Primero, y al mejor estilo marxista, como le hubiera gustado al autor, una caracterización. Conocido y reconocido mundialmente por sus películas, es justo y necesario decir que, por sobre todo, Pasolini fue un poeta que navegó en la lengua con heroicidad de argonauta. Desde esas alturas se manifiestan el novelista y luego el cineasta. Pero hay mucho más porque en este nuevo libro de El Cuenco de Plata se despliegan su pasión política, su atea religiosidad y su avidez intelectual, lo que nos permite apreciar, en pleno funcionamiento, a uno de esos poquísimos artistas que pueden llevar adelante un programa estético personal y paralelamente realizar un minucioso análisis crítico, no solo de su propia obra sino del momento político-artístico en el que acontece. Esto, queda a las claras, fue así en cada momento de su corta vida, como lo testimonian estas entrevistas y debates en las que Pasolini expone tesis, elabora conceptos y desarrolla teorías, pero en las que fundamentalmente se expone, tanto en el plano técnico, develando cómo se aprende haciendo y siendo fiel a sus propios valores, como en el personal, aventurando caracterizaciones que lo llevan a plantearse a cada momento para qué, o mejor dicho para quién, hacer cine.
Pasolini despliega su atea religiosidad y su avidez intelectual, lo que nos permite apreciar, en pleno funcionamiento, a uno de esos poquísimos artistas que pueden llevar adelante un programa estético personal
En sus comienzos como cineasta Pasolini adopta, con una brutal honestidad intelectual que siempre merece volverse escuela, una actitud por él mismo denominada “gamsciana”, es decir “populista” –expresión que rebota por todas partes en nuestra cotidianeidad política– para construir un cine realista, que exprese al pueblo, con formas simples y personajes extraídos e interpretados por gente común del subproletariado del sur italiano o, si acude a actores, aquellos que saben encarnar ese sentir: como Totó. De ese período, Accattone, Mamma Roma o Pajarracos y pajaritos son obras emblemáticas. Pero en 1967 Pasolini observa proféticamente que la diversidad de lo popular está siendo arrasada por un discurso consumista que nos sumerge a todos en un mar pequeño burgués. Queda testimoniado aquí el profundo cambio que Pasolini opera en su propio ser, artística y políticamente, para dirigir todo su interés a un proceso de disección de la sociedad de su tiempo, metiendo mano en la historia y mostrando la brutal conducta de la sociedad de clases, pero ahora desde el lugar de los poderosos, empezando con la enigmática Teorema y acabando con Saló, o los 120 días de Sodoma, su último film, cuya perversa corporeidad política lo siguen ubicando entre lo más convulsivo de la historia del cine.
Hace algunos días asistimos –con poco asombro, es justo decirlo– al triunfo de la ultraderecha en Italia, la tierra de Pier Paolo. La fuerza que será gobierno hace suyas las peores y más violentas consignas políticas del fascismo y –gigante paradoja– con el voto de amplios sectores desposeídos. Sabemos también que es un fenómeno que viene pisando fuerte –y no hay metáfora aquí– en todo el planeta. En este contexto, las páginas de este libro adquieren una contemporaneidad y potencia apabullantes.