Nicolás Tevez se sumó en 2019 al equipo del Instituto de Cultura Contemporánea (ICC) para colaborar en temas pedagógicos y en la formalización de propuestas para presentar ante el Ministerio de Educación y conseguir así puntaje docente.
Pandemia mediante, durante 2020 coordinó ‘Aulas y pantallas’, un curso a distancia orientado a revisar, discutir y proponer nuevas maneras de abordar los procesos de enseñanza y aprendizaje.
En diálogo con Perfil Córdoba, Tevez remarcó la necesidad de conectar la escuela con otros espacios de la vida digital, aunque indicó que lo presencial es irremplazable. Además, señaló que el aislamiento ayudó a los docentes a correrse del enciclopedismo y a apelar a sus capacidades de inventiva.
—Darío Sztajnszrajber dijo que el aula tradicional murió y que había que reinventarla. ¿Cuál es tu mirada al respecto, teniendo en cuenta que en el marco de la pandemia hubo que salir rápidamente a modificar el sistema de enseñanza?
—La escuela tradicional y el formato pedagógico con los cuales fue creada, y que tenía que ver con cosas que pasaban en la sociedad en ese momento, hoy requiere muchos cambios. La pandemia logró abrir las puertas del aula hacia la realidad y conectarla con otros espacios, que tienen que ver con lo digital. Pero más allá de que la presencialidad sea más que necesaria en muchos aspectos, sobre todo en la educación formal y de menores de edad, hubo una oportunidad de poder conectar esa presencialidad con ventanas digitales que permitieron un enriquecimiento. Esto requiere animarse a lo que viene y hay un montón de condiciones y recursos que se tienen que tener como piso para llevarlos a cabo. Pero lo fundamental es aprender y retomar las experiencias que diferentes escuelas pudieron construir, para no volver a la tradicional fotocopia y a las cuatro, seis u ocho horas de escuela presencial.
—¿Creés que vamos hacia formatos híbridos entre lo digital y lo presencial?
—No imagino una educación exclusivamente digital, donde máquinas o softwares reemplacen la tarea del docente, porque eso es irremplazable. A l igual que lo presencial, con el contacto, los gestos y las miradas. Sí creo que se podría articular de una manera que permita a los estudiantes y a los docentes involucrarse desde un lugar más activo; que a través de estos canales digitales, que articulen con la presencialidad, se puedan construir situaciones más participativas de todos los actores.
—¿Estaban preparados los docentes para reconvertirse tan rápido? ¿Cuál es el balance de este año educativo?
—No estaban preparados al 100%. Porque más allá de las condiciones materiales hay una cuestión fundamental. No soy partidario de hablar de la vocación docente, sino más bien del compromiso con una tarea que considero que es política. Y creo que a partir de la movilización de ese compromiso, se pudieron construir cosas muy interesantes ante algo inédito y para lo que no estábamos preparados: el cambio abrupto de lo presencial a lo enteramente virtual.
En el curso que dimos con docentes de distintos puntos del país no se puso el foco en la cantidad de contenidos, que es una mirada bastante administrativa, sino que logramos correr la mirada y pensar en algo que resulte atractivo para sostener los vínculos y construir conocimiento. Eso fue bastante positivo, porque siempre vamos como en piloto automático.
—¿Cómo deben incorporarse las herramientas digitales en las materias?
—Es fundamental que los docentes estén conectados con lo que pasa afuera de la escuela. Porque todo lo que pasa afuera, entra a la escuela. Y la tecnología está presente en todos los ámbitos de la vida. Obviamente que depende en muchos casos de los recursos económicos y culturales de las distintas poblaciones, pero toda la sociedad se ha ido corriendo hacia ese escenario digital y la escuela no puede quedar ajena. Existe el miedo de que en Internet está todo y el que está con un celular puede googlear una fecha, por ejemplo.
Pero el conocimiento no es solo la memoria, ni saber fechas o hacer cálculos porque tenemos una calculadora en el bolsillo. Son otras las competencias que se tienen que adquirir y es en ese escenario donde nos tenemos que involucrar sin temor a que eso implique una pérdida de autoridad o control sobre los estudiantes.
—¿Desde dónde debería producirse ese cambio?
—Es complejo, porque entran en juego muchas aristas que componen al sistema educativo. De un lado, la responsabilidad de los docentes para generar propuestas. Por el otro, el currículo, las políticas y las condiciones de trabajo que hacen que el docente pueda actuar. Los currículums deberían revisarse de manera metódica. En Córdoba hace más de cinco años que está el mismo diseño curricular. Aunque, sí es cierto que ahora se basan más en cuestiones que tienen que ver con Internet, el trabajo colaborativo y el pensamiento crítico. El desafío de los docentes y los equipos de gestión de las distintas escuelas es que eso se lleve a cabo. Creo que, pandemia de por medio, hemos ganado y conquistado mucho. He visto muchos docentes involucrados con espacios tecnológicos y otras instancias digitales para poder dar clases. Estaría bueno recuperarlo cuando retorne la presencialidad.
—Cuando se habla de incorporar el uso de herramientas digitales, ¿de qué herramientas hablamos?
—De lo que el docente considere que puede servir para enriquecer una propuesta de enseñanza adecuada al escenario donde él sitúa su práctica profesional. En el caso de los adolescentes, el meme es un recurso muy utilizado. Y muchos docentes se han animado a su uso y han logrado cosas muy interesantes. En el Monserrat, por ejemplo, que es un colegio con mucha historia y que uno imagina muy cerrado, se han animado a construir propuestas que se salen de los espacios convencionales.
Hay un montón de propuestas como la gamificación, los gif, Tik-Tok, encuestas de las redes. Pero el uso del cine, series, museos y otras propuestas culturales, que se corren del espacio convencional del aula, también son válidos.
—Esto plantea un cambio de paradigma radical en el sentido de lo que significa la escuela incluso en términos físicos, con un profesor al frente y los alumnos sentados en fila en sus bancos.
—Hay cosas de la maquinaria escolar que tenderá a ser modificada. Y cada vez lo vemos más en relación a las actividades que se hacen, con el uso de las redes sociales y la posibilidad de viralizar contenidos a nivel educativo. La escuela significa un tiempo de suspensión con el afuera, pero ese tiempo de suspensión no implica olvidar lo que pasa allí, sino que la escuela pueda involucrarse con ese afuera y a partir de ahí elaborar propuestas.
—Cuáles son los desafíos, las potencialidades y las complicaciones a la hora de incorporar las pantallas a las aulas.
—Crear puentes con lo digital va a enriquecer mucho las propuestas educativas y va a involucrar a docentes y estudiantes desde un lugar más activo y participativo y eso ya genera una potencialidad. En cuanto a los desafíos, tiene que ver con algo que vino a visibilizar mucho más la pandemia: la desigualdad de acceso a Internet. Además de la netbook, es necesario que todas las escuelas tengan buena conexión a Internet. Además, es necesario que haya sitios gratuitos a los que los chicos puedan acceder sin necesidad de que sus padres tengan que pagar planes de Internet o paquetes de datos. Que el desigual acceso a Internet no signifique un distinto nivel de construcción de conocimiento, porque la educación tiene que ser entendida como un derecho. Si bien hay que reconocer los esfuerzos que han hecho muchas escuelas y el Estado mismo, Internet y el acceso público a sitios educativos debe ser algo que se constituya como un desafío a conseguir.
Opinión
Ponerle el cuerpo a la pantalla
Por Marcela Alluz (*)
Un año atípico, impensado, jamás soñado siquiera por los habitantes del mundo. Una película de ficción de la que nos tocó ser protagonistas y de la que las escuelas adquirieron un escenario mayúsculo.
Los edificios se volvieron fantasmagóricos y las chicas y chicos se recluyeron tras las ventanas y bajo los barbijos. Un desafío para el que ningún docente estaba preparado.
Sin embargo, quijotes de carpetas y registros, se instalaron cámaras y micrófonos con el fin de seguir, a como dé lugar, dando los contenidos planeados para este año.
La brecha de la que tanto hablamos se abrió de un modo descomunal, dejando siempre a la intemperie a los descalzos. Hubo niños y niñas que lograron, Internet mediante y madres atoradas en grupos de Whats App, masticar saberes, a través de familias con ánimos de acompañar y capacidad de hacerlo.
Qué de los otros. Siempre.
Qué de aquellos que la economía dejó afuera y condenó al destierro de ese lugar, que era el único sitio donde un adulto podía hacerse cargo de educar, de enseñar, de transmitir con la palabra y el cuerpo conocimientos que de otro modo se vuelven inalcanzables.
Más allá de la buena predisposición y de la vocación, lo ominoso de ciertas situaciones se hizo presente en la ausencia. Poco importará, me parece, qué contenidos se dieron o se dejaron de dar. Aprendieron otras cosas, a convivir con familiares íntimos, a investigar, a preguntar, a manejar celulares con otro fin que el meramente lúdico, al cuidado de ellos mismos y del otro.
La patria, el mundo, se les visualizó como un hogar en el que era preciso cuidar al otro para protegerse uno mismo. La escuela funcionó. Profesoras y docentes inventaron métodos y se hizo la luz y la magia de una voz que en la pantalla, enseñaba.
Mucho se ha dicho sobre un año perdido, sin mirar cuánto se ha ganado y la cantidad de saberes y sabores que masticaron, se han sostenido y construido proyectos, alumbrado esperanzas y se ha armado una red amorosa allí donde los vientos traían discordias, defendiendo la vida en medio del fantasma de muerte. Se ha reinventado la escuela para poder estar juntes a pesar de las distancias.
Y se consiguió así llegar a un fin de año más fortalecidos, más unidos, con muchas ventanas abiertas y muchísimo aprendido.
Porque aunque la presencia es imprescindible, los niños y niñas han aprendido a poner el cuerpo a través de la pantalla.
Quedará pendiente, como proyecto educativo, la manera de llegar a todos aquellos, los desposeídos de siempre. Proyecto que sobrepasa los límites de la escuela y golpea la puerta de nuestros gobernantes.
(*) Licenciada en Psicopedagogía MP 12-3057