Si en 1985 Marty McFly y el doc Emmett Brown hubiesen puesto proa hacia este 2022 con su DeLorean, se hubieran convencido de que su experimento falló y no pudieron viajar al futuro. La amenaza de una catástrofe nuclear por controversias entre Washington y Moscú no representaría para ellos ninguna novedad, como tampoco la eterna negociación de Argentina con el FMI, un romance tan tóxico como el de María y Tony en “West Side Story”. Por otra parte, la reina Isabel II sigue habitando el palacio de Buckingham, cada tanto reponen los capítulos de “El Zorro” y Chiche Gelblung es enviado como corresponsal de guerra. Parece que hubiéramos ingresado en un bucle del tiempo, más enrulado que el pelo de la Mona Jiménez.
Con la atención clavada en el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, el mote de “bicho traicionero” se le adjudica ahora a Vladimir Putin, a la vez que se levantan las restricciones como si el Covid hubiera huido espantado por los misiles y no por la vacunación masiva. Tal como ocurrió con los hot pants, el slip y las camisas leñadoras, muchos creen que el barbijo ha pasado de moda y que sus bocas y narices pueden volver a funcionar como regaderas de microgotas de Flügge sin que eso constituya peligro alguno. Por más que los sanitaristas se obstinen en recordar que no se deben relajar las medidas de protección, hay quienes no respetan la distancia social, ni siquiera cuando las axilas de su interlocutor huelen a coliflor hervido.
Lo que exuda pésimo olor, según la argumentación opositora, son los términos acordados con el Fondo Monetario para el pago de la deuda externa, cuya letra chica estaría en cuerpo 6 de tipografía y en idioma esperanto. Despierta sospechas un punto en el que se nos obligaría a desembolsar una cuota de 20 mil millones de dólares el día en que Argentino de Monte Maíz ascienda a la Primera División del fútbol nacional, condición no tan improbable después de que el club clasificó para el Federal A. “Si ese equipo sigue de racha, se pudre todo”, me comentó un economista, que como tal es capaz de proferir una mala perspectiva tras otra durante 24 horas consecutivas.
En la apertura de sesiones ordinarias del Congreso, cuando el presidente Alberto Fernández mencionó la cuestión de la deuda en su discurso, la coalición gubernativa y la opositora se partieron al unísono como un queso. Los diputados y senadores del PRO se retiraron y dejaron colgadas de sus bancas banderas de Ucrania, aunque por el tenor de sus críticas a la política oficial, más coherente hubiera sido que colgaran banderas de remate. La mayoría de los radicales se quedó en el recinto, quizás para hacer más evidente la ausencia de Máximo Kirchner, quien dentro del Frente de Todos pasó de ser “jefe de bloque” a “bloquear al jefe”.
En la ciudad de Córdoba, el intendente Martín Llaryora puso en marcha el año legislativo en el Concejo Deliberante, donde el tratamiento de la prohibición del juego online podría obstaculizar la catarata de distinciones, reconocimientos, homenajes, declaraciones y beneplácitos que suele amenizar los debates. La preocupación por impedir las apuestas en línea, podría extenderse también a quienes juegan al metegol por la ficha y a los que organizan carreras cuadreras de ratones y de cucarachas en las inmediaciones de las fondas suburbanas. “El apostador corre el riesgo de convertirse en un adicto”, me dijo en un audio un concejal, mientras entraba a una agencia de quiniela para jugarle unos pesos al 17 (la desgracia), después del bombardeo a la planta de Zaporiyia.
Como parte de ese panorama desolador que nos rodea, esta semana se repitieron las colas de jubilados en los bancos, esta vez para cumplir con el trámite de la fe de vida y así poder cobrar sus magras retribuciones. Algunas entidades bancarias habrían implementado, además del reconocimiento facial, la instalación de espejos para determinar si quien pretende acceder a la prestación jubilatoria es un zombie, un vampiro o un alma en pena. Cajeros de dilatada trayectoria han relatado experiencias paranormales, sobre espectros que se han acercado a la ventanilla y han solicitado que se les abone su jubilación en billetes de cien, aun cuando han muerto hace varias décadas. ¡Así no hay sistema previsional que aguante!
(*) Sommelier de la política