CRíTICAS
Un show mágico

El último beso

En su gira despedida, Kiss le dijo adiós a Argentina ante 50 mil personas en el Campo Argentino de Polo. Un noche repleta de clásicos y emoción en donde el público hizo enmudecer al mismísimo Paul Stanley.

Kiss brilló en el Argentino de Polo.
Kiss brilló en el Argentino de Polo. | Juan Obregón

No era una noche más la de este sábado 23 de abril. La gira mundial End of the Road pondría a prueba a 50 mil corazones para despedirse de la banda de sus amores sobre el escenario. Desde muy temprano, los alrededores del palermitano Campo Argentino de Polo pintaron de blanco y negro muchos rostros para emular a sus cuatro ídolos purasangre, versión 2022, llamados Paul Stanley, Gene Simmons, Tommy Thayer y Eric Singer: Kiss.

Mil pesos era el precio para hacerse, en la calle, del make up kissero como marco de una velada histórica, que no llegaba a colación de ninguna presentación discográfica o novedad bajo el brazo. Nada más, ni nada menos, significaba el adiós de la banda neoyorquina que supo maquillar como nadie, durante casi medio siglo, al rock and roll.

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Un joven llega en bicicleta al concierto, con una sonrisa tatuada en el rostro, una larga melena y un maquillaje inusual para el común de los presentes: el anj egipcio perteneciente a Vinnie Vincent, el guitarrista que formó parte de la banda por poco más de dos años. Porque las célebres máscaras que desfilan sobre Avenida del Libertador y Dorrego son, en ese orden, las del Chico Estrella (Stanley), el Demonio (Simmons), el Hombre Espacial (Thayer) y el Gato (Singer) quienes, por última vez, se pintarán en Buenos Aires, tercer show de la pata sudamericana del tour mundial, cuya antesala tuvo dos conciertos en Chile y, el 26/4, harán lo suyo en su llegada a Porto Alegre, la primera de sus cuatro descargas en tierras brasileñas.

El crédito local del show -visto en vivo por 160 mil personas vía la plataforma Flow- abrió con Arde la Sangre, la banda liderada por el cantante y bajista Marcelo "Corvata" Corvalán (ex Carajo y A.N.I.M.A.L.) que en 2020 ensambló junto al guitarrista "carajero" Hernán "Tery" Langer. El combo, que se completa con Luciano "Tano" Farelli (teclados, guitarra y coros) y Nacho Benavides (batería), dio una sólida presentación en vivo de siete temas y un cierre a gusto de los presentes: “Aguante la banda kissera”, gritado a voz en cuello, y con cierta demagogia, por Corvalán.

Paranoid de Black Sabbath y No More Tears de Ozzy Osbourne fueron algunas de las introducciones musicales al preludio Rock and Roll (de los inmortales Led Zeppelin) que sirve como aperitivo de cada show de Kiss. La Kiss Army nacional (club de fanáticos planetario del grupo) estaba expectante a lo que sucedería detrás del telón negro con el logo del grupo en plateado.

Tu quieres lo mejor, tu tienes lo mejor”, son las palabras -en inglés- que atronan los parlantes antes de cada show kissero que arranca con el efectivo Detroit Rock City y, como es de esperarse, enhebrará un collar de clásicos de todas las épocas. La tríada de cuerdas desciende desde unas plataformas ubicadas en la cima del escenario como si fuesen extraterrestres de una época ajena a la que tuvieron que amoldarse a la fuerza. ¿O imaginarían Stanley y Simmons, allá por principios de los años ´70, despedirse de su público, casi 50 años después, atravesado por la virtualidad, los teléfonos celulares de última generación, una pandemia, el boom del metaverso y la cultura de la cancelación? Son sobrevivientes.

Kiss brilló en el Argentino de Polo.

El show arranca con un sonido algo bajo, la distorsión de las guitarras se pierde entre un viento, que comienza a ser helado, mientras su cantante y guitarrista rítmico se siente ajeno a cualquier injerencia climática. Está al frente de un andamiaje musical sin descanso, mientras las llamaradas inflaman y maquillan un espectáculo que pasará por todos los recursos que puedan brindar. Los avances técnicos sirven para disimular cualquier falencia que acarrea el lógico paso de los años de sus integrantes.

Shout It Out Loud Deuce continúan su marcha mientras la primera intervención del público, al grito de "soy kissero, no puedo parar", arranca el primer "Gracias, muchas gracias" (en español) de Paul Stanley quien comenzaría con su discurso de recepción. "No hablo en español pero comparto su sentimiento y mi corazón es suyo", dice -en un trabado español- a los locales mientras pide que "dejenme escucharlos, hagan ruido animales, esta noche es la noche, baby". ¿Hacen falta estas frases luego de tantos años de carrera y éxitos? Para Kiss, cualquier partido está ganado antes de salir a la cancha.

Kiss brilló en el Argentino de Polo.

Las imágenes de archivo, de los años ´70 y ´80 del grupo, junto a la coreografia de Stanley-Simmons-Thayer, moviendo sus instrumentos a la par, son la fotografía de una época que ya tiene sabor a nostalgia para dejar lugar a War Machine, el tema que cierra el disco Creatures of The Night (1982) y el cual colaboró, sí, el cantante canadiense Bryan Addams. 

Las llamaradas provenientes de una caverna infernal y un dragón engarzado con una mascara robótica son algunos de los trucos en pantalla con el cual se le puede perder un poco de pulso al show. Heavens on Fire sacude el Campo Argentino de Polo mientras se ve a un chico, de no más de 10 años, pintado a ultranza y haciendo cuernitos al frente del campo. Sí, porque Kiss, como pocas, es una banda generacional que se replica en sus presentaciones: son varias las familias que los van a ver.

Kiss brilló en el Argentino de Polo.

En I Love It Loud, un muy comunicativo Paul Stanley dice que Kiss estuvo 11 veces en Argentina, un racconto que le falló -fueron ocho- mientras las imágenes de archivo, en la pantalla central del escenario, hace correr más de una lágrima en las mejillas de sus acólitos. "Eyyy Macarena", grita Gene al final de la canción y clava una espada incendiada al escenario luego de hacer su clásica llamarada escupiendo un líquido inflamable. 

Cold gin (de su disco debut Kiss de 1974) fue el tema que mejor resumió la noche. "Es un viejo clásico, vieja escuela", anticipaba Stanley mientras ejecutaba, con cierto esfuerzo, un grito a capella para encender, aún más, a los presentes. Distorsionadas imágenes en blanco y negro, de los músicos en vivo, sumadas a primigenias tomas de archivo, amalgamaron un frondoso pasado y presente musical. Todo esto cruzados por la inapelable tecnología de la que simpre Kiss supo hacer gala. El grupo neoyorquino jamás se estancó en ese aspecto, aunque sí en lo musical, sobre todo en la era de Music from: The Elder o los estrepitosos resultados de la gira para promocionar Creatures of the Night.

El solo de guitarra, con imágenes de una ciudad asediada por ovnis, hace que Tommy Thayer le "dispare" a las naves con su guitarra (algo inigualablemente ejecutado por el mítico Ace Frehley), uno de los escasos momentos en donde el monopolio Stanley-Simmons le brindan protagonismo a la otra mitad de la banda. El "olé, olé, Tommy, Tommy", es silenciado por un "shhhhh" de Paul mientras dice que "su corazón llora" y el público, a los gritos y coreando su nombre, lo hace enmudecer y emocionar.

Asoma el ganchero Calling Dr. Love (Rock and Roll Over, 1976) que pone nuevamente a Mr. Simmons al frente con los brazos abiertos y la arenga para que todos aplaudan. Como maestro de ceremonias, Gene es mucho más parco y directo que su alma gemela musical, pero igual de efectivo. En Tears are falling, mientras Stanley hace la mueca con sus dedos de dos limpiaparabrisas limpiándoles los ojos, le da pie a la parcial (y algo apagada) versión de Psycho Circus, enganchada con fragmentos de 100.000 years y un buen solo de batería de Eric Singer (al único que no corearon en la noche).

Kiss brilló en el Argentino de Polo.

El baterista le busca una faceta original a su solo mientras repiquetea con sus pies el bombo y se seca los brazos y parte del maquillaje con una toalla negra. La tarima de su instrumento se eleva y su imagen se proyecta por mil en las pantallas, generando un efecto algo confuso y perturbador en el espectador.

God of Thunder es otro de los hits de la velada y "el" momento de Gene Simmons. Su rostro en primer plano, iluminado por luces verdes, le da el siempre caracter sombrío para luego que la sangre se derrame por su boca: otra cucarda kissera inalterable junto a su clásico bajo-hacha.

Para Love Gun y I Was Made for Lovin´You, Paul se monta a una argolla y vuela por sobre el campo vip (seguido a 30 metros por un drome) para aterrizar sobre una plataforma al final de este sector. Un puñado de afortunados lo tiene muy cerca y uno aprovecha para revolearle una bandera argentina a la que Stanley cuelga en su micrófono y dice una vez más "¡Te amo Buenos Aires! Me infectaron". Las detonaciones, con escenas diamantinas en pantalla, rubrican esta parte del show.

Se apagan las luces del escenario y el show ingresa en un momento de introspección. Eric Singer se sienta al piano y desgrana esa joya inoxidable, de Peter Criss, que es Beth, pero esta vez sin entregar las rosas a sus acolitos de las primeras filas. La pausa justa para tomar aire e ingresar a la recta final del concierto y los cuatro músicos tomados de la mano para ensayar el saludo y despedida. ¿Son necesarios los saludos antes de los bises? ¿Son necesarios los bises?

Uno de los momentos particulares del show fue cuando Paul estaba por presentar Do You Love Me?, clasicazo del inoxidable Destroyer (1976), y se pregunta: "¿me pueden pasar la maldita guitarra?". A la que un roadie a las corridas le acerca. Cosas que pasan. Varias pelotas inflables gigantes -con el logo del grupo y los diseños de las máscaras de los músicos- rebotan en el campo vip.

Otra vez, imágenes de archivo proyectadas en las pantallas buscan ajusticiar la fibra kissera. El final está cerca luego de un logo dorado de Kiss que parece eterno. Y llega el clásico cierre con Rock and Roll all Nite, y los confeti rojiblancos que no dejan ver el escenario y aparece el broche de oro: Paul Stanley, antes de partir su guitarra contra el suelo -con detonaciones al unísono pero sin fuegos artificiales en el cielo- besa su guitarra y muestra a cámara la marca del lápiz labial dejada sobre el plástico. Sí, es el último beso.

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