El General dijo alguna vez que los peronistas son como los gatos, porque parece que se pelean pero en realidad se están reproduciendo. Más allá de predecir el salto de algunos justicialistas hacia el macrismo, la frase del líder nos indica que el PJ cordobés debe estar alumbrando un baby boom descomunal, a juzgar por los cruces de opiniones que se vienen verificando. Menos “compañeros”, los dirigentes se han dicho de todo públicamente, lo que invita a pensar que en sus chats de WhatsApp debe haber más puteadas que en un show donde juntasen a Enrique Pinti con Jorge Corona, Yayo Guridi y el Tano Pasman.
Carlos Caserio sospecha que desde El Panal le quisieron boicotear el plenario de su sector interno, al convocar a los intendentes pejotistas para una audiencia con el ministro de Gobierno Facundo Torres a la misma hora que estaba prevista su cita en el Holiday Inn. Fue así como se escucharon las excusas más absurdas de los que se justificaban por no haber podido asistir a una u otra reunión. Un jefe comunal adujo que se había confesado ante el cura párroco y que se le había hecho tarde por rezar los padrenuestros y avemarías que le habían sido impuestos para redimirlo del pecado. Y otro afirmó que no podía venir porque se le había roto el freezer y tenía que asar de inmediato el cordero que guardaba allí dentro.
En tanto Caserio cuenta los porotos para la disputar la hegemonía de Juan Schiaretti en el justicialismo provincial, el gremialista Pablo Chacón, como referente local del Frente Renovador, desestimó que vaya a haber internas y acusó al gobernador de haber apoyado la candidatura de Mauricio Macri en las elecciones presidenciales. “¿No les resulta llamativo que los dos se hayan afeitado el bigote para la misma época?”, se preguntó un allegado al referente sindical del gremio de Comercio, que sumó a ese grupo de exbigotudos devenidos en macristas al mentor del Frente Cívico, Luis Juez. Chacón es conocido por lucir un ostensible mostacho, en claro alineamiento capilar con el presidente Alberto Fernández.
Mucho más preocupado por la deuda externa que por su look, el mandatario argentino se vanaglorió esta semana de que el Fondo Monetario Internacional hubiese aceptado y apoyado el plan que presentó el equipo económico del gobierno para salir de la crisis. Que viene a ser algo así como celebrar que el verdugo, cuando te clavó la inyección letal, lo hizo despacito para que no te doliera. O que un DT, después de que su equipo perdió por 8 a 0, diga: “Nuestra moral está intacta”.
A la espera de un acuerdo con el organismo económico al que (como a Caruso Lombardi) le pedimos más de lo que estaba al alcance de nuestras posibilidades, la política ha entrado en un stand by tan evidente, que hasta hubo tiempo para que Mauricio Macri abandonara la reposera y se reuniese con su mesa chica. Sin las herramientas de seducción que brinda el ejercicio del poder, esa mesa se ha achicado tanto que estarían empezando a sobrar las sillas. Un ejemplo de este fenómeno lo dio María Eugenia Vidal, quien pidió retirarse antes para realizar “una mudanza”, palabra que le quitó la respiración al expresidente y que hizo sonrojar a Miguel Ángel Pichetto.
En la ciudad de Córdoba, por último, el Surrbac fue intervenido por el ministerio de Trabajo de la Nación y los afiliados juran que no se van a quedar quietos. Temen que, de tanto ganarse la vida corriendo detrás de un camión, terminen siendo conducidos por el gremio de los Camioneros, con Hugo Moyano a la cabeza. “¿Ustedes no querían ser un sindicato independiente?”, los habría chicaneado un delegado moyanista, mientras les repartía camisetas rojas y llaveros con el muñequito de un diablo, para reemplazar el merchandising que desde hace años había instaurado la familia Saillén. Martín Llaryora, por su parte, estaría siguiendo con atención este conflicto, al que mira con cara de rey… de copas.