Amanece en Madrid y, afortunadamente, se espera un día más de temperatura templada, poco asfixiante. Para esto último ya la realidad se encarga de fastidiarnos la jornada con las primeras luces.
La estadística es inclemente, tanto aquí como en Alemania o Francia para no irnos tan lejos, como Estados Unidos o la India, cuyas cifras de expansión del COVID-19 son como flechas dirigidas a manzanas que hacen equilibrio sobre las cabezas de sus ciudadanos: resignados ante el contagio solo esperan la precisión de Guillermo Tell.
En España los números piden atención porque ya no se puede mirar a otro sitio como sí vi que hacían en París días pasados y ayer notificaron 3.776 nuevas infecciones superando en Francia por tercera vez el umbral de 3.000 positivos en cinco días. Aquí, acaban de informar que las muertes se han multiplicado por 11 en un mes y que en los últimos siete días se acumularon 131 fallecidos frente a los 12 de la tercera semana de julio.
Diario de la peste: contrastes
Cifras, datos, números que cobran sentido a medida que se termina el verano y las residencias de la tercera edad vuelven a ser un foco de alerta por la falta de atención adecuada, los reclamos cada vez más sonoros del personal sanitario y el comienzo de las clases, problema sin resolver y de difícil encaje. Tal como se desprende de todos los análisis posibles, no se podrá dar inicio al ciclo lectivo en condiciones normales, es decir, habrá que reducir la cantidad de alumnos por aula; la cuestión es que no existe a día de hoy una logística para atender esta situación.
El período estival se agota y la semana próxima ya se irá cerrando, definitivamente, la sensación de primer recreo de la llamada nueva normalidad.
Hace unos días, la periodista Laura Fernández publicó un artículo en el que rememora, a propósito de esta situación, un encuentro con Richard Ford en el que ella le planteó al escritor que la mirada sobre el mundo de su personaje, Frank Bascombe, en la novela Acción de gracias, era oscura y pesimista. Ford, entonces, como respuesta, le dejó un mensaje escrito a modo de dedicatoria en la primera página del libro en el que le auguraba un cambio de parecer cuando Fernández cumpliera 40 años. Para quien no conoce la saga de Frank Bascombe, hay que aclarar que transcurre a lo largo de tres novelas y, de momento, un epílogo que incluye cuatro relatos. Ford narra la peripecia vital de este personaje, un escritor que al morir su hijo se separa y se convierte en periodista deportivo para, con el correr de los años, devenir en un agente inmobiliario, profesión que no abandona y desde donde, septuagenario, en Acción de gracias, observa el devenir con ironía. A lo largo de los años reconoce dos etapas, la existencial y la permanente. La primera es la del viaje de la vida y la segunda de destino. Uno avanza desarrollando proyectos y eligiendo alternativas, hasta que aparca y mira el mundo desde lo que Ford llama "período permanente". Allí estamos ahora, viene a decir Fernández –y cuesta discutirlo–, desde donde Bascombe mira el mundo, ya que las circunstancias nos han llevado, incluso en mitad de la vida, a someternos más al destino que al viaje. Y sin tanta carga irónica ya que nos hemos dejado una etapa por el camino.
Diario de la peste: noche y día
Más allá de cualquier maniobra existencial estamos limitados a gestionar un presente de recorrido corto. ¿Podremos llevar a los niños al colegio el mes que viene? ¿Se contagiará algún mayor de la familia? ¿Seguiremos cobrando el seguro si volvemos a confinarnos?
"La vida es cuestión de administrar el dolor", dice Frank Bascombe en uno de los últimos relatos [5]. Hace tiempo que este lugar dejó de ser el primer mundo. Habitamos el único que existe. El que nos contiene a todos.
MR/FeL/FF