El foco de los grandes medios internacionales y de la mayoría de sus repetidoras vernáculas se mantiene en Ucrania y su calvario. Los ejes de la información alternan entre las profusas e incomprobables tesis acerca de una grave enfermedad del presidente ruso, Vladimir Putin, y las imágenes grabadas por la cámara de la paramédica ucraniana Yuliia Paievska, o simplemente “Taira”, durante el sitio a la ciudad de Mariúpol.
Algunas de esas imágenes, grabadas en marzo pasado e insertas en el archivo de 256 gigabytes que Taira (reportada por Kiev como prisionera de Rusia) entregó a periodistas de la agencia AP, revelan la crueldad y el sinsentido de un conflicto no resuelto que, tres meses después, fue resignando espacios en portadas de diarios o revistas, y minutos de aire en noticieros de cadenas multimedia.
Pese a perder parte de la atención y despliegue periodístico que concitaba a fines de febrero, la guerra que ya ha costado la vida de más de cuatro mil civiles y desplazado a más de cinco millones de personas en Ucrania, producido una singular ola migratoria desde ese país hacia sus vecinos occidentales de Europa y causado un cimbronazo en el abastecimiento y precios de cereales, alimentos, gas o petróleo, sigue siendo “el” tema de la agenda internacional.
Sin embargo, en las últimas horas, las miradas y el horror volvieron a tener como epicentro a Estados Unidos, a raíz de la matanza que un chico de 18 perpetró en una escuela primaria de Texas, donde asesinó a 19 niños -que asistían a segundo, tercero y cuarto grado- y a dos maestras que trataron de proteger con sus cuerpos a sus estudiantes.
Terror cíclico. La masacre en Uvalde siguió a otra de tinte racista cometida días antes por otro joven en un supermercado de Buffalo, Nueva York, y ambas pasaron a engrosar una espeluznante lista que incluye 214 tiroteos en los primeros 150 días de 2022 en Estados Unidos, según detalla la organización civil Gun Violence Archive (GVA).
Como era de esperar y sucede de modo sistemático y cíclico cada vez que ocurren hechos similares, tras la masacre de Texas sobrevivieron los discursos demócratas, incluido el del presidente Joe Biden, abogando por más restricciones y las arengas de republicanos como el exmandatario Donald Trump para que nadie avance sobre la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense y su “libertad” para armarse.
Pasado el dolor y los estériles reclamos de familiares de las víctimas, entidades como la Asociación Nacional del Rifle o el poderoso lobby de la industria armamentística casi seguramente lograrán mantener el statu quo en un país que tiene el 4,4 por ciento de la población del mundo pero por el que se negocian sin mayor control el 42 por ciento de las armas declaradas que circulan por el planeta. Así ocurre desde hace décadas.
También hace décadas que en otros lugares hay dramas dignos de llenar por sí solos las tapas de la prensa o el horario central de la TV globales. Siempre, claro está, que no primen otros intereses o que van a contramano de la sensibilidad. Lo que sigue es un incompleto punteo de hechos e informaciones ocurridos en los últimos 10 días que pasaron casi inadvertidos.
Voz silenciada. La semana pasada el diario Haaretz informaba que la policía militar del ejército israelí no abriría una investigación criminal por la muerte de la periodista palestino-estadounidense Shireen Abu Akleh, quien cubría para la cadena qatarí Al Yazira una redada de soldados de Israel en Jenín, al norte de Cisjordania.
Shireen, una voz reconocida e influyente en la cobertura de conflictos en Medio Oriente, y cuyo funeral también se vio enmarcado por incidentes y represión ejercida por militares israelíes contra quienes acompañaban el féretro de la mujer, había sido alcanzada por un disparo en la cara el pasado 11 de mayo. El gobierno israelí culpó de su muerte al accionar de “palestinos armados”. Diferentes testigos, entre ellos colegas de Akleh, aseguraron que la bala que la mató fue disparada por tropas israelíes y la Autoridad Nacional Palestina llevó el caso hasta la Corte Penal Internacional.
Una vida cada 48 segundos. También una semana atrás se divulgó, y pocos medios se hicieron eco de ello, un informe de Naciones Unidas advirtiendo sobre la hambruna que afecta a la región del Sahel y del Cuerno de África, donde –según se especificó- si no se toman medidas urgentes será demasiado tarde para salvar la vida a 35 millones de personas.
“Nadie necesita tanto que se lo ayude como estas dos regiones. Este sufrimiento es consecuencia del cambio climático, aun cuando estos pueblos no han hecho nada para crear este fenómeno”, afirmó Martin Griffiths, responsable de una de las agencias humanitarias de la ONU, luego de recorrer Kenia. Este país, como también Etiopía, Somalía, Eritrea, están sumidos en años de atroces conflictos internos, padecen sequía desde hace cuatro décadas y su presente se ha agravado por un contexto internacional con interrupción del suministro de cereales de Ucrania y Rusia y el consiguiente aumento de los alimentos.
Si hasta aquí las cifras no causaron escozor, basta con mirar una estadística que suscriben las organizaciones humanitarias Oxfam Intermón y Save The Children: el hambre se cobra una vida cada 48 segundos en el África oriental.
Estos números de espanto de los que buscan escapar miles de subsaharianos no parecen conmover tanto como las imágenes en la trampa mortal del Mediterráneo del éxodo de ucranianos. Tampoco se compara el recibimiento que estos tuvieron al traspasar las fronteras de la UE. Sólo las tragedias y zozobras en la trampa mortal del Mediterráneo con que termina su intento por llegar al Viejo Continente, convierten cada tanto en noticia a los migrantes africanos. Eso y la xenofobia que alimentan las derechas ultras del primer mundo.
Cada nueve minutos, un niño. Las guerras de África y sus víctimas no son las únicas olvidadas de estos tiempos. Ocho años ya lleva el conflicto que ha devastado a Yemen. Solo en febrero pasado hubo más de 700 ataques aéreos lanzados por Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos contra los rebeldes hutíes a quienes apoya Irán. Potencias occidentales que intercambian petróleo y armas con la monarquía saudí participan solapadamente de esta contienda que, según la ONU, representa otra de las “peores crisis humanitarias”.
Al menos 377 mil muertes se han reportado en Yemen desde 2014 hasta noviembre del año pasado y el 60 por ciento de tales decesos fueron por consecuencias indirectas del conflicto, es decir, falta de agua potable, hambre, enfermedades. Otro recuento aún más conmovedor, también del Programa de Naciones Unidas para el Desarrrollo (Pnud) indica que durante 2021, cada nueve minutos murió un niño o niña yemení de menos de cinco años.
La Humanidad deberá hacerse cargo algún día de lo que hoy se siembra entre los escombros de este país arrasado. Como deberá responder por las niñas afganas a las que desde hace más de 300 días se les cercenó la posibilidad de asistir a la escuela, entre otros derechos fundamentales.
Acto fallido revelador. Si Putin no hubiera dado en febrero la orden de invadir Ucrania, ¿qué espacio habrían tenido las noticias que se acaban de mencionar sin mayor análisis? Si Suecia y Finlandia no estuvieran a esta hora coqueteando con su ingreso a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan), ¿los medios europeos tendrían transmisiones en vivo desde suelo africano? Los interrogantes no pretenden minimizar las atrocidades de ninguna conflagración, sino marcar una selectividad informativa casi nunca inocente y siempre sesgada.
Casi por casualidad, la noticia del acto fallido del ex presidente estadounidense George W. Bush, desnudó dobles varas y entreveró mundos paralelos hace apenas 10 días.
“Fue decisión de un hombre lanzar una invasión brutal y totalmente injustificada de Irak”, dijo Bush queriendo aludir a Ucrania. “Quiero decir Ucrania… Irak también, de todos”, empeoró su furcio entre algunas risas de su auditorio y una cómplice explicación suya de que el “error” se debía a que ya tiene 75 años.
Las livianas alusiones de Bush a la invasión que él inició con base en pruebas falsas, que costó la vida a miles de soldados norteamericanos y otros tantos iraquíes y en la que además perecieron cientos de miles de civiles, recordaron el perfil de un personaje al que el juez español Baltasar Garzón intentó en vano sentar en el banquillo por crímenes de guerra.
Su desliz, festejado por acólitos tejanos, ocurrió poco después de que Estados Unidos certificara que más de un millón de personas habían muerto en ese país por Covid-19, la pandemia de la que la Humanidad debía salir “mejor”.
Paisajes del mundo líquido donde lo más terrible no cabe en un puñado de caracteres ni se dimensiona en los segundos de una historia fugaz, retocada con filtros.