Las ferias francas municipales son un paisaje urbano tradicional en Córdoba, como también lo son en numerosas ciudades del mundo donde, incluso, llegan a convertirse en atractivos turísticos. En esencia, son puestos móviles o fijos, en espacios públicos o privados, que los municipios o particulares ceden para su funcionamiento y están destinados exclusivamente a la venta minorista de productos alimenticios, frutihortícolas, de granja, panificados, regionales y elaborados.
La naturaleza de las ferias y su recurso proveedor, que son por lo general los mercados concentradores de estos productos –en el caso de Córdoba, el Mercado de Abasto–, las convierten en un negocio directamente orientado a la economía familiar, con su oferta aglutinada en un solo lugar y precios competitivos.
En esta ciudad existen siete ferias que trabajan de martes a domingo y se proveen en el Mercado de Abasto. Tal es el volumen de mercaderías que comercializan, que la cooperativa concesionaria del servicio (Mercoop) mueve 15 millones de bultos que representan 300.000 toneladas anuales de frutas y hortalizas, con las cuales se satisface la demanda de consumo frutihortícola de la ciudad y del Gran Córdoba.
En el predio de 14 hectáreas ubicado a ocho kilómetros del centro, sobre la ruta nacional 19, el mercado cuenta con seis naves para operadores permanentes, cuatro para productores del cinturón verde, dos para depósitos y cámaras frigoríficas y ocho núcleos de servicios.
El número de operadores permanentes y temporales llega a los 350; circulan 1.500 vehículos de compradores y 200 de carga para el abastecimiento diario.
De martes a domingos.
Las ferias francas municipales están numeradas en orden correlativo, del 1 al 7, y las tres primeras configuran las más grandes en cantidad de puestos. Sus locaciones se van alternando cada día, para abarcar una treintena de barrios ubicados en los cuatro puntos cardinales de la ciudad.
Estos ‘mercadillos’ barriales dependen de la Dirección de Ferias y Mercados de la Municipalidad, cuya directora es Claudia Civarolo, quien relató a PERFIL CÓRDOBA: “El año pasado, por la pandemia, estuvieron suspendidas seis meses hasta que en julio, luego de haberse establecido los protocolos sanitarios correspondientes, fueron nuevamente habilitadas para su funcionamiento”.
En cuanto a la cantidad de productos y mercadería que comercializan, indicó que “como tienen una función de enlace en el tejido social, por esto de la venta ambulante, van regulando los volúmenes de venta en función de la demanda que tienen en cada sector de la ciudad. Por ejemplo la feria 5, que los martes funciona en el Cerro de las Rosas, los sábados está en barrio Yofre Norte y es cuando la venta sube considerablemente”.
Con respecto a los precios, estos se rigen con las variables de oferta y demanda y la estacionalidad de muchos productos. “Por supuesto que en las ferias los precios están por debajo de los que se encuentran en las grandes superficies, como supemercados, ya que además de la calidad y la frescura de lo que venden, la mecánica de las grandes superficies es diferente porque demandan costos de transporte y depósitos con cámaras frigoríficas, que las ferias no los tienen”.
En la práctica, los valores de venta rondan entre un 20% a un 30% menos que los supermercados y algunos negocios barriales del rubro, pero la competitividad de los feriantes gana terreno por cuanto no tienen que pagar un alquiler ni costos de servicios.
Por su parte, Betty, propietaria de uno de los puestos de la feria 5, explicó: “Los precios se fijan siempre en base a la calidad de los productos y los valores que tienen cada día los proveedores del Mercado de Abasto, que son variables de uno a otro y también según la estacionalidad”.
“La ventaja que tenemos nosotros es que nos manejamos con efectivo; si lo hacemos con tarjetas de débito o crédito, nos aplican un recargo del 10 o 20%, entonces no podríamos competir con los negocios que hay en los alrededores de las ferias”, aseguró.
También influye en la comercialización la proximidad y conocimiento que se establece entre los feriantes y sus clientes. Betty lo explica así: “Al igual que cuando yo voy al mercado –en mi caso priorizo la calidad– si lo que compré me salió malo, lo devuelvo y me reintegran el dinero o el mismo producto; eso mismo ocurre, por lo general, con los clientes cuando encuentran que lo que compró no estaba en las condiciones que esperaba, se le devuelve el valor de la compra o la misma mercadería que llevó. Son reglas no escritas que funcionan así”.