Hoy empieza la fase cero en casi toda España, menos en las islas de Formentera en Baleares y La Gomera, El Hierro y La Graciosa de Canarias que pasan directamente a la fase uno.
En el capítulo cero, como es el caso de Madrid, se puede caminar y hacer deporte de manera individual desde las seis hasta las diez de la mañana y desde las ocho hasta las once de la noche. Ir a la peluquería o a las librerías, previa cita concertada y comprar comida para llevar a casa. En realidad, en los hechos, salvo el tema del comercio, ya se pudo salir el fin de semana. Yo lo hice el sábado por la tarde. Fue una experiencia traumática ya que, en mi barrio, nos lanzamos todos a la calle como si fuera el día de la liberación. No solo que casi nadie respetó las distancias sanitarias, sino que había que evitar que otro te embistiera de frente o que, directamente, te arrollara un runner. Caminaba por una calle amplia, no por un estrecho pasaje.
Si Haussmann creó las avenidas y ensanchó las calles de París para evitar las barricadas populares y facilitar el desplazamiento del ejercito represor frente a los manifestantes, hoy debería repensar su propósito en defensa no ya de la burguesía sino del indefenso flâneur.
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Hace unos días, un amigo me preguntaba que era aquello que más echaba de menos en este encierro: caminar sin rumbo por Madrid, le respondí. Desafortunadamente, hay que tomar conciencia de que los circuitos de las ciudades son vías de desplazamiento y no lugares de contemplación. Londres era para Engels, ya en 1845, un paisaje desolador, "un amontonamiento de tres millones y medio de seres humanos en un solo punto". Qué diría hoy, en tiempos de la cuarta revolución industrial enquistada en una pandemia global.
En un dossier que El País ha dedicado al futuro que nos aguarda después del coronavirus, Richard Sennett atiende este problema y menciona un proyecto que están estudiando en París y Bogotá, denominado "ciudades de 15 minutos", en los que los habitantes puedan desplazarse a pie o en bicicleta prescindiendo de medios mecánicos. Claro está que esto implica una revolución económica (así la llama Sennett) porque las fábricas están en los polígonos industriales alejados de la ciudad y los trabajadores, a su vez, viven en asentamientos irregulares también periféricos.
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Pero el planteo es otro de los síntomas que pone en evidencia la pandemia. Así como está dejando testimonio de que hay que repensar el sistema de salud, salen a relucir también los temas urbanísticos, medioambientales y, por supuesto, sociales, como la situación de la tercera edad en las residencias o la implantación de una renta universal para paliar los daños económicos que acarrea la crisis sanitaria. No sería tampoco arriesgado valorar jubilaciones anticipadas para incorporar a la legión de jóvenes desocupados –incluso desde la crisis anterior– al mercado laboral.
Estamos en la fase cero, pero no solo de la desescalada sino del inicio de la planificación de, entre otras cosas, un espacio habitable, no para una multitud agolpada sino para una comunidad que pueda convivir en términos razonables su día a día. Dando un paseo sosegado, por ejemplo, ya que como escribió Benjamin, "el hombre de la multitud no es ningún flâneur".
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