Ayer, por vez primera desde que comenzó el confinamiento en España, salieron los niños a la calle. El permiso es por solo una hora, a un kilómetro del domicilio y pueden ir hasta tres niños juntos, acompañados por una persona adulta que pueda acreditar el parentesco. Ni los acompañantes ni los niños se pueden acercar a otros a menos de un metro.
Hoy, lunes, comienzo de la séptima semana de cuarentena (que, a este paso, superados los cuarenta días ya, tendrá infinitos bonus track), los diarios españoles cuentan la jornada. Como no podía ser de otro modo, hubo relajación en la gente y cierta permisividad, pero, claro está, dentro de un orden. Hoy se conocerán los informes oficiales pero la policía habla de una relativa normalidad en general y de un alto margen de permisividad por ser el primer día. Lo mismo ocurrió cuando comenzó en marzo el encierro y, en los primeros días, las autoridades no obstaculizaban la circulación: hoy es imposible, al menos en Madrid o en cualquiera de las grandes ciudades, caminar a menos que el destino sea un súper, una farmacia, un centro médico o un trabajo justificado.
En la tapa de El País se ve a una niña saltando con alegría; el titular habla de normalidad y de algunas aglomeraciones en las grandes ciudades. La Vanguardia muestra la explanada del Arco de Triunfo de Barcelona llena de mayores con niños de paseo, pero guardando las distancias exigidas entre unos y otros. Advierte, eso sí, en el texto que no siempre se respetaron las normas.
El relato cambia cuando nos vamos a La Razón, cuya primera página, muestra una multitud y el título se olvida de los niños: "El día de los padres". Pero esto no es todo. El titular principal paraliza: «Expertos alertan de un brote tras la salida de los menores». Cuando nos vamos, con cierta urgencia y temor al interior del diario, leemos que los expertos son solo tres, de los cuales dos plantean sus dudas y el tercero las niega. Como se puede comprobar, con alivio, en el vaso ni siquiera hay agua para valorar si está medio lleno o medio vacío.
El Mundo, otro de los diarios de tirada nacional, titula: "Y 42 días, después, la alegría salió en tercer grado". La expresión con carga semántica carcelaria, me recuerda al video de la canción de los Beatles, A day in the life, en la que el narrador lee las noticias del diario y al mencionar que el ejército inglés ganó la guerra, en las imágenes vemos a un grupo de niños pequeños con armas de juguete, corriendo, muertos de risa. En El Mundo el sentido es inverso. Si queda alguna duda, el otro titular de tapa, subjetivo, la quita: «Ni siquiera podemos jugar a la pelota».
Los viejos periodistas porteños suelen contar la anécdota de un joven cronista que, al presentarse a buscar trabajo en una revista, a finales de los sesenta, el jefe de redacción le pidió que escribiera, a modo de prueba, cuarenta líneas sobre Dios. «¿A favor o en contra?», preguntó el aspirante.
Se puede escribir a favor o en contra del gobierno. También se escribe a favor de la muerte. Con solo llamar a la memoria aparecen los recuerdos. Y puede que, en las semanas sucesivas, sigamos pisando límites peligrosos. El terreno está abonado. Solo hay que mirar la estadística que nos dice que la Covid-19 necesitó tres meses, desde el primer caso oficial en Wuhan el 31 de diciembre, para llegar al primer millón de contagios. El segundo millón se alcanzó en solo dos semanas, el 13 de abril. Al tercero, llegaremos posiblemente hoy, quince días después. El futuro es inquietante. Nadie sabe como vamos a terminar el año, empezando por los científicos que se mueven en el ensayo y error, como no puede ser de otro modo, ante lo desconocido. La Covid-19 aún lo es y por eso, el presidente Trump fuerza las costuras de las instituciones porque su lectura populista del poder le indica que si los expertos dudan, él también puede aventurar cualquier hipótesis a la hora de buscar votos. Muchos medios siguen esa línea.
El profesor Peter Coleman de la Universidad de Columbia, estudioso de los problemas de la polarización, reflexiona en Politico que esta crisis nos puede traer cierta distensión. Su estudio sobre los shocks sociales le lleva a pensar que el actual escenario de crisis puede promover patrones más constructivos en el discurso cultural y político. Ojalá.
En la última parte de A day in the life, se lee en las noticias que hay cuatro mil agujeros en Blackburn, en el condado de Lancashire en el Reino Unido, y se aclara que, aunque son pequeños, los contaron todos. Esa parte de la letra fue escrita por Lennon y se refiere a los hoyos de la carretera de la ciudad. No lo entendió así, entonces, la BBC que al principio prohibió la emisión de la canción ya que los censores interpretaron que los agujeros eran una ¿clara? referencia a pinchazos de droga. La BBC ese día, escribió en contra.
Mañana, será otro día.