En Argentina se otorgan alrededor de 12 millones de beneficios no contributivos -lo que llamamos planes sociales-, pero hay 18 millones de pobres. Los planes crecieron mucho en lo que va del presente siglo, pero menos que la pobreza. Esto da pie a acalorados debates: si eliminarlos o no, qué nivel de gobierno debe gestionarlos y cómo articularlos con el empleo. Si bien hay muchas cuestiones a corregir en su diseño e implementación, el tema de fondo es asumir que a lo sumo pueden aportar paliativos. La atención debería estar más centrada en cómo se generen las condiciones para que haya más empleos de calidad. El empleo es la única salida genuina de la pobreza.
Crear empleos de calidad requiere un contexto favorable para la inversión (estabilidad macroeconómica, seguridad jurídica, ordenamiento tributario, mejor infraestructura, etc.) e instituciones laborales que no desaliente las contrataciones. Pero aun cuando se concretaran estos grandes desafíos queda por resolver otro punto clave, que es la enorme decadencia en la educación argentina. El testimonio más contundente es que la mayoría de los beneficiaros de los planes sociales carece del capital humano para reinsertarse en la sociedad productiva.
Se habla mucho de educación como un tema social y de derechos, que sin dudas lo es. Pero la educación tiene una enorme trascendencia económica. Tan fuerte es el impacto de la educación en el desempeño económico de los países que en la teoría económica del crecimiento el principal factor que explica el crecimiento de los países es el capital humano. Dicho de otra manera: no solo para salir de la pobreza sino para salir del estancamiento tenemos que resolver los déficits educativos.
La magnitud de los déficits educativos. En primer lugar, se observa que 1 de cada 3 jóvenes entre 18 a 29 años no finalizó el secundario. Cuando se toma el nivel socioeconómico más bajo, que son las personas que reciben planes sociales, este número es 1 de cada 2. Es decir que la mitad de los jóvenes de este segmento no tiene las competencias mínimas exigidas por el mercado laboral formal. Por eso el año pasado, cuando la empresa Toyota salió a buscar operarios que tuvieran por lo menos el secundario completo, se encontró con que no había trabajadores que cumplieran estas condiciones.
Pero además, de los pocos que terminan la escuela la gran mayoría no acumuló los conocimientos que demanda un empleo de calidad. La semana pasada se dieron a conocer los resultados de las pruebas APRENDER, examen que se realiza a estudiantes de 6° grado de nivel primario de todo el país para medir el nivel de competencia en lengua y matemáticas. En lengua, el 44% de los estudiantes mostró un desempeño menor que el nivel básico, es decir que no saben leer o no atienden lo que leen. Los números muestran un retroceso con respecto a 2018, donde solo el 7% se encontraba en un nivel menor al básico y un 18% en el básico. Los resultados en matemática también muestran un retroceso, aunque de menor magnitud que en lengua. Esto se debe, en parte, a que el desempeño ya era bastante bajo antes de la pandemia: más del 40% obtuvo un desempeño básico o menor en todos los años considerados. Es decir que poco menos de la mitad de los alumnos no saben resolver problemas matemáticos sencillos.
En Córdoba se observa peor desempeño en la tasa de finalización de la escuela secundaria con respecto al total nacional (64% vs. 67%), pero mejor desempeño en las pruebas APRENDER: 33,7% de los estudiantes mostró desempeño menor que el básico en lengua y 31,8% en matemática.
La situación de la educación es una de las evidencias más crudas de la decadencia argentina y también de las más difíciles de revertir. Si bien la pandemia provocó enormes daños, en el cuadro de involución que se viene gestando en la educación desde hace décadas, constituye un percance de dimensiones acotadas. Sería un grave error usar la pandemia como excusa para no asumir que el problema central es que se han desviado los objetivos de la gestión educativa. La meta que debería ser formar estudiantes que puedan desempeñarse en el mercado laboral de manera exitosa fue desplazada por la de tener buena relación con los gremios educativos. Él éxito ya no pasa por la cantidad de estudiantes que egresan y la calidad de las competencias adquiridas en la escuela, sino cómo evitar los paros docentes.
¿Cómo salir de la decadencia educativa? Cambiar la realidad de la educación argentina es una tarea tan importante como compleja, pero es la única manera de solucionar el problema de la pobreza en un marco de crecimiento de la economía. Es imprescindible avanzar en varios frentes de manera simultánea. Pero una cuestión previa es corregir el desvío en los objetivos de la gestión educativa. Poner como meta la formación de los alumnos, en lugar de centrar la atención en el interés de los sindicatos, es un paso ineludible. A partir de esta reorientación de metas pasan a tener sentido el resto de las acciones, incluyendo el mayor presupuesto público.
Para dar este trascendental paso es clave introducir un ordenamiento funcional tomando como eje las directrices que fija la Constitución Nacional. Dado que la responsabilidad de la educación es íntegramente de las provincias, no tiene sentido derrochar recursos en sostener un ministerio de educación nacional pretendiendo co-gestionar las escuelas. Por el contrario, es muy importante que esta estructura nacional se transforme en una agencia de medición de resultados. Esto tiene dos ventajas: dejar de derrochar recursos y generar presión social para que el replanteo de objetivos, desde priorizar el interés de los sindicatos a priorizar el intereses de los alumnos, se materialice más rápido.
Coordinadora de investigación de IDESA