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El trabajo post-industrial y la pandemia

1-11-2020-Logo Perfil
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A lo largo de mi vida, y en lo relativo al trabajo, retuve conceptos que estimé fundamentales y permanentes, como apotegmas guiando mi análisis y ejecución, economizando tiempo. “El trabajo adquiere importancia con su negación”; “la desnaturalización del trabajo enajena al hombre, no el trabajo en sí”.

Pero el advenimiento de nuevas formas de trabajo amerita una serie de reflexiones que componen un punto de vista algo diferente de lo que se suele oír. Empecemos por los últimos 500 años de historia. 

El trabajo en el tiempo

Capitalismo temprano y clásico. Aparece el trabajo como valor de cambio y su humanización se manifiesta en la aceptación del ocio, algo nunca antes aprobado. Luego, en la economía clásica, nace la idea de que la sociedad es una asociación de productores y que la mercancía vale el trabajo insumido. El trabajo fue tiempo y el taylorismo amanecía. Adam Smith dedujo producción superior a consumo y cantidad de trabajo creciente.

Visión socialista. Hegel sostiene que el trabajo es capaz de cambiar el espíritu. En el siglo XIX, Marx argumentó que relación entre capital y trabajo es explotación y que el capital acumulado es producto del robo al trabajador. Surgió el concepto de alienación.

Taylorismo. Con la producción en gran escala, la paradoja fue la re-socialización del trabajo y la alienación. El aporte de Taylor (administración científica) fue la productividad, pero no aportó a la re-socialización y agudizó la alienación. La potente reacción obrera resultó en la condena pública al taylorismo. La psicología social (para mitigar el stress) terminó en los costosos “Departamentos de Personal”.

Desde 1960 vivimos la tercera Revolución Industrial (sociedad del conocimiento), signada por el desarrollo tecnológico y el cambio profundo en el trabajo. Hasta 1980 el crecimiento productivo y el Estado de Bienestar aseguraban el empleo en guarismos de cohesión social. Pero el desempleo saltó al 20% en países centrales por la pandemia.

Sin embargo, la nueva era trae una paradoja. Mientras se trabaja de forma totalmente distinta con el reservorio tecnológico acumulado y luego de una gran caída en la economía, el rebote es inédito. El sueño de la prosperidad, del ocio extendido y del hedonismo, reaparecen.

Argentina lleva décadas de tasas de ocupación con tendencia bajista. ¿Producto del avance tecnológico?  No. El Estado combatió el empleo con privatizaciones sin plan para los despedidos, legislación anacrónica, degradación monetaria e impuestos altos para combatir la inversión, empleo público sustitutivo del seguro de desempleo y variopintos planes “no Trabajar”.

Resultado: de 44 millones de habitantes, están empleados en el sector privado formal 13 millones. Y 14 millones reciben de alguna forma un pago del Estado por mes. Es tan sencillo el acceso a la subvención estatal que el afán por el trabajo en más de la mitad de la población activa, ha muerto.

Conclusiones. Advierto que los dependientes no salen del letargo pandémico y su prestación es reducida: compruebo que la resistencia a trabajar es general. No reaccionan por negación de trabajo, sino porque se dispone de él. ¿Será que la asistencia estatal pulverizó el pánico a la falta de trabajo? Tampoco son tareas “deshumanizadas”, pues parte de las mismas puede hacerse confortablemente desde el hogar.

Observo que el ocio tenía una permanencia y que el trabajo era árido y dinámico: opino que habría que diversificar el ocio y amenizar el trabajo, ambas cosas permanentemente. Los trabajadores del mundo, incluidos en los “knowlege workers”, deberían consultar para la felicidad del ocio a los planeros argentinos, que la han encontrado en la holgazanería.

Planeros y trabajadores argentinos activos deberían ensayar su futura inserción en un mundo con escasez de trabajo y sin lo que hoy cobran, subsidios ilusoriamente eternos. Sin miedos, ya que, en la vida alguna vez hay que hacer las cosas a las que uno teme.

Gestor de patrimonios financieros y Contador Público
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