China tuvo ayer su primer día sin muertos a causa del coronavirus. Aquí, en España, la tapa del diario El Mundo de hoy, nos recuerda que aquí sigue habiendo víctimas mortales con una fotografía en la que se ven ataúdes depositados en el suelo del Palacio de Hielo, un centro de ocio en las afueras de Madrid. Francia, ayer, contabilizó 1.427 muertes, la cifra más elevada de toda Europa.
A la hora que estoy escribiendo esto, muy temprano en Madrid, el Eurogrupo interrumpe su reunión que les demandó 16 horas para continuar mañana en el intento de movilizar más de medio billón de euros y financiar la crisis de la economía y del Estado de bienestar. A esta misma hora –y apenas comienza aquí el día–, Mauro Ferrari, presidente del Consejo Europeo de Investigación anuncia la dimisión de su puesto después de fallar en su intento de persuadir a Bruselas para organizar un programa científico a gran escala para luchar contra la Covid-19. Hasta aquí las noticias. Podría seguir, pero para eso están los portales de todos los periódicos del mundo que actualizan el desastre. Solo una más. El New York Times abre con el enojo del presidente Trump con la Organización Mundial de la Salud por su gestión de la pandemia y amenaza con quitarle la financiación. Trump olvida que se olvidó del virus hasta que lo tuvo encima, como Boris Johnson a quien le ocurrió lo mismo, pero de manera literal. Por cierto, es imposible obtener información detallada del estado de salud de Johnson. Agrego la información de Trump porque entre su amenaza a la OMS y la renuncia del profesor Ferrari (sumando las escaramuzas contra la liberación de los fondos comunitarios) hay un hilo que une al populista desaforado de Washington con los burócratas glaciales de Bruselas.
La semana próxima comienzan aquí los test masivos para detectar contagiados asintomáticos. Quienes den positivo es posible que sean aislados en hoteles. El Gobierno busca fórmulas legales para aplicar esta norma pero, mientras tanto, no se escuchan demasiadas voces que cuestionen la medida.
Coronavirus en el mundo: China no registra muertes y bajan los casos en Italia
Leila Guerriero contaba este sábado en su columna radial de la Cadena Ser que, en la cola de un comercio de su barrio en Buenos Aires, delante de ella, había una chica, joven, rapada, llena de tatuajes y una mochila con el dibujo de una hoja de cannabis. Difícil agregar más detalles para describir un perfil contestatario. Entró al negocio una mujer policía y de malos modos pidió a las personas de la cola que se desplazaran. Cuenta Guerriero que la chica, solícita, acató la orden y comentó en voz alta, "hay que obedecer; tenemos que cuidarnos entre todos".
Es lo mismo que escucho en la radio a cada rato. Ya no hay anuncios de coches, ni de semanas mágicas en el Caribe y El Corte Inglés no nos recordó este año que ya es primavera. Casi no hay publicidad y las empresas de medios también esperan una subvención. Mientras tanto, el mensaje de la chica en la cola es el que repiten como un mantra las compañías de gas y luz, las telecom y, el colmo, las empresas que gestionan alquileres. Nos piden que nos cuidemos. Ah, y que de esta vamos a salir juntos. Juntos, sumisos y vigilados.
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Geraldine Schwarz, periodista e historiadora francoalemana, autora de Los amnésicos (Tusquets, 2019, Barcelona), un libro en el que cuenta la historia de sus abuelos paternos, alemanes vinculados al partido nazi y los maternos, franceses, que fueron colaboracionistas. En una entrevista, en El País, Schwars se pregunta si podremos gestionar la pandemia con la democracia, si será posible demostrar que un modelo como el chino no lo hace mejor. La pregunta es: ¿cómo mantenemos hoy, en una situación así, nuestras libertades?
Acaban de anunciar que a partir del 26 de abril se permitirá las salidas pero que serán "muy controladas".
Ayer a la tarde, como casi todas en estos días, tengo largas charlas por Skype con mi pequeño sobrino que vive en París. Ahora, la cuarentena se le hace más llevadera porque, mal que mal, su madre ha conseguido organizarle una rutina. Su principal problema era la imposibilidad de comprender el confinamiento, la suspensión de las clases, dejar de ver, de un día para el otro, a todas sus relaciones, ir a jugar al parque. Ayer, de pronto, me dice: "¿Tenés pajaritos en casa?". "No", le respondo sin entender la pregunta y de repente me doy cuenta de que, en efecto, por las ventanas abiertas a la calle entra el canto de los pájaros. La primera vez que se escuchan en los años que llevo viviendo aquí. "Grábalos", me dice el niño, "después te los van a quitar".
B.D.N./FF