CULTURA
Crítica

El cazador oculto

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Hace un mes, Enrique Vila-Matas publicó Montevideo (Seix Barral), y allí cita una fracción de este texto antes de que ambos tomen forma de libro. Espejo sobre espejo, las escrituras reflejan su carácter original antes de ser lectura en la memoria del lector con la predicción de una certeza: no se puede pensar en el adentro con la lógica del afuera.

En la mitad geográfica de La otra vida. La mitad es decir: en el inicio meridional de su propia enunciación, se retroalimenta con la lectura del lector y hay un regusto, un misterio que dice: la fantasía es espacio de salvación. Y en la intimidad temporal del lector aparece una frase sin estridencias: la lectura del siglo XXIII es un espectáculo (de tierras adentro), no importa si existe el siglo por venir, esto se trata de escritura. 

La otra vida es indivisible de La otra caja, que tiene seis caras, una de ellas es la tapa que existe para estar cerrada, la caja mental. Mientras que el otro son apariciones o mojones extraviados en una frontera que se fuga. Laiseca, Fox, Ithacar Jalí, Bellatin, Murasaki Shikibu, monstruos sin mediaciones, son animales liberados. ¿Regusto de referencias? ¿Qué es escribir sino una trampa dentro de la caja de resonancia que no sabe del silencio hasta el final de la vida? Y quizá la voz siga su curso, luego de la muerte o cerrar el libro.

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¿La Amalia niña de José Mármol es la cautiva de un padre perverso que la entrega por oro? A las encíclicas de la enseñanza literaria también les espera su propia explotación humillante

¿El lector debería estar decapitado antes de leer? ¿La Amalia niña de José Mármol es la cautiva de un padre perverso que la entrega por oro? A las encíclicas de la enseñanza literaria también les espera su propia explotación humillante. Ni método, ni artefacto, lo que avanza es la devastación de una crítica sobre la crítica que no se escribe. Y en esa trampa incluyo este texto. 

Surge, como así, la pregunta sobre si ese hallazgo no remite a la cuestión primitiva del hombre solitario, del cavernario que enfrentaba la brutalidad de la especie cuando comenzaba el lenguaje como diferenciación y, también, salvación para no ser extintos. A la vez, dicha estrategia estableció la orden antes que cualquier orden, la supremacía de la voz de mando. De ahí que Luppino hace bailar al nazismo vaciado. 

El efecto de este libro demanda la aproximación a lo mental como material (madero de náufrago), sin ser cómplice ni canalla de la simulación del intelecto. El dejarse llevar es tomar como suyo El frasquito de Gusmán: desde la repisa de la biblioteca somos testigos lúgubres de la trampa, falsos hijos de una madre (lengua), partícipes necesarios de una pésima traducción, traidores de los propios sueños.

El mecanismo de lectura hace su guerra por la independencia y pervive, está en constante fluctuación, deshace la patria. Este libro parece un laboratorio de ensayos pero no lo es. Sí existe el riesgo de la aparición del ignorante: que lo lean sin leerlo. Pero eso ya viene en la etiqueta de una obra. El que no sabe leer no es lector, solo es un testigo pasajero de su propia decadencia. Luppino se agazapa en la espesura de los que leen para otro lado, viene por más.