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Desde Madrid

Diario de la peste: el corazón roto

En España las disputas del Gobierno central con las regiones son políticas, en el Reino Unido son hermenéuticas.

Boris Johnson, premier británico, en su regreso a las tareas.
Boris Johnson, premier británico, en su regreso a las tareas. | AFP

Este lunes 11 de mayo media España comienza una nueva fase y el resto sigue tal como estaba. Lo cual, no es otra cosa que mirar el contenido de un vaso con agua hasta la mitad. En Andalucía, por ejemplo, lo ven medio lleno en cambio, para Madrid, les parece aún vacío. Pero tampoco es así. Ya que la nueva fase implica, apenas, ir a ver a un familiar, sentarse a tomar un café en una terraza; ir a la iglesia, la mezquita o la sinagoga o, programa poco alentador, concurrir a un velorio. Con lo cual, la novedad es solo salir de casa para romper la cuarentena.

En Madrid el viernes vamos a cumplir dos meses de confinamiento. Pocas novedades, entonces, para, por ejemplo, los vascos que, como mucho, se tomarán una cerveza en una terraza –ojalá no les llueva– y volverán a casa que es donde nos encontramos el resto. Con lo cual, el vaso, sigue igual. No cambia la dinámica y, como dijo Hitchcock, la lógica es aburrida.

El que no aburre a sus conciudadanos es Boris Johnson publicando ayer un plan de desescalada que no entiende casi nadie en el Reino Unido. Johnson anunció que el confinamiento deberá levantarse con mucha cautela pero, a la vez, cambió el lema de la campaña sanitaria "quédense en casa" (stay at home) por «estén alertas» (Stay alert). La ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, dijo que no entendía al primer ministro, comentando, sin tapujos que no comprendía que significaba mantenerse en alerta. La misma reacción manifestaron tanto en Irlanda del Norte como en Gales.

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En España las disputas del Gobierno central con las regiones son políticas, en el Reino Unido son hermenéuticas. Puede que, siguiendo con Hitchcock, Boris Johnson se dedique a sembrar con Macguffins su guion político, aquello que el director introducía en la trama para despistar al espectador y motivar a los personajes, al margen del eje central de la historia. El problema es que el propio Johnson parece ser el Macguffin de su Gobierno. No hay que olvidar que arrancó la pandemia de la Covid–19 en el más puro estilo Trump, poniendo la economía por delante del problema sanitario y acabó cambiando de estrategia, llamando a evitar el contagio social y a teletrabajar. Entre las dos posiciones contrajo el coronavirus y estuvo, muy grave, en la unidad de terapia intensiva. Otra vez Hitchcock: «Estoy seguro que a cualquiera le gusta un buen crimen, siempre que no sea la víctima».

El 8 viernes pasado, al celebrase los 75 años de la claudicación alemana, Johnson, como no podía ser de otro modo, habló al país glosando la figura de Churchill, sobre quien ha escrito libros –aunque no lo parezca tiene una sólida formación intelectual, forjada en Eton y Oxford–, pero su perfil se ha mostrado más cercano al ambiguo Chamberlain que al temerario héroe inglés de la Segunda Guerra Mundial.

Este fin de semana me sorprendió el apunte que escribió un excompañero de trabajo en su página de Facebook. Roger Kennedy es un gran director de arte inglés que presidía un equipo de trabajo en Londres en el que yo colaboraba. Este sábado ha colgado la fotografía de un viejo recorte de periódico en el que se da cuenta, meses previos a la capitulación alemana, de un misil que impactó en el sur de Inglaterra, destruyendo la iglesia de un pueblo y matando a cinco personas. La breve crónica destaca que el bebé de una casa vecina salvó su vida por estar arropado en su cuna al caer parte del techo de la vivienda. Cuenta Roger que su hermano vio la explosión desde la ventana y que el bebé que sobrevivió era él. El recorte fue conservado por su madre. Al final, anota que nunca prestó demasiada atención a las hazañas de Warnher von Braun. El ingeniero aeroespacial alemán consiguió llegar a la luna después de fracasar en su intento de acabar con la tierra.

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Pequeñas historias como esta son las que la miseria de Johnson no atiende al negar, entre otras cosas, la memoria colectiva que no arma, como él, la historia con Macguffins.

El presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, a la misma hora que Jonhson usaba la figura de Churchill a mayor gloria de su deriva política que comenzó con el Brexit y continúa con el mayor número de muertos por coronavirus en Europa, dijo al mundo: «Alemania es un país al que solo se puede amar con el corazón roto». Tendrá que pasar mucho tiempo, no para restaurar aquello con lo que hay que convivir, las astillas del pasado, sino para moldear las piezas de un futuro soportable. Tal vez sea aburrido, como la lógica, como lo es la llanura, pero que carece de accidentes.

MR/FF