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CóRDOBA
PROYECCIÓN INTERNACIONAL

Paula Miranda: una cordobesa en el Gran Teatre del Liceu

Tiene 43 años y llegó a España allá por 2003. Estudió música en el Domingo Zípoli y teatro en la Escuela de Artes. Trabajó con Cheté Cavagliatto y Santiago Pérez, quien descubrió en ella el interés por la técnica y la invitó a jugar en esa división. Con la práctica como motor, fue creciendo en un oficio que la ha llevado a ocupar un puesto en el área técnica del espacio considerado el mayor coliseo de Barcelona.

Paula Miranda Liceu
DE CÓRDOBA AL LICEU DE BARCELONA. Paula Miranda se instaló en la capital de Cataluña hace casi 20 años. En el Liceu de esa ciudad está a cargo de planificación hasta licitaciones. | Guillermina Delupi

Paula Miranda lleva el arte en la sangre. Vinculada desde temprana edad al mundo artístico, incursionó en el teatro de la mano de la interpretación, pero pronto se sintió atraída por los procesos que culminaban en la puesta en escena y se fue adentrando en ese mundo tras bambalinas.

A su llegada a Barcelona trabajó en la sala Beckett, dedicada a la promoción de la dramaturgia contemporánea, y desde octubre del año pasado integra la oficina técnica del Liceu.

—¿Cómo y cuándo llegaste a Barcelona?
–En 2003. Josep Pere Peyró, un director catalán, viajó al Festival del Mercosur y me llamaron para ayudar con la parte de luces de un proyecto. A partir de ahí empezamos una vinculación con Hernán Sevilla, Fanny Cittadini, Melina Pasadore y Ale Orlando, que acabó en una compañía que vino a presentar un proyecto bajo la dirección de Pere Peyró. Yo venía como ayudante de dirección y de la parte técnica. Estrenamos en la Sala Beckett con este proyecto que era por tres meses y en la mitad del proceso se rompió el contrato. Me ofrecieron cubrir a alguien en el área técnica de la sala y luego un trabajo a largo plazo. Me contrataron y me quedé.

—¿Cómo fue tu formación en Córdoba?
—Estudié música en el Domingo Zípoli y teatro en la Escuela de Artes, que luego se hizo facultad. En el Zípoli cada año se hacía un concierto en el San Martín, entonces la idea de los espacios teatrales ha sido muy común para mí desde pequeña. A los 12 años entré en un taller de teatro que dirigía Jorge Mansilla en la Uepc. Hicimos Bodas de Sangre, también en el San Martín; yo hacía de niña del pueblo.

—¿O sea que empezaste actuando?
—Sí. A los 18 años entré a la universidad a estudiar interpretación, pero a mitad de ese año tuve una crisis y empecé a pasarme al bando del backstage. Pero ya a los 14  había empezado a hacer cosas con Cheté Cavagliatto y Santiago Pérez, como actriz en proyectos grandes. Y cuando empecé la universidad, supongo que Santiago vio que tenía interés en la parte técnica y manual y me empezó a llamar para trabajar. Hicimos un primer proyecto muy grande en el CCEC que también era, casualmente, un homenaje a Lorca.

—¿Y qué pasó con tu faceta de actriz?
—La mantuve en el marco universitario. La crisis que había tenido tenía que ver con el sistema académico en sí, había una parte práctica que a mí me funcionaba mucho más. La sensación de aprender a base de hacer me parece mucho más enriquecedora. Y tener la oportunidad de estar con personas como Santiago y Cheté, que además tienen una volada creativa que no existía en ese momento, era una oportunidad muy grande. Con ellos hice La Divina Comedia: en El Infierno hice un personaje, pero en El Purgatorio y El Paraíso ya estaba más abocada a la parte técnica. Estábamos locos, no he visto en mi vida una cosa similar. Y mirá que he trabajado mucho.

—¿Por el despliegue?
—Y la voluntad, sobre todo. El deseo de hacer lo podía todo, no había dinero, todo era porque estábamos ahí cumpliendo la teoría de que la práctica hace al oficio.

—Volviendo a Barcelona, ¿cuánto tiempo trabajaste en la Beckett?
—Me fui en 2016. Comencé como segunda en el área técnica; yo venía del mundo de la interpretación y de la escenografía, pero no era técnica de luces o sonido. Con el tiempo me pasaron al rol de coordinación. Yo tenía mucha capacidad de aprendizaje e iba avanzando con el crecimiento de la sala. Luego se hizo el nuevo proyecto, en el nuevo edificio. Lo llevé adelante, pero terminé agotada. Inauguramos la sala y pedí una licencia de seis meses sin goce de sueldo; a los cuatro decidí que no volvía.

—¿Y a partir de allí?
—Me fui con proyectos personales. Con mi pareja tenemos un proyecto propio, un teatro desmontable, que tuvimos mucho tiempo en Can Batlló (NdelE: un polígono industrial del barrio de Sants) que tiene un proyecto social hermoso. Se llama 'El Teatrillu' y es una caja escénica que se puede montar en cualquier lugar. Pero está en pausa porque era deficitario. Además, trabajamos con Jordi Colomer, hicimos una Bienal de Venecia construyendo el 90% de lo que se exponía. Luego hice cosas en la Fundación Miró.

El Teatrillu

EL TEATRILLU. El proyecto es una caja escénica desmontable, para llevar teatro a todas partes.

—¿Cómo te encontró la pandemia?
—Haciendo giras como técnica de luces. Pero suspendieron todo y me quedé sin nada. Me puse a coser mascarillas. Cuando se empezó a mover todo me empezaron a llamar para hacer algunas cosas. En mayo estaba haciendo escenografía y luces con una compañía de danza internacional y llamé al coordinador técnico del Liceu por una duda que tenía sobre la ignifugación de suelos. A la semana me llamó él porque un ingeniero del área técnica tenía baja por paternidad y quería saber si yo estaba disponible.

—Y así llegaste al Liceu.
—Primero le dije que yo no era ingeniera y que no podía hacer ese trabajo pero él insistió, me hicieron una entrevista y entré a trabajar allí por cuatro meses. En diciembre me ofrecieron seguir hasta octubre para llevar un proyecto concreto, de corte social y que se hace en vinculación con muchas asociaciones del barrio El Raval.

—¿En qué consiste?
—Es una ópera que tiene 270 personas de coros aficionados del barrio, de diversidades absolutas. Con un guión específico que plantea la situación global del barrio.

—¿Y cuál es tu rol en Liceu?
—Estoy en la oficina técnica. Hago planificación, implantación de cosas en el escenario, licitaciones –aquí cualquier cosa que cuesta más de 3.000 euros tiene que pasar por tres ofertas diferentes y si cuesta más de 15.000, hay que hacer una licitación–; es un abanico muy grande.

—¿Y te gusta?
—Sí, aunque tengo algunas contradicciones. Hay una parte del excentricismo de la ópera que no me alcanza a nivel creativo. Estoy haciendo cosas de las que no me puedo quejar, como la exposición de William Kentridge, un escenógrafo y creador brutal de Sudáfrica. Además, estoy conociendo iluminadores que vienen de todas partes del mundo.

El Liceu

EL LICEU. Tiene 350 trabajadores estables y un presupuesto de 51 millones de euros anuales.

—¿Cómo está aquí el tema de género en las áreas técnicas?; ¿siguen siendo espacios ocupados mayoritariamente por varones?
—Cada vez menos. Pero era todo un tema: yo me iba de gira después de haber hecho toda la coordinación técnica de una obra y cuando llegábamos al teatro, hablaban con mi compañero y no conmigo.

—¿Volverías a vivir a Córdoba?
—No lo tengo como una meta por ahora. A veces pienso que volvería a Latinoamérica. Pero no quiero poner un alfiler en el mapa porque no tengo claro dónde. Estoy alejándome cada vez más del concepto de ciudad. Tengo una necesidad vital de estar cada vez más conectada con la tierra y no sé si Córdoba ciudad sería el lugar.


 

Paula Miranda en el Liceu