CORONAVIRUS
Opinión

Vengo del futuro: no se imaginan lo que pasó con el coronavirus

El resto del 2020 nos depara algunas obviedades y además algunas inquietantes sorpresas. ¿Coronavirus mata grieta? Una reflexión sobre el don del tiempo.

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La ciudad de Buenos Aires, algunos de sus barrios como La Boca, Belgrano, Centro, Puerto Madero, durante la cuarentena dispuesta por las autoridades. | Mariano Solier

No voy a aburrirlos con los asombrosos detalles de mi viaje en el tiempo, ni tampoco a confirmar o desmentir si la versión de los múltiples universos de Marvel son ciertos. Pero puedo resumir lo que vi, lo que escuché, lo que me sorprendió, lo que me desagradó y lo que me hizo volver a este, nuestro tiempo de coronavirus.

Cuando se me permitió aventurarme a marzo de 2021, pensé sinceramente que me iba a encontrar con algo mejor. La especie humana no es especialista en aprender de sus errores. Pero el mundo insistía en girar como siempre lo hacía y no había más remedio que sumarse y seguirle el ritmo. Los días avanzaron. Con este marco las cosas no tardaron en encaminarse con rapidez. Hay que admitirlo: cuando nos lo proponemos, lo logramos.

Hay detalles, no obstante, que es preciso puntualizar. Este es el eje de lo que quería compartir.

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Lo que vi. En los primeros meses de mi travesía y a pesar de la curva de campana que desarrolló la gráfica del coronavirus, los políticos, famosos, y demás referentes sociales y culturales se forzaron en mostrarse unidos por la causa. Los liderazgos no fallaron, pero las masas detrás proclamaban e insistían en acentuar lo que nos diferenciaba. Se hizo lo que se tenía que hacer y a pesar de invocar a Dios y a la Ciencia en una misma conferencia de prensa, muchos no sólo desoían las cuarentenas sino que otros se comportaban como verdaderos militantes de la división.

La primavera trajo cierto alivio sólo en el clima. Intenté una suerte de juego: grité “viva la libertad” en la ventana. Me respondieron del otro lado del pulmón de la manzana: “¡Callate facho!”. Pensé que no me habían entendido. Lo recordé a Tocqueville y lo que él vivenció cuando lo enviaron desde Francia a Estados Unidos en la primera mitad del siglo XIX para estudiar su joven democracia. Y entonces grité: “¡Viva la igualdad!”. No se tardó en escuchar la reverberación de un “¡cállate zurdo!”.

Por un instante, les aseguro que creí que superábamos la grieta.

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Buenos Aires, en el presente: marzo de 2020. Foto: Mariano Solier.

Lo que escuché. No pude olvidar que la gente hablaba en modo slogans. Repetían mantras del tipo “vamos a salir juntos”. Alguno intentó un “sí se puede”, pero lo insultaron en una especie de curiosa confusión. Todos lo intentaron. Decir lo contrario sería mentir a la historia. Bah, al actual futuro en realidad. Se animaron a decir que el espíritu que flotaba en las calles era comparable al de “Semana Santa del ’87”. Gente que había votado a Macri hasta el cansancio no podía evitar emocionarse con las palabras de Alberto en la tele. Los que sufragaron por Alberto, cerraban el puño como quien acierta al caballo apostado. Era importante acertar la palabra correcta.

Todos coincidian en esto: “algo cambió”. Y nadie lo podía identificar, pero todos los sentían. Nadie lo podía describir, pero a todos emocionaba. Y esto no podía ser algo malo, ¿no?

Pero algo pasó.

Nos despertamos y "parece normal". Es normal despertarse. Voy a intentar escribir lo mismo siendo repetitivo para insistir en la idea: parece normal estar vivo, ¿no?. No lo pensamos. Sucede. Los más religiosos, agradecen. Los menos, vamos al baño a primera hora y listo. Un leve atisbo de existencialismo asoma al mirarnos en el espejo a las 7am. Así se arranca el día. Pero cuando nos engripamos, recordamos que antes estábamos sanos. Cuando nos duele la cintura, recordamos lo fácil que era pararse. Cuando estamos solos… bueno, ya entendieron la idea. La virulencia de este virus llamado covid-19, nos hizo recordar algo de todo esto.

Hace unos años, cuando reboté entre varias confesiones al ser expulsado por los distintos dioses, me acerqué a un sacerdote católico de Villa Domenico y le planteé que al ver la cruz, sólo veía una imagen de yeso. Y me respondió con brutal sinceridad: “Es verdad, si se cae se rompe, es sólo una figura de yeso”. Y luego me regaló otras palabras con aroma a epifanía pero no vienen el caso. El punto es que resignificamos las cosas de una manera inevitable cuando somos conscientes que todo es prestado en esta vida.

Cuando no estamos divididos, parece normal estar unidos. Sucedió por unos meses. Las ideologías nos permitían sentarnos a tomar un café y plantear diferentes perspectivas sobre cómo resolver un problema. No fue fácil. Pero se hizo. Lo escuché.

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Buenos Aires, en el presente: marzo de 2020. Foto: Mariano Solier.

Lo que me sorprendió. ¿Se acuerdan de las familias divididas por la grieta y los asados del domingo que terminaban mal? Pues en estos meses próximos no se habla de diferencias. La dinámica de la realidad lo forzó de manera natural, es verdad: hay un enemigo “único”. No es necesario parafrasear a Clausewitz o a Sun Tzu. Se pasó a encontrar que no era la casualidad ni el infortunio lo que reunía a las seres queridos, sino precisamente eso, que se querían, por el motivo que fuere: por la camiseta de un club, por bancarse en las malas, por prestarse plata, por ser buenos compañeros de trabajos o simplemente porque tocó estar en la misma familia. Y que las diferencias antes de la grieta también estaban, pero a ciertos personajes del poder les servía -y mucho- manipularlo como el pegamento de sus “militontos” o de los “choriplaneros”. Traigo del pasado estos adjetivos descalificativos porque seguramente ya sólo los encuentren en los libros de historia reciente. Su uso bajó exponencialmente con el correr de 2020. Lo mencionan además en un especial entre Jorge Lanata y Víctor Hugo Morales que dieron al unísono todos los canales de televisión cerca de agosto. Sí, boquiabierto quedé.

Lo que me desagradó. Hubo quienes intentaron sacar partido del coronavirus. Sí, no se puede creer, pero tampoco podíamos creer al principio que fuera necesario la cuarentena general. La asistencia social llegó a tal punto que se comentaba en las redes sociales que a Trump le habían aplicado el “rayo peronizador” por sus modos de intentar salvar a Estados Unidos de la crisis financiera. Ah, spoiler alert: les adelanto que en 2021 las criptomonedas explotaron, que la guerra del petróleo entre Arabia Saudita y Rusia no terminó en abril, que China está comenzando a tener nuevamente sus famosas “tasas chinas” (allá sólo le dicen “tasa”), y que se habla de una nueva moneda de referencia global luego de la inesperada devaluación del dólar previo a las elecciones de noviembre en EE.UU. La ley nos obliga a decir que no tienen que tomar esto como consejo de inversión ni mucho menos, sobre todo porque no están reguladas aún las operaciones haciendo uso de la curva espacio-tiempo. El punto es que hubo varios cisnes negros dentro del cisne negro que fue el covid-19.

Pocos creyeron que podíamos avanzar como sociedad y apostaron en contra. Estuvieron a punto de ganar.

Lo que me hizo volver a marzo de 2020. En diciembre de 2020 la pudrimos. Sí. No podía ser de otra manera. Estamos predestinados a sucumbir en los diciembres. Lo único que se escuchaba en las calles es “¿Cómo puede ser que nos hagamos esto entre los argentinos?”. El verano no fue fácil y en marzo de 2021 me seleccionaron para volver.

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Buenos Aires, en el presente: marzo de 2020. Foto: Mariano Solier.

Me permitieron decirles esto. Sí, la vamos a pasar mal en 2020, pero mucho mejor de una única manera: si estamos unidos. Suena al slogan del vecino, lo sé. Pero significa algo en la vida real por fuera de las letras: si el Presidente pide que hagamos A, hay que hacer A. Si el Jefe de Gobierno porteño -del PRO- se reúne con el Gobernador bonaerense, y dicen A, hagamos A. No es difícil. Llámenlo como quieran: orden, organización, comunidad, comunión, inteligencia, ley, sobrevivir. Pero movernos todos juntos, en bloque, es lo único que nos va a aliviar el día, hasta que aparezcan los primeros tratamientos. Durante 2020 perdimos a seres queridos. Se perdieron posesiones económicas. Las fuentes de trabajo también estuvieron en la tapa de los diarios. Pero cuando más se lo necesitaba, aparecieron la empatía y la solidaridad. Fue un cocktail demoledor contra el paso arrasador del coronavirus. Nuestra mejor herramienta. Nos miramos entonces a los ojos y vimos que se podía. Dolió, pero continuamos. Primero un paso y luego el otro. Nos ayudó a poner perspectiva a problemas menores y a darnos cuenta de lo que cada uno consideraba importante. Ése era un motivo por banca la parada. ¿Qué pasaría si se nos asegurara que éste es el último día? Sin que fuera necesaria hacer esta pregunta de filosofía urgente, el coronavirus sirvió para mirar a nuestro alrededor y darnos cuenta a qué aferrarnos.

Todos coinciden en esto: “algo cambió”. Y nadie lo puede identificar, pero todos los sienten. Nadie lo puede describir, pero a todos emociona. Y esto no puede ser algo malo, ¿no? Decir que el coronavirus trajo algo “bueno” sería faltar el respeto a los familiares de los fallecidos a causa de esta enfermedad. Sin embargo, la resiliencia es casi una marca registrada argentina.

Pero el tiempo pasó. Ese espíritu se esfumó en 2020 como la energía de una vela recién soplada. Fue entonces cuando me enviaron del futuro a este día en particular, con un papel que decía: “Escribí algo urgente. Que no la caguen”. Nos fue concedido el don del tiempo, estamos en cuarentena, más tiempo en casa, menos tiempo en la calle: pensemos en hacer las cosas bien y hagamos historia.