Muchos de mis clientes me consultaron esta semana por el tema de las prórrogas de mandatos, que en la mayoría de los casos se deben a que la cuarentena impide la realización de comicios para renovar autoridades. Por ejemplo, el Consejo Superior de la UNC se pronunció en ese sentido con respecto a los decanos y el TSJ hizo lo propio en relación al intendente y demás cargos electivos en Río Cuarto. El único que pudo llevar adelante las elecciones que en mayo lo confirmaron al frente de la AFA hasta 2025 ha sido el Chiqui Tapia, pero desde aquel empate 38 a 38 de 2015, sobre un total de 75 sufragantes, se sabe que si es necesario en la Asociación del Fútbol Argentino bien puede apelarse a fenómenos paranormales para respetar el distanciamiento.
A quienes me consultan por estas extensiones les respondo que es algo natural, ante las actuales circunstancias, y que se espera que se prorroguen los plazos para todo, no solamente en el ámbito de la gestión pública. Así como no se sabe cuánto habrá que esperar para cobrar el aguinaldo, tampoco se puede determinar cuándo volverá el Bailando por un sueño, cuándo se afeitará Ramón Mestre ni cuándo se acabarán las transmisiones por streaming que ofrecen desde fiestas electrónicas adentro de un Fitito hasta clases de sexo tántrico en la kitchenette de un yogui, pasando por recetas de platos típicos de la cocina esquimal y talleres de degustación de vinos por zoom, que terminan en una ronda de cuentos de Jaimito.
Mientras algunos funcionarios buscan continuar más allá de lo acordado, hay otros que preferirían no haber jurado con tanto énfasis cuando asumieron en su puesto, sobre todo en la región del Amba, donde el crecimiento de los contagios es más veloz que los runners. Tener que decirle a la gente que se va a retroceder en el confinamiento ni siquiera les permite prometer “sangre, sudor y lágrimas”, porque son tres fluidos que podrían transmitir el virus. Y que su promesa sea de “ATP, alcohol en gel y tapabocas”, le resta toda la épica que podría haber tenido aquella frase de Winston Churchill.
“Hemos retrocedido tanto en los indicadores de la economía, que ya estamos de regreso en 1854”, me comentó por WhatsApp un amigo historiador, al recordarme que cuando Urquiza asumió la presidencia de la Confederación Argentina, la provincia de Buenos Aires se había escindido del país. Ahora, mientras en gran parte del territorio se flexibiliza el aislamiento, en el Área Metropolitana se intensifican los controles, y no faltan quienes aseguran que Sergio Berni pretendería conformar un grupo de mazorqueros para mantener el orden. Como prueba, esgrimen que el gobierno bonaerense habría mandado a confeccionar barbijos de color rojo punzó, un rumor sin confirmación hasta el momento.
Para responder a los cacerolazos que promueve la oposición, quienes respaldan las políticas llevadas adelante por Alberto Fernández han convocado a un “ruidazo” para el próximo 9 de Julio, que en Córdoba ya contaría con la participación de cientos de motoqueros pateando su vehículo al unísono. Además, una orquesta de percusionistas ejecutará baterías, timbales, tumbadoras, cajones peruanos y gongs, en tanto que se ha reclutado entre las barras de fútbol a un selecto grupo de “puteadores de jueces de línea”, para animar una polifonía de insultos contra Mauricio Macri, Donald Trump, Jair Bolsonaro, Ronald McDonald y Néstor Pitana, este último a título de incentivo para los coreutas.
Lejos de la preocupante situación de la metrópolis porteña ante el coronavirus, antes de que se vuelva a la normalidad el intendente cordobés Martín Llaryora está resuelto a embestir contra el poder del Souem, un “mal” que en el Palacio 6 de Julio califican como endémico. En el ejecutivo municipal temen que, si afloja la cuarentena, los trabajadores comunales podrían volver a utilizar su arsenal compuesto por morteros lanzabengalas, ruleros con globos que disparan boluquitas y pirotecnia de última generación. Pero quizá lo más temido sea la quema de neumáticos, cuya humareda provocaría un descenso de varios grados en la temperatura media de la región, con nefastas consecuencias para los cultivos.