El exlíder de Callejeros se presentó con su banda Don Osvaldo cuando dieron las 20.30 en punto del pasado (y helado) jueves 14 de junio. En una jornada teñida por noticias impactantes, la que podría haber sido una de las destacadas del día, terminó siendo el corolario de una jornada de aborto legal, dólar en alza y renuncias en el Gabinete.
Minoría intensa. Nada de eso parecía importarle a la modesta (y buscada) multitud que viajó desde toda la Argentina y países vecinos para ver a este mito extraño del rock argentino. Es que, según explicó José Palazzo -productor del show- por razones de contención psicológica del cantante, en lugar de hacer un gran estadio como el Kempes, decidieron realizar 10 shows en los que se venderán alrededor de 5 mil tickets por pasada.
Así, hasta el 1 de julio, esa zona de barrio Alberdi repetirá una postal que combina la emoción del encuentro de los seguidores con El Pato, por momentos agrio, por momentos dulce. Rock después de cárcel. Tras 14 años del trágico concierto que se cobró la vida de 194 personas (y por el cual Patricio Santos Fontanet y el bajista Cristian Torrejón –también de regreso al show–, fueron condenados por incendio culposo seguido de muerte y cohecho activo), es imposible separar el mito construido alrededor del cantante y su primera banda de esa noche trágica. Algunos entienden que Fontanet cumplió su pena y tiene derecho a trabajar; y otros, a pesar de esto, no logran separar su imagen, y su responsabilidad, de tanta muerte innecesaria.
Fontanet fue liberado el 2 de mayo. Era el único integrante de Callejeros aún detenido por Cromañón. Cumplió dos tercios de su condena y recibió la libertad condicional. Está limitado a solo trabajar como músico. Es decir, no puede participar de ninguna instancia de producción u organización de conciertos ni tampoco hablar de la tragedia o la causa. Tal vez por eso habló poco en el escenario. Recién cuando comenzaba a sonar el cuarto tema, dijo: “no saben lo que ha costado llegar hasta acá, hijo”.
Fenómeno persistente. En este marco, el rock barrial de los 90 goza de una vitalidad inesperada. Ante tanta muestra de sofisticación y diversidad en la escena musical argentina actual, persiste en la estética de Don Osvaldo, y de otros, esa raíz simple y efectiva. La propuesta, de esta manera, es una gran canción sin demasiados matices con una lírica emotiva y directa que atrapa a los fanáticos de la banda, una en muchas. Sucede que el sello sirve para agrupar las canciones de los dos proyectos anteriores: Don Osvaldo es, también, Callejeros y Casi Justicia Social. Las tres en una y así lo demuestra la lista de temas.
Rigor extremo. Dados los antecedentes no resulta exagerado que el espacio donde se presenta Fontanet esté rigurosamente vigilado y controlado. Además de la venta de tickets por debajo de la capacidad del lugar, se montó un operativo digno de un show de mayor dimensión. Con un vallado que se extendía una cuadra a la redonda, ambulancias a la vista, los ahora ya habituales puestos gratuitos de hidratación y la presencia de personal de seguridad atento a cualquier necesidad o problema que pudiera suscitarse. También la producción se esmeró en la puesta: luces, sonido y pantallas daban cuenta de una prolijidad manifiesta.
Pibes y pibas. Sorprende tanto la presencia de gente más grande en el público –algo habitual en una cultura que tiene más de 60 años– como la de muchos de los asistentes, probablemente alrededor de sus 20, que ven al Pato por primera vez en sus vidas y cuya devoción llega a través de parientes o amigos más grandes. “¡Escuchenló, escuchenló, escuchenló, la mejor banda de rocanrol, es Callejeros la p… madre que lo parió!”, cantaban los asistentes al regreso de Fontanet mientras esperaban que se levantara el telón. Eso sucedió minutos después de lo pactado, porque Rocanroles sin destino se escuchó detrás de la tela que ocultaba al exCallejeros y los siete músicos que lo acompañan, mientras el pogo no reconocía límites.
La situación se puso más intensa cuando por fin se vieron los ojos tristes de Fontanet, con ese andar cansino que lo caracteriza, tal vez más acentuado por el paso de estos años duros. Avanzado el concierto los ánimos se fueron aplacando, ganaba, por momentos, la melancolía a la euforia. En otros, simplemente el reencuentro con el ídolo que no se asume como tal, que sigue intentando presentarse como un pibe de barrio, con imágenes de subir, imágenes de soñar.