Pregunta un tanto capciosa: ¿qué ocurriría si Ed Wood, considerado el peor director de la historia, se metiera con superhéroes? Respuesta: Avengers: Endgame.
Existen, en la historia de la humanidad, infinidad de situaciones desgraciadas. A los fines de esta crítica, cabe mencionar el instante en que a alguien se le ocurrió que ser cool implicaba una virtud, y su consecuencia directa: pongámosle cool a todo. Disney/ Marvel ha hecho uso y, sobre todo, abuso de esa regla. Todos sus personajes son cool, todos tienen un chiste para hacer, para mostrar cuán cancheros pueden resultar personajes ficticios destinados originalmente a una masa de adolescentes nerds que ni siquiera soñaban con poseer vida sexual. La coolización (es decir, la masificación forzosa, para llegar al universo de población que sí posee vida sexual, y así ganar aún más dinero), como cualquier herramienta, se oxida. En ese sentido Avengers: Endgame chirría como calesita desgastada: casi todo intenta ser cool (si no se toman en cuenta los momentos supuestamente dramáticos que no le mueven un pelo a nadie, ni tampoco los diálogos donde parece que estaba prohibido incluir cualquier atisbo de inteligencia), pero el recurso está tan gastado que se torna no solo carente de gracia, sino aburrido.
Hay que aclarar que el episodio anterior (sí, episodio, esto ya dejó de ser cine para transformarse en series que van a la pantalla grande) era bastante bueno, pero casi todas sus virtudes radicaban en el villano Thanos (tan inteligente como desalmado) y en el final negro. Entonces, a alguien se le ocurrió borrar esas dos virtudes de la secuela, y darle para adelante a lo largo de tres horas que se hacen más extensas que una caminata a Luján.
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No hay casi Thanos en Avengers: Endgame (y se lo borra con un recurso ilógico para el personaje, estrategia propia de Ed Wood), y lo negro persiste en los primeros minutos a modo de melodrama sin tensión, exagerado, telenovelesco. Repasemos: Thanos había borrado a la mitad de la humanidad, es decir a una de cada dos personas, por lo cual presentar cinco años más tarde las ciudades como un desierto es, más que recurso poético, una berretada. Asimismo, suponer que una humanidad que ha sabido sobrellevar pestes negras y guerras mundiales, se quede paralizada un quinquenio sin encontrar recursos de resiliencia, suena más a que el guionista se engolosinó con el éxito de la entrega anterior, antes que una situación racional: lo que sobrevive, casi siempre sigue adelante.
El segundo tercio del filme (es decir, hasta aquí ya se padeció una hora) la va de viajes en el tiempo. Sí, adivinaron: Volver al futuro con superhéroes, pero sin Michael Fox ni Christopher Lloyd ni Robert Zemeckis ni Bob Gale, es decir sin magia ni talento. Acá el ala fílmica de Marvel decide autohomenajearse, y entonces los viajes temporales son forma de visitar escenas de los filmes anteriores, sin resignificarlos: pito, palo y a la bolsa.
Se intenta ser graciosos, pero no les sale. Si Thor está deprimido y se viste como el Lebowski de los hermanos Coen, enseguida Robert Downey Jr. le dirá: “¡Ey, Lebowski!” para que quede claro el guiño-guiño. Si va a haber viajes en el tiempo, Ant-Man dirá que lo mejor será no encontrarse consigo mismo ni hacer apuestas deportivas, para que le respondan: “¡Ey, esto no es Volver al futuro!”, guiño-guiño. Y no, claro, no lo es porque no le da el cuero ni el piné.
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El último tramo es la batalla final. Se supone que, dado que sumados los dos filmes ya van unas cinco horas destinadas a seguir la “historia”, el encuentro debería ser épico. A los directores no les sale. Mucho personaje, pura confusión. Quizás deberían haberse sentado a volver a ver El señor de los anillos para aprender un poco de Peter Jackson. Para aprender a plagiar, al menos.
Y sí, claro, hay muertes (con velatorio donde los personajes se agrupan de acuerdo a las franquicias futuras, guiño-guiño). Al fin y al cabo, eso es probablemente lo que el espectador busque al ir a verla. Olvidándose que los fallecimientos en historieta y en el cine suelen durar menos que el de Cristo.
Avengers: Endgame probablemente terminará como una de las películas más vistas del año. Habrá gente que en las salas aplauda ante cada una de las obviedades que se producen. Eso no habla de su calidad, sino de la situación funesta en que nos encontramos como especie, y de que, en el fondo, Thanos siempre tuvo razón.
Calificación: Mala.