Lunes 23 de marzo
Mi cuerpo no responde. La fiebre no para. Yo tiemblo: el dolor de espalda es tenaz. No aguanto la cama, un asiento. No sé si es peor caminar o sentarme. La fiebre está aquí, en todo mi cuerpo, latente, esperando que me deje vencer.
Y el avance fue de golpe. Hace cuatro días que tengo fiebre, así que habíamos comprado naranjas, vitamina C, Taylenol. Había tenido una mejora, pero al amanecer del 23 de marzo, todo era distinto. Empezamos a llamar a los centros de urgencia. Nadie nos decía que vaya. Todo el mundo nos contestaba que esperáramos. Somos una familia de Colombia que vive en New York. Somos seis: tío, tía, mamá, mi hermano, mi novio y yo. Vivimos en dos apartamentos de Ridgewood, frontera entre Queens y Brooklyn, a treinta minutos de distancia.
Días atrás, había notado el aumento de personas con tapabocas en el metro, pero fue el miércoles 11 de marzo cuando en las directivas de CUNY, las universidades públicas de New York, donde estudio, avisaron que cerraban sus puertas. Yo estaba en la que sería mi ultima clase presencial en Baruch College, ubicado en Manhattan entre Lexington con 23 Avenue.
—¡Todos para la casa!
Lo que jamás imaginé es que doce días después, estaría llamando urgencia, tras urgencia para escuchar lo mismo:
— ¿Respira? Entonces, tome Taylenol.
— ¿RESPIRA? TOME TAYLENOL.
Yo estoy tan adolorida como si alguien me hubiera golpeado la cabeza. Tengo la boca amarga, los labios secos, ardor en la cuenca de los ojos, fiebre, tembleque… Todo el mundo pregunta si respiro, pero hay síntomas de los que no se hablan: el dolor que invade el cuerpo dejándolo en estado de agotamiento y desaliento, sin fuerzas, decaído, casi muerto. El virus es un monstruo que llega y te noquea de un momento a otro. Seguimos llamando al Centro de Servicio Nacional. Me hacen un cuestionario de 35 minutos por teléfono para al final decirme: los llamaremos para una cita.
Martes 24 de marzo
Nunca recibí una cita. Cuando llamamos al Urgent Care de aquí cerca en Fresh Ponds, Queens, la doctora nos pregunta que para qué quiero una prueba de Covid19 si no hay cura, solo se trata por síntomas. Nos dicen que no hay suficientes y que no debemos congestionar el sistema, que nos devolverán la llamada, no sin antes decir:
—Ah, pero ¿respira? Entonces tome Taylenol.
No saber si estoy contagiada con el Covid19 es una tortura. Tantas noticias, tanta información sobre lo que posiblemente me podría pasar, que estoy asustada. Le oculto a mi mamá que estoy enferma. No quiero verla, abrazarla. No quiero estar cerca. Ella vive a media hora de mi casa con mi tío, mi tía y mi hermano.
Por eso, quería responderle a todo pulmón a la médica : ¿Para qué una prueba? Para no morir en esta incertidumbre, con zozobra, impotencia y miedo junto a la fiebre, para saber cuándo puedo volver abrazar a los míos. Pero nunca fui una prioridad, estoy en un rango de edad “ de bajo riesgo” sin enfermedades o antecedentes clínicos y respiro.
30 de marzo
Han pasado varios días sin fiebre. Mi cuerpo sigue vuelto trizas. Siento que aún me estoy recuperando de los 11 días de fiebre que padecí con intervalos de 101F,102F,103F. Mi boca se cuarteó. La cabeza me dolió tanto que no consiento ni tocarme el pelo. Los odios me pitaban, la garganta estaba seca y amarga. Perdí el sentido del olfato y del gusto. Las piernas me temblaban, las articulaciones inflamadas, la fiebre ahí, vigilante. Ah, pero respiraba y nunca me vio un doctor. No logre saber si tuve el virus, si mi cuerpo creo anticuerpos y soy inmune o si aun soy un peligro ambulante para el mundo.
Mientras yo guardaba cuarentena en mi apartamento de Ridgewood, mi tío, mi tía, mamá y hermano también guardaban cuarentena en su casa, viviendo lo mismo. Todos se contagiaron. La diferencia es la edad. Llamaron al médico para recibir la misma respuesta: aguantar y tomar Taylenol. Todos tomaron te e hicieron todos los bebedizos que han salido para contrarrestar el virus en los primeros días. Cada uno viviendo las facetas de forma diferentes: a mi tío le duró el cuadro viral 2 semanas, igual que a mi; a mi tía, cuatro días. Y así, parecía que fuera por turnos, uno se enfermaba y el otro se aliviaba. Lo estaban tomando con calma, pero pocos días después mi mamá, que tiene 55 años empezó a tener fiebre y tos. Todos nos alarmamos. Se ahogaba un poco y tenía agotamiento en su cuerpo. Llamó al médico, quien le envió un jarabe. Todo por teléfono. Nadie le dijo que vaya al Hospital.
8 de abril
Después, siguió mi hermano que tiene 39 años. Las cosas se pusieron color de hormiga. La fiebre era incesante. El dolor del cuerpo insoportable y comenzó el temor de todos: la falta del oxigeno, que se le sumó a una gastritis que no le permitía dormir. Ya no importaba si éramos Covid positivo o no, tenía que ir para allá a ayudarles. Llegamos a las 3:00 am del 8 de abril al hospital de Long island Jewish en Forest Hills, le tomaron el examen del Covid 19, le colocaron mal su apellido en los papeles, lo tuvieron hasta las 8:00 de la mañana y lo enviaron a casa.
Nos lo habían advertido, todos los hospitales estaban llenos y lo mejor era aguantar en casa, la cantidad de contagiados son alarmantes y ni hablar de las más de 700 personas muertas en los últimos días por el mismo maldito monstruo que parece salido de una producción perversa como la película “Bird Box” que protagonizó Sandra Bullock.
Nos fuimos a casa sin haber pegado el ojo. Antes compramos la medicina y un aparato pequeño para hacer nebulizaciones en casa. Todos alerta, pendientes de mi hermano que hace pocos días estaba saludable corriendo en el parque y ahora tiene dificultad hasta para caminar por el cuarto de la sala.
9 de abril
Mi hermano sigue con dificultad para respirar. Se notaba su falta de oxígeno. Camina lento, tose y se ahoga. Tiembla y no concilia el sueño. Volvemos al hospital. Cogemos una silla de ruedas y lo entramos por Urgencias.
—¡Colóquense el tapabocas!
—Nombre del paciente…
Preguntas cortantes. Nadie lo ver a la cara. Tratamos de corregir su apellido porque no encontraban su historial, aún cuando habíamos estado ahí la noche anterior.
—¡V E L E Z! con V.
Es latino, no tendrán muchos Vélez entre sus pacientes.
Había que dejarlo solo. El protocolo es cero visitantes. El Coronavirus es inhumano. Una enfermedad que aísla, aleja, llena de miedo a la sociedad. Elimina la compañía. El alma se arruga, el corazón se parte. Dejar a tu hermano, a tu hijo, ahí, sin poder ayudarle a levantarse, sin poder apretarle la mano. Mi mamá cae en llanto. Sí, es un hombre de 38 años, alto y de contextura gruesa, sano, sin antecedentes. Pero ha llegado este virus y lo ha pateado. Sin embargo, él mismo nos dice:
—Hay que mantener la calma.
10 de abril
Mi hermano está internado. Le colocan oxigeno para que logre respirar mejor. La tos lo ahoga, no ha podido dormir. Su boca está seca, su lengua está herida. Lo que más le duele es toser. Los músculos de su pecho están inflamados, su voz se quiebra. Tenemos esperanza que saldrá bien librado. Le pedimos a Dios, al creador, a las fuerzas universales que nos manden de nuevo a Ricardo a casa, sano y salvo. No hay un momento en el día en que no pensemos si comió, si durmió, si respira.
Es una pesadilla, cada paciente es una familia entera que vive el tormento de no poder saber a ciencia cierta qué pasa con sus seres queridos porque la información es un teléfono roto: los médicos no dan diagnósticos, escudándose en las leyes de privacidad. Entonces son muchas preguntas sin respuestas.
Un mensaje le llegó a mi hermano durante estos días: es Covid-19 Positivo. Fue el único de la familia a quien le hicieron el test.
Vemos las noticias, lo de la fosa común, nos deprimimos, preferimos evadir las cifras.
Sabemos que Estados Unidos es el país en el mundo con más casos confirmados, más de 500.000 infectados y más de 15.000 víctimas fatales.
El gobernador del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, dice que estamos aplanando la curva, que hay menos hospitalizaciones. Pero yo me pregunto, ¿Cuántos hay en casa padeciendo en silencio? ¿Cuántos nos quedamos sin la prueba? ¿Cuántos nos enfermamos y no entramos en las estadísticas?
9 de mayo
Afortunadamente, mi hermano ya fue dado de alta. Tan sólo un mes después, Estados Unidos registró 1.635 nuevas muertes en un día y la cifra total de fallecidos ya asciende a 77.178.
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