La carrera presidencial estadounidense, con una de sus más atípicas campañas, ha entrado en sus últimos 50 días sin que nadie se anime a vaticinar lo que ocurrirá el primer martes de noviembre.
Las últimas encuestas, relativizadas a partir del antecedente de 2016, indican que el demócrata Joe Biden aventaja por entre cinco y nueve puntos al republicano Donald Trump, actual inquilino de la Casa Blanca, de la que prefiere mostrarse como “propietario”. Al menos eso hizo el 28 de agosto, cuando cerró en sus jardines la convención de su partido y aceptó su nominación para “cuatro años más”. El uso partidista de la mansión presidencial fue para él redoblar la apuesta, tras las masivas protestas que meses antes habían irrumpido en esos mismos jardines y obligado a su guardia personal a trasladarlo a un búnker para ponerlo a resguardo.
El acto rompió tradiciones institucionales y medidas de distanciamiento social aconsejables ante una pandemia a la que Trump siempre relativizó públicamente, aunque en privado admitiera su poder letal. Ese doble discurso quedó en evidencia esta semana, cuando Bob Woodward, una de las célebres plumas del Caso Watergate, divulgó sentencias del mandatario que incluyó en su libro Rage (Rabia).
Allí, el periodista que junto a Carl Bernstein investigó la trama de espionaje que hizo renunciar a Richard Nixon, muestra que Trump siempre quiso minimizar la severidad del virus o restarle importancia “para no generar pánico”. Algunas confesiones del magnate datan de febrero, cuando en Estados Unidos no había aún víctimas fatales por el Covid-19 y Trump alegaba que solo era una gripe más, por la que no tenía sentido tomar medidas especiales.
200 mil muertos después. Con más de seis millones y medio de contagiados y una cifra de 200 mil muertos a la que se llegará el próximo fin de semana o antes, ese ocultamiento o las omisiones del gobernante en torno a la pandemia fueron definidos como una conducta “casi criminal” por Biden y en otro lugar o tiempo serían determinantes para la compulsa electoral.
Lejos del Watergate, en este siglo 21 hay jefes de Estado que hacen del espionaje a opositores una práctica habitual y, como hace casi 30 años nos lo describiera en Barcelona el entrañable Manuel Vázquez Montalbán, el mundo o quienes lo rigen parecen moverse entre la doble moral y la no verdad. El doble rasero ha caracterizado a Washington al momento de encasillar a otras naciones o gobiernos en su lógica de amigos y enemigos. Y de la no verdad, devenida en posverdad, el actual presidente estadounidense ha hecho un culto.
En la campaña con la que llegó al gobierno echó mano a fake news y golpes bajos con los que esmeriló a Hillary Clinton, más allá de los flancos que ella ofrecía. Y todos descuentan que volverá a hacerlo con Biden y su compañera de fórmula, Kamala Harris. De hecho, él y su equipo comenzaron a lanzar dardos contra esta senadora, hija de inmigrantes y portadora del carisma que el cabeza del binomio demócrata no tiene. Entre los asesores de Trump ya no aparece el recién liberado bajo fianza Steve Bannon, supremacista blanco y artífice de campañas sucias y noticias falsas que favorecieron a Jair Bolsonaro en Brasil, Matteo Salvini en Italia, los Le Pen en Francia, Vox en España y otros personajes de la “nueva” derecha global.
Mentiras y negacionismo. Pero para tergiversar realidades y generar intrigas a Trump nunca le faltaron soldados. Tuvo de asesor de Seguridad al halcón John Bolton, quien ventilaría que su ahora exjefe consideraba “cool” invadir a Venezuela. Además, el gobernante confió el manejo de la diplomacia estadounidense a Mike Pompeo, quien admitió que cuando dirigía la Agencia Central de Inteligencia (la CIA), la mentira, el engaño o el robo eran parte de su trabajo.
Mary Trump, sobrina del magnate-presidente, escribió que su tío hace del engaño su forma de vida. Así lo describe en una biografía no autorizada de quien hasta ahora ha sido incombustible. En estos nueve meses, zafó del impeachment gracias al predominio republicano en el Senado. Cuando parecía encaminado hacia la reelección, el Coronavirus esparció muertes y desconcierto, que aumentaron por su desidia. La brutalidad policial tuvo en mayo su enésima víctima en el afroamericano George Floyd y las marchas contra la violencia racial inundaron el país con el reclamo de “Black Lives Matter” (Las vidas de los negros importan).
Sin embargo, e l empresario aprovechó cada resquicio pa ra reposicionarse. Cuando las protestas pacíficas derivaron en hechos de violencia Trump responsabilizó del “caos” a los demócratas, a quienes los trumpistas rotularon como “extrema izquierda” o “comunistas”. Nada más lejano de un partido cuyo candidato, Biden, cumplirá 78 años el 20 de noviembre, y quien entre 1973 y 2009 fue senador por Delaware y desde 2009 a 2017 vicepresidente de Barack Obama. Este exponente del establishment político de Washington es quien deberá convencer a jóvenes,latinos y afrodescendientes que ganaron las calles, que esta vez sí vayan a votar contra lo que no quieren.
Trump apostará a su núcleo duro y cada vez más radicalizado. Lo demostró días atrás cuando evitó condenar la conducta de un seguidor de 17 años, Kyle Rittenhouse, quien armado con su rifle mató a dos manifestantes que protestaban en Wisconsin contra el accionar de policías cuyas balas entraron por la espalda de un ciudadano negro y lo dejaron paralítico.
Estrategias conocidas. Si hace cuatro años se presentaba como outsider, ahora se promociona como última defensa del orden y la seguridad. Y sus seguidores abonan en las redes este mensaje de miedo y confrontación, como suscribieron el negacionismo del mandatario ante el cambio climático o el propio Covid-19, pese a que ahora les promete una vacuna que llegaría antes de los votos. Para los enceguecidos fans del magnate, el Coronavirus sigue siendo “una conspiración” y “los muertos no son tantos, ya que hay quien paga a los hospitales por informar como decesos de Covid muchos que obedecieron a otras patologías…” Ante este escenario, Biden busca movilizar a sectores medios y progresistas y suscribe propuestas de Bernie Sanders y Elizabeth Warren, dos de sus rivales en las primarias.
La puja se centrará en una decena de estados “pendulares”, que a diferencia de los 40 restantes suelen cambiar de vencedor. Florida, con 29 electores, Ohio con 18, o Pensilvania, con 20, están en esa decena de “codiciables” que suma 146 delegados, sobre un total de 538 en el país. En Pensilvania, donde Trump derrotó a Hillary por apenas 70 mil votos, estuvieron el viernes en distinto horario el actual presidente y su retador. Ambos rindieron homenaje a pasajeros y tripulación del Vuelo 93, que hicieron estrellar el cuarto avión secuestrado por fundamentalistas el 11-S. Todo se tiñe de proselitismo. También la economía, a la que Trump priorizó por sobre la salud, pese a lo cual sufrió graves daños colaterales.
Mientras, en Noruega, el diputado anti-inmigrantes Christian Tybring Gjedde, candidateó a Trump a l Nobel de la Paz 2021, por el acuerdo firmado bajo sus auspicios entre Israel y Emiratos Árabes Unidos. Si no fuera que en este mundo se niega lo más obvio y se da como verdad revelada lo más inverosímil, la propuesta sería una broma pesada. A menos que se trate de un Nobel de la Rabia, de la ira, del odio…
Marcelo Taborda