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CóRDOBA
Después de las urnas

Victorias, derrotas y fragmentación en tiempos de pandemia

Los triunfos de Guillermo Lasso, en el balotaje de Ecuador, y de Pedro Castillo, en la primera vuelta de Perú, enmarcados por cifras sin precedentes de votos nulos o en blanco.

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SEGUNDA VUELTA. Pedro Castillo o Keiko Fujimori: ambos pelearán por la presidencia de Perú. | CNN

En la interpretación de resultados electorales suele incurrirse a veces en simplificaciones –intencionadas o no– que pintan de manera binaria y sin matices a vencedores y vencidos, o encasillan figuras y nombres para que encastren en rompecabezas premoldeados por cientistas políticos, asesores de imagen y comunicadores.

Bajo esa lógica pudo leerse esta semana que la cita con las urnas del domingo pasado en Sudamérica dejó como corolario “un giro a la derecha” en Ecuador, con el triunfo en el balotaje de Guillermo Lasso, y un sorprendente batacazo de la “izquierda radical”, que ganó la primera vuelta de las presidenciales en Perú de la mano de Pedro Castillo.

Si bien el triunfo de un ex banquero y exponente del establishment económico ecuatoriano como Lasso (que llegará al Palacio de Carondelet luego de dos intentos fallidos), corta un ciclo de victorias de lo que fue la Revolución Ciudadana de Rafael Correa, el giro a la derecha de Ecuador lo dio hace casi cuatro años Lenín Moreno, quien traicionó los lineamientos de aquél a quien secundó dos veces como vicepresidente. Con una popularidad que no llega al 10 por ciento, Moreno terminará su mandato políticamente mucho más cerca de quien lo sucederá en mayo que de las promesas con que venció a Lasso hace cuatro años.

Mientras, en Perú, encuestadores y analistas tratan de explicar el fenómeno de Castillo, el maestro rural de Cajamarca que nunca estuvo en el pelotón de seis “favoritos” sobre 18 candidatos que aspiraban a un lugar en el balotaje del próximo 6 de junio, en las presidenciales de un país donde –escribíamos hace dos semanas– todo podía pasar… y pasó.

Detrás de esas miradas parciales hay, sin embargo, mensajes de los votantes de ambos países que se tradujeron en números significativos y que no siempre se mencionan a la hora de los discursos triunfales y las felicitaciones protocolares. Fragmentación, descontento, bronca, castigo, son elementos comunes a juzgar por algunas cifras.

Sumas y restas. En Ecuador, Lasso logró 4.655.964 votos, que significaron el 52,36% de los sufragios válidos. Su rival, Andrés Arauz, cosechó 4.235.996 votos, o el 47,64%. Pero para que el anticorreísmo encarnado en el ahora mandatario electo se impusiera por una diferencia de 419.968 votos en el round decisivo debieron darse otros factores clave.

El domingo pasado 1.761.250 ecuatorianos anularon su voto y otros 174.342 sufragaron en blanco. Sumados totalizaron 1.935.592 ciudadanos refractarios a ambos candidatos y a ellos podría sumarse un número de abstenciones mayor a lo habitual, pero que podría achacarse a la pandemia que azota a este país y al mundo desde hace más de un año.

Lo cierto es que Lasso, en la primera vuelta de febrero, había obtenido menos del 20% y entró al balotaje tras superar por apenas unos 32 mil votos a Yaku Pérez, candidato del movimiento Pachakutik, que pidió nuevo recuento y alegó fraude. Aun así, este dirigente instó a los pueblos indígenas a anular el voto en la segunda vuelta, una decisión que limitó las aspiraciones de Arauz de sumar en ese bloque apoyos que aumentaran su caudal de casi el 33% del primer turno. Con haber captado apenas una cuarta parte de la montaña de nulos y blancos, el resultado hubiera sido otro.

Claro que la campaña de Lasso fue muy hábil para sumar rápidamente al “candidato tiktokero” Xavier Hervas, de Izquierda Democrática y cuarto en discordia en el primer turno con 17%, y en aglutinar el rechazo a Moreno como si este fuera el último legado de Correa, pese a que desde hace más de tres años está en las antípodas. En pujas a todo o nada es importante sumar adhesiones tanto como restárselas al contendiente.

Con discurso conciliador y supuestamente alejado de su antigua ortodoxia de derecha, que se pondrá a prueba apenas asuma sus funciones el mes próximo, Lasso intentará reproducir las alianzas que lo llevaron al poder en el Congreso unicameral de 137 miembros de los que sólo 12 serán de su partido, CREO. La empresa no parece tan simple.

En las combativas comunidades indígenas que en octubre de 2019 se levantaron contra el aumento de combustible y las imposiciones del Fondo Monetario ya hay voces que endilgan a Pérez haber allanado el camino al neoliberalismo y prometen resistir una vuelta a las políticas vividas 15 años atrás. Y quienes afirmaron que la derrota de su joven delfín de 36 años era el comienzo del fin para los deseos de Correa de abandonar su exilio belga y regresar a Ecuador, en el fondo saben que en política, sobre todo en esta parte del mundo, no hay que dar por muerto a nadie. Menos aún en medio de una pandemia cuyo manejo y evolución impactan día a día en la consideración y estima social de cada gobierno.

Pedro y el lobo. Si la fragmentación del voto en el primer turno desembocó en el balotaje más previsible en Ecuador, los resultados de la primera vuelta peruana descolocaron a todas las encuestas y pusieron al país ante una encrucijada que muy pocos vieron venir. Y las perspectivas sobre lo que sucederá el primer domingo de junio tienen más interrogantes aún.

Los números finales situaron a Pedro Castillo, de Perú Libre, con 2.676.045 votos, equivalentes al 19,09%, seguido por Keiko Fujimori, con 1.873.137 sufragios, o el 13,36%. Pero, a semejanza de lo ocurrido en el balotaje ecuatoriano, hay otros electores que no se inclinaron por ninguno de los 18 candidatos peruanos y que igualmente enviaron su mensaje. Son los 2.134.702 ciudadanos que votaron en blanco, quienes sumados a los 917.416 que anularon su sufragio totalizan 3.052.118 peruanos, la “primera fuerza” en los comicios de hace siete días.

Si bien Keiko no era número puesto para pasar a la instancia decisiva, estaba en el lote de candidatos mejor posicionados y se sabía que su Fuerza Popular cuenta con un caudal de votos cautivo que a menudo disimula su posición en los sondeos. En cambio, la sorpresa fue mayúscula cuando los cómputos oficiales comenzaron a ubicar como el más votado al dirigente del magisterio que se hizo conocer en el país durante una larga huelga nacional docente, en 2017.

Representante del Perú profundo y andino, Castillo pasó de ser el pintoresco candidato que llegaba a votar el domingo a caballo y con sombrero a representar la incógnita a resolver por quienes intentan construir su perfil según patrones que no le calzan del todo.

Castillo es la “amenaza” de una izquierda radical, heredera de Sendero Luminoso, alegan miembros de las elites empresarias y políticas que esperaban contar con algún animador del balotaje al que apostarle las fichas. ¿Lo harán ahora por la hija de Fujimori?

“Es el Evo peruano”, sostienen otros que apuntan a que el ex mandatario boliviano consideró como un triunfo lo ocurrido en el país  vecino, pero soslayan en la comparación los años de lucha sindical y política que precedieron la llegada de Morales al Palacio Quemado.

De boca de Castillo, al que también tildan algunos de conservador en lo social, han salido promesas de nacionalizar sectores estratégicos como el minero, el gasífero y el petrolero para cumplir su eslogan de “nunca más un pobre en un país rico”. También propicia una Asamblea Constituyente para forjar una nueva Constitución que dé más papel al Estado como regulador de una “economía popular con mercados”.

Catalizador del voto bronca y el rechazo a políticos tradicionales, esperanza de los más postergados, beneficiario de quienes lo apoyaron para dividir a la izquierda y restar votos a la candidata Verónika Mendoza, lo cierto es que Castillo está en el balotaje y su rival se apellida Fujimori.

A Pedro o a Keiko les recibirán el 28 de julio los 130 miembros de un Congreso unicameral otra vez atomizado y augurios de la misma inestabilidad que produjo renuncias, destituciones y cuatro presidentes en los últimos cinco años.