“Fueron dos años y medio de gestiones para entrar a un país que lleva cinco años de guerra y donde el agujero negro informativo es de proporciones descomunales; tanto en relación con lo que sucede adentro, como en la interferencia exterior de países como Arabia Saudita e Irán y en rol de la comunidad internacional. Pocos medios se interesaron en esta historia que al final pudimos publicar junto a Julia Serramitjana en Espacio Angular”. Las palabras son del fotoperiodista y documentalista cordobés Pablo Tosco, quien ganó en la categoría Asuntos Contemporáneos el primer premio del World Press Photo por su manera de retratar uno de los conflictos más cruentos y olvidados del planeta. “Yemen: el hambre, otra herida de la guerra” es el nombre de la premiada foto de Fátima y su hijo pescando.
La distinción dio pie para repasar otras imágenes de Tosco que visibilizan historias que muchos prefieren no ver. Afable y profundamente humano, como refleja en sus trabajos, Pablo dialogó desde Barcelona con PERFIL CÓRDOBA.
–¿Qué significa recibir este galardón?
–Un reconocimiento a una enorme labor colectiva y a la confianza y generosidad de Fátima, la protagonista de este trabajo. Julia Serramitjana, periodista; Reena, responsable de protección de Oxfam Intermón; Monther, ingeniero; Ali, conductor; Emthetal, traductora, son algunas de las personas que nos apoyaron para llevar adelante este trabajo. Han pasado días que se convirtieron en años. Seis años en los que la población de Yemen ha afrontado la tragedia de la guerra, destrucción, pérdida de vidas, desplazamiento forzoso, colapso del país y hambre, la otra herida de este conflicto.
–¿Qué tuvo de diferente esta cobertura?
–El desafío en estos contextos es acceder a historias que cuenten el impacto de la guerra en civiles; en quienes resisten el conflicto haciendo duelos, perdiéndolo todo, buscando un lugar seguro. Estas historias están más allá de los frentes de batalla, en carreteras secundarias por las que cuesta transitar y sería imposible hacerlo sin apoyo de organizaciones como Oxfam, que llevan años allí.
–Mientras retrata estas tragedias, ¿qué pasa por la mente del fotoperiodista?
–En tiempos de sobredosis de imágenes que nos terminan por anestesiar, el desafío es hacer una pausa y desarrollar historias que expliquen las causas y nos hagan reflexionar, aportar conocimientos para la conciencia colectiva. Me interesa desarrollar historias visuales que sean evidencias de un tiempo compartido con los protagonistas de mis trabajos; los reportajes deben ser las huellas de esos encuentros. Conocimos a Fátima en las costas del pueblo de Khor Omeira, mientras preparaba sus redes de pesca para su jornada laboral, en medio de un cementerio de botes destruidos en los enfrentamientos armados. Desde el inicio de la guerra, más de 100 mil personas perdieron la vida, cuatro millones debieron abandonar sus hogares y más de 24 millones necesitan ayuda humanitaria, agua, comida y refugio. Estas cifras describen la tragedia, pero no la explican. A través del testimonio de Fátima queríamos poner en evidencia las opresiones que atraviesan a las mujeres yemeníes por su condición de mujeres, sin acceso a la educación, forzadas a casarse cuando son aún niñas, por vivir en zonas rurales y ser pobres.
–¿Llevás la cuenta de cuántas historias pasaron ante tu lente? ¿Sabés qué fue de aquellos a quienes hiciste visibles?
–Empecé a trabajar en un video club cuando tenía 16 o 17 años y los fines de semana filmaba bodas, bautismos y cumpleaños. Ese trabajo me enseñó a acompañar a las personas, ser cómplice de un momento emocionante y construir un vínculo desde la empatía y el respeto. Desde los ’90 tengo el privilegio de acompañar a personas en diferentes contextos; con algunas pude seguir en contacto. Por Facebook me comunico con Ali, refugiado afgano que conocí en Bosnia intentando llegar a Alemania; y con Valentina y Mohammed, refugiados sirios en Alemania. Por WhatsApp, con Gloria, colombiana que combate la minería ilegal; con Abdi, pastor trashumante somalí; Muriel, desplazada de República Centroafricana, y Lucas, campesino guatemalteco que lucha contra la sequía.
–¿Supieron Fátima y su hijo que su foto recorrió el mundo?
–Monther y Reena, trabajadores de Oxfam en Yemen están haciendo lo posible para llevarle a Fátima una impresión de su foto y explicarle la trascendencia que tuvo su historia. Yemen sigue inmerso en un conflicto armado que impide moverse de manera segura. Esperamos que pronto puedan ir a Khor Omeira y ver a Fátima.
–¿Sobre qué realidades sería hoy preciso dar testimonio?
–Entre los temas más preocupantes están los discursos de odio e intolerancia, construidos desde la mentira y la difamación. Ryszard Kapuscinski decía: “Cuando la información pasó a ser una mercancía la verdad dejó de tener importancia”. Me pregunto cómo disputar esos relatos hegemónicos con historias que cuestionen y pongan en evidencia esas distorsiones que llevan la snob etiqueta de fake news. Cómo hackear el discurso estigmatizador sobre migrantes o refugiados, o cuando no se reconocen violencias sobre mujeres, o se niega la crisis climática y su impacto.
–¿Cómo imaginás al mundo pospandemia?
–Pobreza, exclusión, guerras, hambre no son fenómenos meteorológicos que caen del cielo, sino resultado de decisiones políticas. En estos tiempos fuimos testigos de lo frágiles que somos como especie. La creciente y evidente desigualdad nos debería interpelar y hacer actuar por una convivencia más respetuosa. No hay excusas para no ser empático y mirar hacia otro lado.
Profesión de riesgo
El ataque que costó el lunes pasado la vida a los periodistas españoles David Beriain y Roberto Fraile, y al conservacionista irlandés Rory Young en Burkina Faso, conmovió a Pablo y a colegas y puso una vez más en evidencia los riesgos que afrontan quienes documentan historias o recogen testimonios en zonas de conflicto.
–¿Tuviste miedo a perder la vida por tu trabajo? Si es así, ¿cómo se neutraliza ese temor?
–Parafraseando a David y a muchos compañeros y compañeras, el miedo es lo que te mantiene alerta. Cuando se lo deja de sentir y dejamos de tener registro de riesgo es cuando nuestro nivel de vulnerabilidad aumenta, no solo para uno sino para las personas que te están ofreciendo su historia, ya que al exponerla, se exponen ellas y su entorno.
–¿Creés que tu labor ayudó a cambiar o mejorar realidades?
–Me gustaría pensar que parte de mi trabajo permitió a algunas personas poder tener más herramientas para hacer una lectura crítica de las injusticias y desigualdades que sufren muchos en nuestro mundo.
–¿Qué extrañás de Córdoba?
–Los afectos, personas con las que crecí y aprendí y con quienes en estos 20 años nos propusimos seguir construyendo el vínculo desde esta distante cercanía.