CORONAVIRUS
Desde Madrid

Diario de la peste: malos años

Las primeras manifestaciones contra el Estado de alarma, focalizadas en un barrio de clase alta de Madrid y sin mayor repercusión, se expanden por otras ciudades.

Se desinfectan las calles de Madrid como prevención para el coronavirus.
Se desinfectan las calles de Madrid como prevención para el coronavirus. | AFP

Amanece con una brisa fría en Madrid. La primavera, de momento, llega por las tardes. Poco a poco el país entra en el valle del despropósito, como ocurre en otros sitios, y la "nueva normalidad" que el gobierno había anunciado para un futuro incierto se manifiesta, de algún modo, empezando a volver cotidiano aquello que hasta hace poco tiempo era impensable.

Las primeras manifestaciones contra el Estado de alarma, focalizadas en un barrio de clase alta de Madrid y sin mayor repercusión, se expanden por otras ciudades al caer la noche sin respetar ningún protocolo sanitario. Parecía que el señor, fuera de sí, que hace unos días aporreaba un farol municipal con su palo de golf era el culmen de estas demostraciones, pero ayer, en la manifestación de Santander se vio a una pareja en un BMW, descapotado, ella al volante y él detrás con una bandera española y un altavoz que amplificaba su protesta: "¡Gobierno, dimisión!". Circula como anécdota, como curiosidad. No tanta presencia en las redes tienen otras secuencias, como las de los comedores sociales de Aluche, en los que se da comida a quienes, ocupan la calle, manteniendo la distancia sanitaria, callados, sin proferir consignas, esperando pacientes su ración de alimentos. Es el mismo país. La normalidad del espanto.

Dice el escritor Eduardo Mendoza que con esto que nos pasa, él cree que es la realidad la que nos observa y no nosotros a ella. Quiero entender que lo que expresa se refiere a un presente que nos desborda y en eso lleva razón. Pero también, más allá de los efectos de la pandemia, inédita, están las deficiencias conocidas de siempre como en Madrid, donde además de las colas del hambre, hay falta de recursos sanitarios a causa de los recortes de los últimos años y la rifa de la sanidad regional entre las empresas de salud privada. Un informe de la revista El Salto da cuenta de las carencias de recursos básicos y profesionales para actuar en el comienzo de la crisis, pero resalta la persistencia, más que en la lenta inyección de recursos, en la incompetencia y dejadez de asumir la responsabilidad pública frente al problema.

Diario de la peste: miedo

Este fin de semana una fuerte dolencia gastrointestinal me tuvo sometido al dolor y a la incertidumbre, pero sobretodo al miedo. Al dolor intenso que me obligaba a mover por casa con total torpeza, a la incertidumbre sobre las causas y el alcance de lo que ocurría en mi cuerpo y, finalmente, al miedo por la posibilidad de tener que desplazarme a un hospital. Afortunadamente, un amigo médico me dio instrucciones telefónicas y me quitó la incertidumbre. No así el dolor ni tampoco el miedo.

Obviamente, mi malestar es una simple anécdota menor, pueril, no más que eso, pero que me recordó el artículo publicado por el filósofo Santiago Alba Rico hace unos días. Sostiene Alba Rico que no estamos preparados antropológicamente para el dolor ni para el duelo, ya que en los días que corren, los pensamos en términos de enfermedad y no como consecuencias de un proceso natural que no es otra cosa que la vida. Dice que pretendemos que se superen "en" el tiempo y no "con" el tiempo. La tecnología y la ciencia han dejado fuera, en nuestro imaginario, a las enfermedades que, más allá de nuestras fantasías, no tienen cura. Como las relaciones humanas, que salvo en el caso de los misántropos, están sujetas a conflictos y se sostienen con un compromiso. Una muerte, una separación sentimental implica un duelo. No existe el derecho a la felicidad.

Hace unos días en The Guardian se afirmaba que la realidad se parece a un cuadro de Hopper: seres solos, generalmente en una habitación o en un bar, distanciados unos de otros. Es una manerade verlo. Otra, el grito de Edward Munch. Lo cierto, me temo, que como escribió Sánchez Ferlosio, vendrán más años malos y nos harán más ciegos.

 

MR/FF