Estrategias en pandemia: Los gobiernos europeos buscan soluciones salomónicas que les están resultando carísimas, política y económicamente. Austria, con sus medidas extremas, se convierte en un ‘tubo de ensayo’ de lo que podría implementarse en otros países.
Verano. En julio murió Franz, mi compañero. Estuvo en la terapia intensiva del hospital universitario AKH de Viena, el más grande de Austria (2.200 camas y 9.000 trabajadores). No, no se murió de corona. Nadie murió con o por corona en el verano europeo porque la pandemia estaba agazapada en una meseta, preparándose para dar el salto feroz y asolarnos. Tuvimos entonces la oportunidad de “degustar” la magnanimidad y la eficiencia del sistema de salud austriaco cuya premisa es brindar a todo, a todos los pacientes, sin que las castas y privilegios de seguros privados y prepagas terminen determinando quien va a vivir (y quien va a morir)
El hospital estaba tranquilo, había camas y se hacían las operaciones y tratamientos programados. Se circulaba con barbijos, las visitas eran restringidas y había que presentar un test de antígenos para entrar.
Otoño. Apenas tres meses después, los noticieros muestran los helicópteros aterrizando en la AKH. Traen enfermos corona derivados de otras provincias donde ya no hay más camas. En la cresta de la cuarta ola se llenan los hospitales. El sistema sanitario le suplica al gobierno un nuevo confinamiento y que vacune masivamente, porque justamente los pacientes no vacunados son los que están ocupando las terapias y haciendo colapsar la atención médica.
El sector privado, el sistema educativo y la gente no quieren otro encierro, presionan y consiguen dilatar la decisión del gobierno. Hasta que Austria se coloca primera en la lista de contagios y los vecinos de la Unión Europea y la opinión pública internacional la empiezan a mirar con mala cara. Además, se está muriendo mucha gente, entre 50 y 80 por día.
A finales de noviembre, después de una larguísima reunión de la que participaron todos los partidos políticos y actores sociales de Austria –menos la derecha que no fue invitada– se llegó a un acuerdo drástico para hacer lo que hasta días antes todos dijeron que no harían: lockdown nacional, vacuna obligatoria para todo residente mayor de 14 años y encierro para los no vacunados hasta que acepten poner sus brazos. Todos salieron enjutos de esa reunión, cabizbajos, porque de alguna manera estaban traicionando su promesa de no obligar a nadie a nada y porque, en el fondo, tampoco estarían muy seguros de que esas medidas fueran a servir para algo más que para perder votos. “Ultima Ratio” “Ultima Ratio” “Ultima Ratio” se excusaron todos al unísono, como pidiendo gancho para poder coartar por un rato las libertades individuales de los ciudadanos y para poder obligarlos a vacunarse.
El vapor comienza a salir por la tapa de olla. Protestas multitudinarias de los antivacunas, desconformidad de sector privado, desempleo, agotamiento y desmoralización de la población en general y una inocultable crisis en el partido de gobierno, el Partido Popular de Austria (ÖVP). Fuerzas de seguridad se acordonan frente a los hospitales, centros de vacunación y dependencias de la Cruz Roja donde grupos radicalizados ya han atacado a algún que otro trabajador de la salud. En el imaginario de algunos, el carnet sanitario y la vacunación obligatoria convierten a los héroes de la pandemia en target.
Los dos años de plaga le vienen saliendo política y económicamente muy caros a Austria: cuatro primeros ministros en dos años, cambios de gabinete, resurgir efervescente del radicalismo de derecha, inflación del 4,3% (quintuplicada respecto del 2020 y las más alta de los últimos 30 años), desempleo creciente y un malestar generalizado que los villancicos navideños y los centros comerciales atestados de clientes (vacunados) no pueden disimular.
El panorama es muy similar al de Alemania, aunque por aquí más desalentador y con una constelación partidaria en la que las alianzas superan la creatividad de un buen algoritmo combinatorio. Ecologistas y neoliberales, neoliberales socialistas, socialistas y ecologistas, neoliberales y centro derecha, centro derecha y socialistas, centro derecha y ecologistas. De hecho, el gobierno actual es una alianza entre los liberales del partido popular y los ecologistas. Los verdes vinieron a reemplazar a la ultraderecha, que eran los aliados originales de este gobierno…La ultra derecha, debilitada pero ruidosa, parece haberse quedado sin amigos en el congreso.
Invierno. A pesar de que las terapias intensivas siguen llenas y a pesar de que siguen muriendo 50 personas por día, se levanta el encierro para todos los ciudadanos inmunizados. Reabren tiendas, restaurantes, hoteles, teatros y pistas de esquí. Los no vacunados solo pueden ir a trabajar (presentando un test negativo), al supermercado, a la farmacia y al correo. Tienen tiempo hasta febrero para inocularse (los que no se pongan las tres dosis deberán pagar multas de hasta 600 euros cada tres meses) Con Ómicron como una espada de Damocles y especulando ya con el próximo lockdown, Austria –perdón la Austria de los vacunados– se dispone a pasar las fiestas en libertad. Vacunar es la consigna: primeras, segundas y terceras dosis están disponibles 24/7; los que se vacunen participan de sorteos por viviendas familiares, autos eléctricos y televisores y algunas empresas están pagando bonus de entre 200 y 2.000 euros a los trabajadores que acepten ser inmunizados.
Para descomprimir, en una especie de tregua, han anunciado que los no vacunados podrán celebrar navidades y año nuevo en círculos familiares de hasta 10 personas. Este permiso rige únicamente durante esas celebraciones. Después, otra vez al encierro.
Karl Nehamer, el flamante primer ministro, es una figura de reconocido tesón. ¿Cuánto tesón hace falta para obligar a un ciudadano a quedarse en su casa por tiempo indefinido? ¿Cuánto tesón hace falta para obligar a un ciudadano a vacunarse?
(*)Periodista residente en Austria