En mi entrega anterior me referí a la influencia del “nacionalismo” en la decadencia argentina. En verdad, la fragmentación del sector es un calco de la segmentación nacional.
La caleidoscópica lista incluye al nacionalismo liberal, el populismo yrigoyenista, el populismo peronista, el militarista, el de Leopoldo Lugones (fascista no anglófobo), el de Manuel Galvez/Ricardo Rojas (teosófico, no católico, semi-liberal, Yrigoyenista y antiperonista), el de Julio Irazuzta (anglófobo y/o anglófilo) y el “autentico” (católico, de derecha, aristocrático, de elite u oligárquico).
Solo una línea sobre el origen: fueron los contrarrevolucionarios franceses del siglo XIX. Era una teología política teocrática, internacionalista y católica.
El caso argentino más curioso es el Julio Irazusta (1899-1982): estudió en el Balliol College de Oxford, Gran Bretaña. En Francia conoció al líder de Acción Francesa, Charles Maurras y adoptó sus ideas y en Italia simpatizó con el fascismo. Irazusta era crítico de la democracia y la libertad de cultos, lo que era para él una conspiración anticatólica. Afirmó que era preferible una guerra civil antes que un gobierno izquierdista. Lo contradictorio era que, admirando ostentosamente todo lo británico, sustentara un distanciamiento respecto de la democracia de sufragio y una remodelación drástica de las reglas de juego político, antes que cualquier elección. Sus discursos mencionaban continuamente la necesidad de restaurar el orden, la propiedad y las jerarquías. Sin embargo, a diferencia de los fascismos, Irazusta consideraba que la clave del sistema político era el ejército y no las organizaciones paramilitares.
El principal cuestionamiento de los nacionalismos a los liberales es que tienen un pensamiento europeo “exótico”. Paradójicamente todas, sin excepción, las teorías “nacionalistas” derivan de ideologías europeas marginales.
El nacionalismo tiene tal importancia que impregnó toda la vida doméstica en el siglo XX y lo sigue haciendo en el actual. Sin embargo, ha incidido más en el plano ideológico que en el político.
El discurso apócrifo
Los grafitis son una modalidad de pintura libre, ilegal, realizada en espacios urbanos. Sus orígenes se remontan al Imperio Romano. Son de carácter satírico o crítico. Los del mayo francés son, quizás, los más reproducidos e ingeniosos: “Decreto el estado de felicidad permanente”, “Prohibido prohibir”, “No me liberen, yo basto para eso”, “La imaginación al poder”.
En los escritos callejeros se resume la demagogia nacionalista local: “Yankees go home”, “¡Ni yanquees ni marxistas, peronistas!”, “Contra el Imperio: guerra o muerte”, “Ni izquierda ni derecha”, “Patria sí, colonia no”. Todos sugieren una gran confabulación mundial en contra del desarrollo argentino.
Personalmente, y si tengo que mostrar mi dosis de fanatismo, prefiero el grafiti de la calle Arturo Orgaz: “Nací para amarte, vivo para alentarte”.
Gestor de patrimonios financieros y Contador Público
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