesa de la época.
Apenas se le ofreció la candidatura, Badessich se lo tomó en serio, por llamarlo de algún modo. Al Partido Bromosódico Independiente, tal como lo llamó, le hizo una campaña política diferente. En vez de pegar afiches en las calles, brindó 300 conferencias en esquinas, donde le hablaba a la gente de sus ideas principales.
El primero de los antipolíticos, Badessich proponía cosas insólitas y a la vez irrefutables. Suprimir las esquinas para evitar los choques ente autos fue una. Acortar las sotanas de los curas y usar esa tela para confeccionar ropa para niños pobres fue otra. Además, abogaba por el amor libre, lo que le daba gran predicamento entre los jóvenes universitarios que, en esos tiempos, veían el matrimonio o el amor rentado de las profesionales de la intimidad en El Abrojal de barrio Güemes como única posibilidad de disfrutar de la piel de una mujer.
El hombre se presentaba a dar sus discursos vestido con un traje de papel, botones de vidrio, corbata voladora y sombrero de ala ancha y causaba sensación.
Cuando llegó la elección pasó algo raro. Solo votó el 17 % de la gente. Y Badessich ganó su banca de diputado. El Partido Demócrata se opuso, aduciendo falta de decoro y hasta de salud mental. Badessich se atrincheró en la Legislatura de Córdoba. Allí, a puertas cerradas, resistió a la policía que trató de arrestarlo. Sus votantes no lo abandonaron. Le lanzaban salamines de los buenos, queso fresco y pan, a través de las ventanas abiertas. Y le pedían que resistiera. Se pidió al presidente Irigoyen que hiciera efectivo el cargo de Badessich.
El tema pasó a ser noticia nacional. Diarios como La Voz del Interior lo apoyaron. También lo apoyó un siciliano nacido en Palermo, Italia, que estudió en Argentina transformándose en un célebre médico, farmacéutico y escritor llamado Giuseppe Ingeniero, que sería famoso por su libro ‘El hombre mediocre’ y que castellanizaría su nombre, haciéndose conocido como José Ingenieros.
Pese a todo, finalmente, rechazaron como diputado a Badessich y él, ya cansado, dijo que no podría estar a salamín y queso más tiempo. Salió de la Legislatura y se sentó, ante la sorpresa de todos, en el restaurante más cercano a comer.
La política tradicional de la época había triunfado. Badessich ganó pero no se lo dejó asumir. Recorrió ministerios y cortes de Justicia y finalmente se fue a vivir a Santa Fe. De allí en más le siguió un trabajo de periodista, un intento aparente de atentado contra el presidente Uriburu, un pedido de liberación de Perón en 1945 cuando lo detuvieron y el olvido hasta su fallecimiento en Béccar.
El Loco Badessich, un símbolo de la antipolítica, en una época en que la gente estaba cansada de los políticos tradicionales, ganó en las urnas. Perdió ante la injusticia. Pero, sin embargo, este Quijote de la política de los años ‘20, tuvo un último triunfo, inobjetable para con sus votantes. De él jamás se podrá decir que fue un diputado electo que alguna vez defraudó a su pueblo. Inolvidable Badessich.
(*) Autor de cinco novelas históricas bestsellers llamadas saga África.