Impulsor del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y del Grupo Angelelli, fue perseguido por la dictadura y se exilió por algunos meses en Brasil. Crítico de la jerarquía eclesiástica, del celibato y de los dogmas tradicionales, le gustaba que lo llamaran “el obispo de los ateos”. Desde La Cripta, la parroquia donde trabajó durante décadas, trascendió lo religioso y se erigió como referente social del progresismo. Trabajador incansable con los jóvenes, sobre todo con los scouts, miles lo amaron como a un padre. Con una personalidad fuerte, avasallante, dotes artísticos y de inteligente comunicador, nunca encajó del todo en los moldes de la institución en la que él mismo se ordenó y se mantuvo hasta su muerte.
Con la muerte de José Guillermo “Quito” Mariani, Córdoba ha perdido un protagonista de su tiempo que nunca pasó desapercibido. El 1 de agosto próximo iba a cumplir 94 años vividos siempre con intensidad. Desde la infancia en Villa del Rosario, con sus padres, con su amada mamá Gumersinda, con sus hermanos (entre ellos Humberto “Cacho” Mariani, también sacerdote, fallecido en 2012), hasta su muerte en una casa prestada por la familia de un amigo, “Quito” desplegó su fuerte personalidad, su sensibilidad artística para la poesía, para la música, el canto y la danza; su inteligente capacidad de orador, de comunicador.
Y todo eso lo puso al servicio de una vocación religiosa que nunca encajó del todo en las estructuras y en los moldes tradicionales a raíz de los desencantos y las contradicciones que Mariani advirtió y denunció hacia adentro y hacia afuera de la Iglesia; contradicciones que también aprovechó para configurar un tipo de ministerio sacerdotal afirmado en su propia conciencia más que en el magisterio eclesial.
Con esa singular manera de ser sacerdote, atrajo y acompañó a centenares de personas (creyentes y no creyentes) que compartieron con él el compromiso y el trabajo por los pobres, la defensa de los perseguidos, la rebeldía ante las imposiciones de los poderes fácticos (el poder político, el poder económico, el poder religioso), y la búsqueda de una renovación integral de la realidad social.
De esa manera, Mariani trascendió el ámbito religioso y se convirtió en un referente social del progresismo cordobés, con sus aciertos y errores, con sus luces y sus sombras, con adherentes y detractores.
Reformador y valiente.
Uno de los que más conoció a Mariani, su palabra y su obra de cuando no era fácil hablar ni denunciar, es Luis “Vitín” Baronetto, referente de los derechos humanos, sobreviviente de la dictadura, y conocedor del ambiente eclesiástico de aquellos años duros porque pasó por el Seminario poco tiempo después de “Quito”.
En su homenaje a Mariani, Baronetto destacó la “valentía” de aquel cura joven afirmado en la renovación conciliar, que, en 1964, siendo párroco en Río Ceballos, intervino en una asamblea para defender al entonces obispo auxiliar de Córdoba, Enrique Angelelli, cuando la jerarquía de entonces lo intentó sancionar. Describió, Baronetto, que los argumentos que expuso Mariani en aquella oportunidad fueron tomados por el nuncio apostólico Umberto Mozzoni. “No hubo condena (para Angelelli), hubo asado y pocos meses después renunció el arzobispo Ramón Castellano”, señaló.
También subrayó que con la muerte de Mariani “se fue el último de los 20 curas de Córdoba que firmaron la adhesión al Manifiesto de los Obispos del Tercer Mundo, que tanta repercusión tuvo en 1967, que dio origen -un año después- al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, en Argentina, que ‘Quito’ también integró hasta su disolución en 1974”.
Después del “Cordobazo”, recordó Baronetto, Mariani fue uno de los curas que denunció a la dictadura de Onganía por “torturas a estudiantes y obreros, vejaciones y malos tratos” entre otras cosas. Y también fue protagonista en las exequias de monseñor Angelelli, en 1976, cuando anticipó con sutileza que se estaba ante un crimen de odio, como la Justicia y la propia Iglesia confirmaron después, al punto de que en 2018 el papa Francisco elevó a los altares al “Obispo de los pobres”.
“Poco después del asesinato de Angelelli y de las palabras del Quito en las exequias
-recordó Baronetto-, el cardenal Primatesta fue advertido sobre el riesgo de vida para el padre Mariani, y le pidió que se alejara del país. Se radicó en Brasil por unos meses y después volvió a La Cripta”.
El año pasado, Andrés Dunayevich, realizador audiovisual, difundió “Antes del fin”, un documental sobre Mariani que se puede ver en You Tube. En diálogo con PERFIL CÓRDOBA, Dunayevich describió a Mariani con estas palabras: “‘Quito’ es la celebración de una vida que plasma la convicción de un hombre que supo anteponer el humanismo al dogma. Una trayectoria de lucha, voluntad de servicio y rebeldía, donde conviven los encuentros y desencuentros, las risas y las lágrimas”.
En ese documental se recogen numerosos testimonios de admiración y cariño, como el de su amigo Carlos Presman: “‘Quito’ vivió décadas sosteniendo una posición del lado de los pecadores. No fue un tipo para andar en la fácil sino para la compleja. Ahí reside que lo quieran tanto. Nunca estuvo del lado de los ganadores, y eso lo llevó a funcionar en la adversidad, en la derrota, en la dificultad, en la pobreza, en la tristeza. Fue un tipo de aferrarse a la vida, fuera de lo común”.
En el filme de Dunayevich aparece el testimonio de la hermana Jeanne Moceyunas, religiosa norteamericana de ascendencia lituana, fallecida en 2018. Ella pertenecía a la Congregación de las Hermanas de San Casimiro, y fue un verdadero pilar del trabajo social y pastoral que impulsó Mariani en los sectores más postergados de La Cripta. Para la hermana Jeanne, Mariani era “una persona que trató de ser sincero con su propia conciencia y de vivir en libertad”.
Personalista.
En su larga vida, por sus opciones y estilo de conducción, Mariani también recogió críticas. Dos laicos, que comenzaron a trabajar pastoralmente con Mariani, en La Cripta en 1969, y lo siguieron haciendo con todos los párrocos hasta hoy, coincidieron en destacar la inteligencia, el compromiso social, la valentía de “Quito” para “no callarse ante nadie”. También su prédica por la justicia, sus “homilías compartidas”, la denuncia al poder en tiempos de dictadura y persecución. Pero cuestionaron su personalismo que, en su parroquia, no permitió disidencias.
“Yo soy testigo de su valentía y de muchas de sus virtudes –dijo uno de ellos, que pidió que su nombre se mantenga en reserva para no alimentar divisiones dentro de la comunidad-; pero para hacer una lectura completa de lo que fue su pastoral, también tuvo contradicciones: fue muy crítico con la jerarquía (de la Iglesia), pero quien lo salvó de los milicos fue Primatesta”. Agregó que en la conducción de la parroquia fue muy personalista: “Siempre imponía su parecer por encima del de los demás, lo que es una variante del clericalismo que él siempre criticaba de la Iglesia institucional”.
También una laica, profesional, vecina de La Cripta y madre de varios hijos que bautizó Mariani y que fueron al grupo Scout que fundó “Quito”, le reconoció virtudes y defectos: “En muchas cosas fue un precursor: en la actualización de la música en las misas, en la catequesis familiar, en la formación de los laicos para su compromiso social. A mí me enseñó mucho, pero también me tocó experimentar su reprobación cuando participaba de otras instancias y actividades pastorales y sociales de la Iglesia con las que él no comulgaba”.
En 2004, Mariani publicó su autobiografía “Sin tapujos. La vida privada de un sacerdote”, en el que relató, entre otras cosas, el “noviazgo clandestino” que había mantenido con una catequista cuando él era un joven sacerdote, con detalles íntimos que provocaron un escándalo mediático y eclesiástico. Y si bien recibió el respaldo de muchos de los que siempre trabajaron con él, eso profundizó las grietas y la polarización en torno a su figura.
En 2006 renunció como párroco de La Cripta, también en medio de una polémica mediática y disputas con el Arzobispado por su sucesión. Pero, acostumbrado a vivir “en la lucha”, lejos de amilanarlo, esto lo fortaleció: “Fui feliz y soy feliz -se le escucha decir en el documental de Dunayevich-. Volvería hacer con mi vida este trayecto que he hecho. Me ha permitido ser rebelde, vivir en lucha, gozar de una cantidad de cosas que puede hacer, que pude vivir, y en esta vejez me ha permitido vivir como en una cosecha”.