Desde hace más de 50 años la Argentina vive un sinfín de dificultades para encaminar su economía. Una de las características más destacadas es su alta y persistente inflación, atribuible fundamentalmente al alto déficit fiscal en que incurrieron todos y cada uno de los gobiernos. Cientos de variables contribuyen al desenlace de la espiral inflacionaria, y son imposibles de controlar no solo por la cantidad sino por lo extemporáneo de su manifestación. Entre otras se encuentran las tarifas de los servicios públicos, los sueldos y salarios, el aumento de los commodities, la emisión monetaria, pero fundamentalmente, el déficit fiscal. La mera intención de controlar alguna de esas variables (por ejemplo, la variación del valor o el atraso cambiario de la divisa extranjera) desencadena otro factor inflacionario: la pérdida de confianza en el mercado cuando se interviene. Sin embargo, es posible dotar al Banco Central de una herramienta genuina para reflejar la verdadera realidad comercial. ¿Cómo? Con arancelamientos de importaciones móviles: una propuesta que no cambia los lineamientos de las políticas públicas en materia económica basadas en la libertad de los mercados, la apertura económica y la libre competencia.
Distorsiones de fondo. Los gobiernos desde 1973 utilizaron al dólar como variante de ajuste para controlar la inflación. Se afirma, con razón, que una devaluación arrastra los precios de bienes transables a la suba y en consecuencia es conveniente dejar el dólar sin actualizar (no devaluar). Aunque pretendieron usar al dólar como ancla antiinflacionaria, debieron devaluar en algún momento porque en todos los períodos hubo déficit fiscal y déficit comercial, aumento de la desocupación y la pobreza. En síntesis: la totalidad de los índices económicos dieron negativos y no se pudo combatir la inflación. Ocurre que no es el precio del dólar lo que provoca inflación, sino todo lo contrario, a la inflación la provoca el atraso cambiario que, irónicamente, se utiliza para combatirla. El atraso cambiario se puede sostener por muy poco tiempo, porque se pierden competitividad y mercados, no se puede exportar, se potencian las importaciones, se cierran fábricas, aumenta el desempleo y la pobreza.
En este contexto, a los pobres no se les puede cobrar impuestos, hay que subsidiarlos. Así, se incurre en déficit fiscal y al déficit hay que cubrirlo con emisión o deuda. Y las dos medidas son inflacionarias. El atraso se mantiene por poco tiempo, luego hay que devaluar. Esta mecánica genera un círculo vicioso del que es imposible salir con medidas monetarias, aumento de tasas de interés, bonos del Tesoro, Lebacs, Leliqs, etc. La expectativa devaluatoria se genera por el mismo atraso cambiario, la percepción de una futura devaluación alienta la compra de dólares y se produce el “efecto Guiffen” (tendencia compradora a pesar del aumento del precio) con arrastre de precios achacables al alza del propio dólar. Como consecuencia, se genera una gran incertidumbre para invertir, expectativas de futura devaluación, que provoca más inflación. En definitiva, el gran error es usar el atraso cambiario como arma antiinflacionaria.
¿Cuál es la salida? La única forma de combatir la inflación es con más producción, más exportaciones, con el aparato productivo en marcha, no hay secretos y es imposible hacerlo con atraso cambiario. Hoy, el Banco Central tiene suficiente capacidad para contener el alza del dólar si se lo propone, pero no podrá contener nunca la inflación, porque el dólar es solo una variable -importante, pero solo unay la inflación es producto de cientos de variables. Ningún economista, de cualquier escuela o ideología, defiende el atraso cambiario, pero todos aceptan la intervención del BCRA para controlar que el tipo de cambio no suba. Una perfecta contradicción. El único dato cierto es que no se sabe cuál es tipo de cambio acorde a cada negocio. Eso lo deben definir los actores del comercio y no los especuladores financieros.
La propuesta “Derechos de Importaciones Negociables (Proyecto DIN)” sostiene que al valor del dólar lo deben fijar los operadores del comercio exterior -importadores y exportadores- en función de sus respectivos negocios. Solo un importador sabe cuánto puede pagar por los dólares que necesita para comprar bienes en el exterior. (Ver “Cómo funciona el DIN”). Este cambio de concepción de la política cambiaria es medular porque hoy el mercado financiero puede considerar al dólar como vehículo para la adquisición de activos locales e inunda el mercado convirtiéndolo, por momentos, en un virtual derivado tóxico. Además, al retirarse por tomas de ganancias los recupera y los convierte en la vedette del mercado llevándolo a niveles astronómicos mediante corridas. Estos fenómenos no deseados se pueden y deben evitar.
Hay que rescatar al dólar como la moneda que es y no un activo financiero sujeto al humor (flujo) de los capitales especuladores, que entran y salen según las tasas. La compra de divisas por parte de los importadores es regular y lineal en todo el curso del año, su demanda está relacionada con la compra de bienes de consumo, insumos para la industria, bienes durables o de capital. Lo importante es que difícilmente se presente durante el año una demanda fuera de lo normal que motive una alerta o provoque una corrida cambiaria. En síntesis, la propuesta central del Proyecto DIN es que sean los operadores (importadores y exportadores) quienes le brinden al BCRA un parámetro de precio del tipo de cambio según la demanda que el comercio e intercambio de bienes refleje al mercado y que no esté contaminado por intereses ajenos a la actividad comercial. El desafío a crear es un mecanismo que le permita al mercado sacarse de encima la pata elefantiásica del BCRA.
¿Cómo funciona el DIN?
-El DIN (Derechos de Importaciones Negociables) es un instrumento que solo puede ser negociable entre importadores y exportadores en forma directa. Es un derecho que será concedido a los exportadores que hayan liquidado dólares, producto de su venta al exterior.
-El Estado extenderá los DIN a los exportadores, y los tenedores de DIN estarán habilitados a importar por igual valor en dólares. Los exportadores podrían vender los DIN a los importadores interesados en comprarlos para utilizarlos en sus operaciones o bien podrán aplicarlos -total o parcialmente- a sus propias necesidades (industriales).
-El DIN no es una moneda, ni un dólar de otra categoría, tampoco es un impuesto, solo es un derecho adquirido para importar que obtienen los exportadores y que podrá ser negociado con los importadores.
-A los fines de dar funcionalidad a la operatoria, se creará un mercado del DIN lo más transparente posible: el Ofidin (Oficina Administradora del DIN).
-Los principales beneficiados son los exportadores quienes con su adjudicación -producto de sus ventas al exterior- obtienen un beneficio extra que los incentiva a seguir fabricando y puede representar una ganancia extra en sus ingresos (del 20% al 25%). Y en segunda instancia estarán trabajando con un dólar competitivo al permitir el DIN que no se atrase. Los importadores tendrían que afrontar un gasto extra por una medida para-arancelaria (entre el 3% al 8% del valor de su importación).
-El Estado también se verá beneficiado. A mayor ganancia de las exportadoras puede obtener un beneficio fiscal mayor (impuesto a las ganancias, retenciones etc.).
(*) El autor es técnico en agronomía y comerciante. [email protected]