La economía de Argentina está en recesión desde el segundo trimestre de 2018, y aunque en el tercer trimestre de 2019 es probable que se confirme la salida de dicha situación, se trata del efecto positivo de una gran cosecha del campo, y su derrame sobre el transporte, la maquinaria agrícola y la agroindustria, pero que en el salario real hasta mayo pasado aún mostraba caídas, y con ello el consumo de la población.
De modo que una actividad económica recesiva, con inflación anual de 48% en 2018 y que podría resultar de 41% en 2019, ha hecho perder apoyo político al oficialismo nacional en 2018 y una parte de 2019. A ello se suman los fuertes reajustes de tarifas de servicios públicos ocurridas con el actual gobierno, que hacen perder votos especialmente en la clase media que se encuentra más cercana al grupo de la población de menores ingresos, por cuanto se trata de familias que han sufrido de lleno la disminución en el poder adquisitivo de los salarios, generalmente no acceden a tarifas sociales y tampoco se beneficiaron con algún alivio ocurrido en los últimos dos años en el impuesto a las ganancias.
Una porción de la población vota “con el bolsillo”, y esa no es buena noticia para el actual oficialismo. Pero otra porción vota con una perspectiva de más largo plazo, no solo en función de su bienestar económico presente, sino que tiene en cuenta también lo que ocurre con las variables fundamentales de la economía, esas que no definen tanto cómo le va a la economía en el presente, sino más bien cómo le va a ir en los próximos años.
Aquí se inscriben el resultado fiscal, el resultado comercial, la competitividad estructural y cambiaria, la deuda pública, la balanza energética, entre otras variables de relevancia, en las cuales, si se compara la situación de 2015 versus la de 2019, el actual oficialismo ha hecho avances significativos en muchas de ellas.
Este segundo grupo de la población es proclive a brindar una segunda oportunidad a la actual administración de gobierno, antes que optar por quienes generaron la mayor parte de los problemas que finalmente derivaron en las consecuencias económicas negativas de los últimos años.
Por caso, la inflación con Mauricio Macri resultó en promedio más alta que con Cristina Fernández de Kirchner, pero en los próximos meses resultará más fácil su reducción, por cuanto ya no existen tarifas ni tipo de cambio artificialmente bajos que deban recuperarse con fuertes ajustes, y la política monetaria está haciendo su trabajo para bajar de manera progresiva la inflación.
Si bien el fuerte aumento de tarifas observado con MM le ha hecho perder el apoyo político de muchas personas, el reordenamiento del sector energético está dando sus frutos y en lo que va del año no se observa déficit comercial en energía, cuando con CFK el déficit se acercó a siete mil millones de dólares anuales hacia el final de su mandato. Las tarifas de energía cubren ahora un 80% del costo de generarla, cuando en 2015 cubrían solo un 15%, y si bien la suba en tarifas de energía y transporte y precios de combustibles ha significado un impacto importante sobre los presupuestos familiares, se ubican aún en niveles inferiores a los de algunos países vecinos. Un tipo de cambio alto implica que los salarios sean bajos, y viceversa.
Por eso cuesta entender la reciente afirmación de un candidato a presidente de la Nación, acerca de que el tipo de cambio actual se encuentra subvaluado, y que en su mandato gobernaría con un tipo de cambio más alto, a la vez que promete aumentar los ingresos de la población. Se trata de medidas incompatibles en el corto plazo. Salvo que su intención sea que el tipo de cambio suba mucho ahora, con el actual gobierno, de modo que se reduzcan adicionalmente los salarios reales, para así erosionar las chances electorales del oficialismo, y le permita luego aplicar una política de recuperación salarial desde diciembre, a partir de niveles muy bajos. Algo similar a la oportunidad que tuvo Néstor Kirchner al inicio de su mandato, una vez que Duhalde licuó salarios con la gran devaluación del peso ocurrida en 2002 (salarios industriales pasaron de 1.000 a 350 dólares), y que fue desaprovechada para generar crecimiento económico a largo plazo por parte de los gobiernos de NK y especialmente CFK.
Si el BCRA logra mantener el tipo de cambio nominal estable en los meses previos a las elecciones, generará una leve apreciación del peso hasta fin de año, lo cual sería un mal menor que podrá corregirse sin mucho esfuerzo a partir de diciembre, ya sin la espuma de la incertidumbre política, siempre que quienes resulten electos inspiren confianza interna y externa.
Un escenario alternativo, con una suba abrupta del tipo de cambio antes de las elecciones, en presencia de una sociedad e inversores externos muy sensibles y posicionados para actuar rápidamente, podría desatar una fuerte corrida cambiaria con negativas consecuencias económicas y sociales.
Marcelo Capello es presidente de Ieral