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DESDE MADRID

Diario de la peste: miedo

Miguel Roig mantiene un registro de la cuarentena desde la capital de España, país en el se cumplieron 60 días de aislamiento.

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Desde Madrid, Miguel Roig escribe un registro de la cuarentena. | AFP

El escritor Javier Marías cuenta que Juan Benet, otro escritor español, de quien el crítico y editor Constantino Bértolo afirmó que ha influido hasta en quienes no lo han leído, Benet, entonces, dice Marías, detestaba los sueños narrados en las novelas. En el momento que un narrador comienza a narrar un sueño, según Benet, al lector se le abre un paréntesis, una peripecia de menor importancia. La propia irrealidad anunciada invalida lo narrado. Marías, entonces, se pregunta si la misma novela o la ficción no es también un paréntesis y su lectura un ejercicio similar al que continua después de la advertencia «aquí comienza un sueño».  ¿Dónde está el borde de lo real? En Las meninas de Velázquez, ¿acaso el pintor, autorretratado en el cuadro, no nos mira desde el lienzo, con lo cual pasamos a formar parte de la pintura? Si así fuera, ¿de qué lado estamos? Borges sugiere que podemos ser el sueño de otro, quizás de nosotros mismos. «La verdad es que somos dos y somos uno», escribe. Como Jekyll y Hyde, que, asegura Stevenson, surgieron de una pesadilla.

En el Reino Unido un grupo de psicoanalistas ha abierto una página de Facebook y un blog en los que, mediante, un formulario, se puede anotar un sueño que hayamos tenido para incorporarlo a una investigación sobre la experiencia onírica durante la pandemia. El psicoanalista Jake Roberts, quien forma parte del grupo, dice en The Guardian que hay un mayor recuerdo de nuestros sueños en estos días, y que esto se debe a que disponemos de más tiempo reflexivo ya que, opina Roberts, «generalmente, nuestro propio pensamiento no es objeto de reflexión». «Las personas», afirma, «viven, de algún modo, en sus sueños, experimentan su mundo de ensueño como si estuvieran despiertos». 

En otro portal inglés, tanto de ayuda telefónica como en línea, para quienes necesitan asistencia emocional durante la pandemia, se registra un hecho curioso: la mayoría de la gente llama, inquieta, para contar pesadillas y, dice la psicoterapeuta que coordina el servicio, Natasha Crowe, los sueños son narrados como los argumentos de una serie. En el otro grupo, en el que se recopilan solo los sueños, sucede algo similar. ¿La pesadilla es que Netflix nos esta soñando?

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Diario de la peste: el corazón roto

Mi madre es anciana y vive con su hermana, mi tía, un poco más joven. No tienen plataformas de pago para ver series ni me narran ningún sueño cuando hablo, a diario, con ellas, pero su relato del confinamiento, algunas veces, tiene verdaderos elementos fantásticos. Una amiga de Barcelona, sin transgredir la cuarentena, desmonta con su pareja su negocio; es escritora y editora: en estos días no lee ni escribe. Otro amigo, que forma parte de un equipo sanitario en Vicenza, en el norte de Italia, no me cuenta nunca nada de lo que ve. Un amigo más, este de un pequeño pueblo de Cataluña, comenzó la cuarentena justo el día en el que le dieron el alta de un problema coronario al que trata de olvidar y lo mejor que tiene para ese fin es su incierto futuro laboral. Más amigos con los que hablo, uno periodista, septuagenario, encerrado en su casa de provincia, en Argentina, escribe como un poseso como si llenar una página detrás de otra fuera un paliativo para el terror.  Mi novia, a media hora de casa, con sus dos hijos y una gata, abandona su casa solo para abastecer la heladera de su madre, pero también, y fundamental, constatar que el relato telefónico de normalidad se corresponde con la realidad. Mi sobrino en París va a retomar las clases en la escuela y me lo cuenta feliz mientras yo leo que el ministro francés dice que la decisión de abrir las escuelas responde a una decisión política y no científica. El funcionario, en la foto de la noticia, se cubre el rostro con una mascarilla negra: parece un comandante Marcos del lado de los malos. 

Diario de la peste: el cárdigan de Bergman

Hay un cuento de Thomas Bailey Aldrich, recopilado en la antología de relatos fantásticos (¿oníricos?) de Ocampo, Borges y Bioy. Son dos líneas: «Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta».

Hoy se cumplen en Madrid sesenta días de cuarentena. Dos meses. Esa mujer puedo ser yo. No pienso abrir.