Apenas amanecía el año 2021 cuando entrevisté a una profesional para incorporarla a mi equipo de trabajo: su condición no negociable fue de que, en cualquier caso, quería mantener su independencia en la relación. Ese “habitus” resultó en una relación de trabajo amena y fructífera.
Ya al graduarme, mientras mis nóveles colegas se aglutinaban como empleados de los organismos recaudadores, elegí sin dudarlo el ejercicio liberal de la profesión. Por instinto, actué desde el primer momento como un “utilitarista”.
Adopté el principio de la mayor felicidad: todas mis acciones serían correctas si, con independencia de su naturaleza, resultaban útiles para la máxima felicidad posible, de modo hedonista. No se trató de una incitación al placer fácil e inmediato (como en el hedonismo antiguo, griego), sino de calcular los efectos a largo plazo de las acciones, tal que, el saldo final fuera más placentero que doloroso. Tampoco pretendí alimentar el egoísmo y me propuse corregir ese primer impulso. Comprendí que el mejor modo de fomentar el propio interés era promover el interés general. Imparcialidad fue la regla para que el saldo final fuera el mejor. Esta, y la independencia, son conceptos fusionados.
En mi labor secundaria, la periodística, la independencia y originalidad son los valores más preciados; es por eso que hay que soportar estoicamente los cuestionamientos dolorosos de los presuntos “eruditos”.
Moralidad y racionalidad
En general, se tiene por egoísta al que se interesa en el bienestar de los demás solo en la medida en que eso redunda en bienestar para sí. El principio del interés propio es el rector de la conducta racional. El enfrentamiento entre interés egoísta racional y moralidad es el punto de partida para llegar al sometimiento de aquél a ésta.
La invalidación del egoísmo racional no debe ser entendida como una contradicción de tipo lógico. Immanuel Kant llamó al deber de la solidaridad un deber imperfecto para con los otros, debido a que la máxima insolidaridad universalizada no puede ser querida por un agente racional; lo más racional es obrar conforme a la moralidad.
Entendí erróneamente en mis primeros años de independencia utilitarista que estaba cumpliendo con mi deber de solidaridad positiva, pagando contribuciones, tasas e impuestos; fui viendo que, con el relato de la “justicia social”, proliferaban los tributos y un estado clientelar, autoritario y desmesurado. Era el camino a la dictadura de los demagogos y a la decadencia moral y económica.
En mi círculo intelectual no hubo un ideal “cooperativo” sustituto. Mi propia lógica me indicó ejercer la docencia práctica y compartir con amigos mis “tesoros”: los libros, mis escritos, mis árboles centenarios. Pero de nuevo: hay que permanecer imperturbable, ya que las mentes rústicas confunden la acción cooperativa con ostentación.
Pero para alivio surge Kaspar Hauser: “La ventaja de ser inteligente es que uno puede pasar por bruto, lo contrario es casi imposible”.
Gestor de patrimonios financieros y Contador Público
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