“Hamas ya no gobernará Gaza; este es el comienzo del día después de Hamas y esta es una oportunidad para que ustedes, los residentes de Gaza se liberen de su tiranía”. Así se expresaba el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, al confirmar que Yahya Sinwar, máximo líder militar del grupo fundamentalista en la Franja devastada por bombardeos y sindicado como el “cerebro” del cruento ataque del 7 de octubre de 2023, había sido abatido por militares israelíes en un suburbio de Rafah.
Sinwar había asumido el liderazgo del grupo en agosto pasado, luego de que el entonces máximo dirigente, Ismail Haniyeh, jefe político exiliado en Qatar, fuera blanco el 31 de julio de un “asesinato selectivo” perpetrado por Israel en las afueras de Teherán, a donde el entonces jerarca del Movimiento de Resistencia Islámica había acudido como invitado a la asunción del nuevo presidente de Irán.
La muerte de quien era el objetivo militar número uno de la ofensiva que Netanyahu ordenó hace ya más de un año, en inmediata respuesta al ataque que dejó 1.200 muertos en el sur israelí y 250 rehenes en poder de milicianos de Hamas, fue considerada por el primer ministro como un golpe letal y decisivo a la estructura de esa organización. A los combatientes que todavía resisten en Gaza, Netanyahu los instó a rendirse y entregar a quienes aún tengan como cautivos, bajo la promesa de permitirles, a cambio, seguir con vida.
Tal como ocurriera tras la muerte de Haniyeh, o la del máximo líder de la guerrilla y partido chiíta de Hizbollah, Hassan Nasrallah, ultimado el pasado 27 de septiembre en un bombardeo israelí contra una zona residencial de Beirut, otras voces se alzaron reivindicando la lucha contra el Estado creado en 1948, bajo una resolución de la ONU que sólo se cumplió parcialmente y vio postergada hasta ahora la promesa convertida en causa palestina.
Khaled Meshaal, convertido en el nuevo jefe visible de Hamas, invocó esas reivindicaciones -que hoy parecen cada vez más lejanas de concretar- y prometió desde el exilio una resurrección de su pueblo y de su organización “como el ave Fénix”.
En tanto, en un pronunciamiento parecido al que emitiera tras la muerte de Nasrallah, acerca del futuro de la milicia-partido libanés pro-iraní, el máximo líder del gobierno teocrático de Teherán, Ali Jamenei, aseguró que “Hamas sigue vivo”, pese a la muerte de Sinwar.
Tregua invisible
Al momento de escribirse estas líneas no se avizoraban pasos concretos hacia un alto el fuego en ninguno de los frentes de este conflicto, que el último año no ha dejado de escalar y de alimentar la amenaza siempre latente de una guerra regional aun más cruenta de la que ya se libra. De hecho, el anuncio del deceso de Sinwar y las imágenes captadas con drones de los momentos previos y posteriores a su final, que el gobierno israelí difundió victorioso horas después, no pueden hacer olvidar otras secuencias terribles, como las de un campo de refugiados palestinos, contiguo a un hospital en Gaza, devorado por las llamas de bombas incendiarias lanzadas por Israel en una de sus incursiones de esta semana.
El repudio a la incursión terrorista sin precedentes en suelo israelí del 7 de octubre de 2023 no impide deplorar el impacto y las consecuencias de una represalia que convirtió a buena parte de la Franja de Gaza en tierra arrasada, que ya se ha cobrado unas 42 mil vidas (más del 40 por ciento de ellas niños y mujeres), dejado miles de heridos y forzado el desplazamiento de casi dos millones de personas.
Consignar que un gobierno de derecha como el de Netanyahu, con fuertes cuestionamientos de sectores del pueblo israelí, ha logrado en los últimos meses apuntarse el éxito militar de descabezar a dos grupos radicales que golpeaban cada tanto desde el sur y el norte de sus fronteras, no implica soslayar las víctimas civiles causadas en El Líbano por incursiones aéreas y una en teoría “limitada” ofensiva terrestre de su poderoso vecino. Casi 2.400 muertes (127 de ellas de menores) y más de 11 mil heridos en este año de conflicto reportó el Ministerio de Salud libanés anteayer. Además, 1,2 millones de libaneses desplazados dejaron hasta aquí las incursiones israelíes, que -según autoridades de Beirut- incluyeron el uso de armas prohibidas, como las bombas de fósforo blanco.
Un par de incidentes serios con fuerzas de la ONU desplegadas en el sur libanés sumaron ingredientes a un complejo tablero donde no sólo Israel y sus vecinos tienen sus fichas puestas. La irrupción y los disparos de soldados israelíes contra posiciones de cascos azules motivaron las quejas del secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, y de mandatarios europeos como el presidente español, Pedro Sánchez, quien rechazó la posibilidad de retirar a soldados de su país que integran las fuerzas de paz allí desplegadas.
En otra cosa
Con tibios pedidos de contención y renovadas promesas de abogar por una tregua más duradera tras la muerte de Sinwar, el gobierno de Estados Unidos parece enfocado en sus dilemas internos. Y es que en poco más de dos semanas se sabrá si la poderosa nación norteamericana elige por primera vez en su historia a una mujer como presidenta, o si los votantes devuelven a la Casa Blanca al excéntrico magnate que cuatro años atrás perdió su reelección frente a Joe Biden, y se fue sin reconocer su derrota e instigando el caos que promovieron sus seguidores.
De cara a los comicios del 5 de noviembre hay una ligera ventaja de entre dos y 2,5 puntos en el promedio de encuestas nacionales para la actual vicepresidenta, Kamala Harris, por sobre el ex gobernante Donald Trump.
Pero en el sistema de Colegio Electoral estadounidense donde, salvo en Maine y Nebraska que tienen reparto proporcional, todos los electores de cada estado se asignan a quien haya ganado en ese distrito aunque sea por un voto, puede haber resultados para la polémica. Albert Gore superó a George W. Bush en el cómputo global de las elecciones en el año 2000, pero el republicano triunfó en estados clave y sumó más electores entre los 538 que designan a quién encabezará el gobierno. Algo similar le sucedió a Hillary Clinton, que pese a obtener en el país dos millones de votos más que Donald Trump, fue derrotada en 2016 por esa instancia de votación indirecta que data de hace más de 200 años.
En ese escenario de marcada paridad, de siete estados cuyo electorado tiene comportamiento oscilante y donde la cantidad de gente que movilice cada partido será clave, ni a Harris ni a Trump les conviene que el polvorín de Medio Oriente estalle del todo. Más allá de la alianza estratégica que ambos han prometido mantener con Israel, la actual vice reclamó retomar el diálogo y las negociaciones hacia un Estado palestino. La “causa” de este pueblo o “contra el genocidio en la Franja” ganó espacio durante meses en algunos campus de universidades estadounidenses, como ante lo había hecho en países de Europa.
Llegar a los 270 electores necesarios para vencer dentro de 15 días, demanda una estrategia proselitista equilibrada, que no incomode a ningún lobby pero tampoco desdeñe por omisión apoyos de sectores movilizados por diversas cuestiones.
Balas de indiferencia
La espiral de violencia en Medio Oriente es acaso la más candente pero no la única que agita por estos días el tablero mundial.
Es cierto que ante el terror y el contraterror, que a diario siembran de víctimas tierras sagradas para los tres grandes credos monoteístas, hay influyentes gobernantes o líderes globales que miran para otro lado o fingen demencia. Pero hicieron o hacen lo mismo con otras guerras y conflictos olvidados, que matan con balas y misiles, pero también con hambre e indiferencia.
Puede mencionarse a Yemen, sumida desde 2014 en una guerra civil pero con demasiados actores externos, que recrudece cada tanto y cuyo recuento lúgubre elevaba hace un par de años a 380 mil los muertos entre combates, bombardeos y crisis humanitaria.
O podríamos citar los más recientes datos de Sudán, en guerra interna desde abril del año pasado que ya desplazó de sus hogares a unos 10 millones de personas, con siete millones que desde julio pasado no tienen acceso a alimentos suficientes y para quienes el agua es un bien muy escaso.
O la guerra en Ucrania, que hace mucho dejó de ocupar espacio en portadas y portales, a los que a veces retorna con noticias que suman incertidumbre. Como la que alude a las denuncias del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, abonadas por su par surcoreano, Yoon Suk-yeol, acerca de que entre 1.500 y 12 mil soldados norcoreanos viajaron o viajarán a Rusia. Para “entrenarse”, según una versión; para luchar este conflicto iniciado en febrero de 2022, según otras.
La falta de efectividad de la ONU para prevenir o sofocar conflictos generó discursos críticos y variopintos en la última Asamblea General. El presidente Javier Milei, fustigó al organismo y dijo que Argentina abandona su neutralidad histórica y se aparta de la Agenda 2030. Un mensaje enérgico que se evaporó hasta el ridículo al comprobarse que fue plagiado de la serie The West Wing interpretada entre otros por Martin Sheen. Pero a eso también hay quienes prefirieron no verlo.
En las altas esferas del poder, de tanto fingir demencia, a veces se la termina padeciendo.