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MIGRANTES: A MERCED DE LA DESESPERACIÓN Y LOS TRAFICANTES

La repetida tragedia de los ahogados en un mar de indiferencia

El naufragio –frente a las costas de Calabria– de una precaria embarcación abarrotada de hombres, mujeres y niños que huían de guerras, persecuciones o hambre, vuelve a interpelar a los gobiernos de la Unión Europea. El Mar Jónico devolvió 67 cuerpos sin vida, pero según estimaciones de Naciones Unidas y autoridades italianas, los muertos superarían el centenar. Desde 2014 la cifra de migrantes muertos en aguas del otrora ‘Mare Nostrum’ ronda los 25 mil. El naufragio de hace una semana frente a las costas de Calabria no es el primero ni será, lamentablemente, el último.

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INVESTIGACIÓN. La fiscalía italiana busca determinar por qué los equipos de rescate llegaron demasiado tarde cuando habrían sido advertidos seis horas antes sobre la situación del navío. | AFP

La fría crónica diría que la precaria embarcación de madera, de apenas poco más de 20 metros, colapsó de noche, en medio de una tormenta, muy cerca de la playa de Steccato di Cutro, en la costa calabresa que besa al Mar Jónico.

Los reportes sobre la cantidad de personas que iban a bordo, así como los de sobrevivientes y víctimas irán actualizando sus cifras con el correr de las horas y los días. Ciento setenta, doscientos, doscientos cincuenta, sería el número no confirmado de quienes se subieron en el puerto turco de Esmirna a lo que debía ser el viaje hacia una nueva vida. Sólo 82 lograron llegar por sus propios medios a tocar tierra. Sesenta y siete son los cuerpos que el mar devolvió inertes sobre la arena, entre tablas y listones hechos añicos. Más de cien serían en total los muertos según estimaciones de Naciones Unidas, de autoridades costeras italianas y grupos de rescate. Entre ellos, al menos 20 niños.

La travesía iniciada cuatro días antes en un emblemático puerto del Mar Egeo terminó entre la noche del sábado y la mañana del domingo pasados del modo más trágico.

Muchos cadáveres nunca serán recuperados. Y entre los muertos cuyos restos fueron trasladados hasta el Palacio de Deportes de Crotone hubo féretros sin nombre ni datos personales. A veces, la invisibilización de los desesperados les despoja hasta de su propia identidad.

Es la historia del enésimo naufragio de migrantes que buscan huir de las guerras, la represión, la persecución, el hambre... Esta vez, la barcaza que el oleaje hizo colapsar en mil pedazos estaba abarrotada sobre todo de ciudadanos sirios, iraquíes, afganos y, en menor medida, paquistaníes e iraníes. Algunos llegaron a pagar hasta ocho mil dólares a traficantes de personas que les prometieron llevarlos hasta una Europa que hace años ha cerrado puertas y endurecido controles.

 

Lista fatídica e interminable. A medida que nuevos muros y vallas se levantaban en las fronteras terrestres de países del Viejo Continente las rutas marítimas, casi siempre más largas y peligrosas, fueron el camino a ninguna parte de pateras, cayucos, botes vetustos o improvisadas balsas que zozobraron y engrosaron las avergonzantes estadísticas de un mundo desigual.

El naufragio de hace una semana frente a las costas de Calabria no es el primero ni será, lamentablemente, el último. Lo más irritante del caso, más allá del dolor, la impotencia o la indignación que producen las imágenes de tanta gente a la deriva, es la cada vez más exigua repercusión que este tipo de tragedias tiene en los medios y la nula empatía de gobiernos o políticos que hacen de la xenofobia una bandera.

La ultraconservadora Giorgia Meloni, primera mujer en encabezar un gobierno de Italia, sostiene que el problema de la migración debe resolverse en ‘colaboración’ con los países de origen de quienes pretenden afincarse en la Unión Europea. Claro que para la primera ministra ultraderechista esa ‘colaboración’ supone como prioridad “acabar con la migración ilegal” e incluye erigir más muros y obstáculos para disuadir a quienes buscan dejar el África subsahariana o los convulsionados países asiáticos.  

Meloni firmó el año pasado un polémico decreto que permite bloquear y sancionar económicamente a Organizaciones No Gubernamentales que, desde hace años, trabajan en el rescate o socorro de quienes quedan a la deriva en medio del Mediterráneo y sus brazos locales.

Medidas similares de restricción contra acciones de salvataje aplican Túnez, Malta o la caótica Libia y también se han alentado desde la dirigencia europea en Bruselas. Así, los ahogados y desaparecidos se fueron sumando y multiplicando, año tras año.

 

Guerra de varios frentes. Un recuento de organizaciones humanitarias cifró en 25.975 los migrantes muertos desde 2014 en aguas del otrora Mare Nostrum. Otras fuentes indican que sólo en el Mediterráneo central se cuentan más de 17 mil muertes en los últimos 10 años, por lo que el cómputo general en esta década estaría muy por encima de los 26 mil decesos.

Para tomar dimensión de esas cifras puede citarse que en la Guerra del Donbás iniciada en 2014, entre civiles y combatientes de Kiev, Donetsk y Luganask, se reportaron 14 mil muertos, a los que podrían agregarse los ocho mil civiles que perecieron desde que Rusia iniciara su ofensiva sobre Ucrania hace un año. Ni sumando ambos recuentos luctuosos se llega al número de vidas que se perdieron al intentar sortear al mar como última barrera.

 

En busca de empatía. El 8 de julio de 2013 el papa Francisco I eligió a Lampedusa para su primer viaje apostólico. Fue un peregrinaje cargado de simbolismo hacia la pequeña isla, a menudo destino transitorio de personas ‘sin papeles’ que buscan poner un pie en suelo europeo. 

Tras arrojar una corona de flores en homenaje a quienes no lograron llegar a la otra orilla, fustigó lo que definió como “la globalización de la indiferencia” y condenó “la cultura del descarte”.

“¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro; no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!” se lamentó el pontífice argentino en su posterior homilía. El Papa volvería a aludir a un Mediterráneo convertido en cementerio de migrantes ante cada nueva tragedia.

En abril de 2015 más de ochocientas personas, entre ellas doscientas mujeres y cincuenta niños que habían zarpado desde Libia naufragaron a unas 120 millas de las costas italianas. Y a comienzos de septiembre de ese mismo año el mundo se conmovió con la historia del pequeño Aylan Kurdi, cuyo cuerpo sin vida hallado en una playa turca interpeló a una humanidad que eludía mirar el drama de los desplazados. Pero la empatía por tanto dolor duró poco en discursos oficiales y en redes sociales.

Y los naufragios se siguieron repitiendo, truncando de modo fatal miles de historias.

 

Vivir sin dejar morir. “Nuestros valores europeos también se ahogan en el mar cuando salvar vidas está más perseguido y castigado que dejar a las personas morir”, sentenció con amarga justeza en 2019 Erik Marquardt, eurodiputado alemán enrolado en Los Verdes.

“El gobierno de Italia y la Unión Europea deben dejar de criminalizar la migración y la ayuda humanitaria”, dijo hace apenas unos días Sergio Di Dato, coordinador en Médicos Sin Fronteras, una de las organizaciones humanitarias a las que el Ejecutivo de Meloni ya impuso multas previstas para quienes ayuden a refugiados o migrantes. Esas sanciones, que pueden llegar a los 50 mil euros y al bloqueo temporario de embarcaciones, han sido denunciadas también por grupos como Open Arms. Según esta ONG, el actuar en naufragios como el de Steccato di Cutro, en el sur de la península, implica el traslado de los rescatados a puertos del norte italiano, lo que obstaculiza la labor de los socorristas y los aparta temporalmente del sitio donde puede ser más necesaria y urgente su presencia.

Esta semana solo el presidente italiano, Sergio Mattarella, presentó sus respetos y condolencias ante los sesenta y siete ataúdes dispuestos en el estadio cubierto de Crotone. La solidaridad de gobernantes europeos o de otras potencias occidentales con los refugiados y desplazados que huyeron de Ucrania no tiene su correlato en el trato que la UE o la Otan dan a otros migrantes.

La noticia del naufragio frente a Calabria apenas trascendió en medios de prensa internacionales. Ni siquiera el recuerdo del pequeño Aylan Kurdi se activó en la memoria al saber que 20 niños se ahogaron el fin de semana pasado en el Jónico.

 

Todos somos migrantes. Amén del paso de pueblos y civilizaciones enteras surcándolas en otros siglos o milenios, desde esas aguas partieron decenas de miles de emigrantes europeos, en busca de ‘hacer la América’ o de algo de paz aquí.

Trebisacce es un pueblo cercano a Steccato, también calabrés y bañado por el Mar Jónico. En un día cualquiera de 1934, después del horror de la Primera Guerra y antes de que se desatara la Segunda, hubo quienes partieron de allí hacia el puerto de Nápoles, para embarcar luego con destino a la Argentina. Así llegó, con apenas siete años, la italiana que 15 años después se casó con un argentino y formó una entrañable familia de seis hijos, de los cuales quien escribe estas líneas es el menor.  

“El Mediterráneo es la frontera y por tanto el lugar de encuentro de tres continentes que se tocan en él… Ni las personas, ni los estados, ni los continentes pueden seguir ignorándose”, advirtió Francisco tiempo atrás.

Ojalá otros encuentros ayuden a dejar atrás tantas tragedias pronto. Mientras, en lo profundo del mar buscan rastros de quienes mucho antes del último naufragio habían sido sumergidos en el olvido por el mundo más acomodado.