CORONAVIRUS
Opinión

Diario de la peste: el cárdigan de Bergman

El autor reflexiona sobre el aislamiento, la cuarentena y las enseñanzas que dejó el gran realizador cinematográfico.

Ingmar Bergman
Diario de la peste | El cárdigan de Bergman | Cedoc

Las cifras surgen a borbotones, todas dramáticas, crueles, exageradas, realistas. En Estados Unidos ya son 33 millones los desocupados, las compañías aéreas se desploman; Lufthansa, por ejemplo, pierde un millón de euros por hora. Es curioso: el director de la compañía ha dado este dato y eso implica que se ha tomado su tiempo para construir un relato capaz de conmover a la audiencia, primero, y con esa tensión emocional, poder pedir, después, ayuda al Estado. No aparece en ningún lugar el monto total del agujero, no lo sabemos, pero un millón de euros por hora da para mucho. Es mucho.

Anoche renunció la directora de Salud Pública de Madrid porque el Gobierno de la Comunidad pretendía que firmara un informe favorable sobre la situación sanitaria de la región para entrar el lunes en la siguiente fase que permitiría activar parte de la actividad comercial y productiva. No sabemos, en Madrid, a esta hora del viernes, de que lado estamos aún: si de la bolsa o de la vida.

Las cifras de contagio se moderan y las de fallecidos fluctúan: bajan en España y Francia, se estabilizan en el Reino Unido pero vuelven a subir en Italia. Pero detrás de los cuerpos, los mercados impacientes, emiten señales desde el apocalipsis. La pérdida total de los papeles en Madrid es prueba de la tensión.

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Anoche, mientras el ruido cruzado de las cifras de los contagios, las muertes y los millones perdidos no cesaba, me entretuve con otra charla sobre comunicación de Carlos Bayala en Instagram, y después vi otro capítulo del documental sobre la videoteca que tenía Ingmar Bergman en su casa de la isla de Faro.

El hecho de que tuviera acumuladas casi dos mil cintas del viejo formato VHS, en donde conviven, eclécticamente, Spielberg, Fellini, Tarantino y Dreyer, entre otros, ha dado pie a un formato interesante en el que se invita a diferentes artistas para que visiten la casa, vean la videoteca, y, en definitiva, respiren la intimidad en la que vivía Bergman.

Diario de la peste: el nuevo amanecer

Me llamó la atención el testimonio de Daniel Espinosa, un director sueco, hijo de refugiados chilenos, en el que cuenta que el estreno de Secretos de un matrimonio –primero como serie de televisión y después en una edición para cine– provocó que en un año los divorcios se incrementaran en un cincuenta por ciento en Suecia. Ningún realizador, dice Espinosa, logró una revolución como esta. Se refiere, claro, a los directores de cine político de los setenta.

En esa isla, Faro, en la que Bergman vivía, rodó dos documentales separados por una década: en 1970 y 1979. En ambos se ve a los habitantes, gente sencilla, agricultores, pescadores, escolares. El contraste es elocuente. En la primera película se ve a algunos adolescentes hastiados de la isla en su aburrida soledad, manifestando intenciones de irse de allí. Años más tarde, la preocupación de Bergman por la pérdida de las tradiciones y el éxodo, se ha convertido en una adaptación feliz de aquellos jóvenes y el goce de una vida sencilla, cómoda en su austeridad. Hay un anciano, en el que Bergman se detiene fascinado, viudo, aislado, un agricultor de manos hábiles, cuyo silencio y serenidad llenan de sentido la experiencia de un cine verdaderamente político.

El director Ang Lee, invitado a participar en la serie de visitas a Faro, dice que la lección que Bergman le ha dejado a él es el silencio, el espacio temporal sin líneas de textos ni música. La respiración de ese anciano con el viento detrás.

¿Cómo nos va a modificar a nosotros, el silencio de este confinamiento, separado por paréntesis que no encierran una década, pero sí un tiempo esencial de nuestras vidas?

Se ha hecho viral en España una entrevista que el periodista Jordi Évole le ha hecho hace unos días a Ricardo Darín. Uno de los tramos más vistos es en el que Darín comenta que la economía del mundo se está tambaleando porque compramos solo lo que necesitamos.

Diario de la peste 19: caminante no hay camino

Me acordé de mi papá que llevó durante años, en cada invierno, un pullover que consideraba su segunda piel. De Hermes Binner, que en seis años de trabajo juntos, siempre usó los mismos zapatos. Y de Bayala, que da sus charlas desde casa, sin calzado y con medias rotas.

En la página oficial de Bergman, hay pequeños testimonios del director, ya casi al final de sus días, breves intervenciones en las que cuenta cosas aparentemente banales. Como la del cárdigan que lleva puesto en ese momento. Dice que él es feliz vistiendo siempre lo mismo. "Como este cárdigan", comenta. "Se lo presté, hace años, al actor de La vida de las marionetas: lo lleva puesto en la película", dice. Enseña los codos gastados y el puño derecho con la gruesa lana lastimada. "Es porque lo apoyo al escribir", aclara. La voz de un relator, con la mirada de Bergman distraída con el mar, nos cuenta que el director pidió ser enterrado con el cárdigan puesto.

¿Cómo nos vamos a vestir, después de la cuarentena, cuando salgamos a la calle?