El pasado 30 de julio, en cierta mansión de Miami, quemaron un dibujo de la artista mexicana Frida Kahlo. El suceso, conocido el lunes pasado, desató un escándalo en el mundo del arte. Las publicaciones Vice, The Art News Paper y Artnet, entre muchas otras, dieron cuenta del hecho. En síntesis, si la obra de un artista es su extensión hacia lo universal en la cultura humana, la destrucción de un fragmento no es más que el sacrificio de toda ella. Esta afirmación parece exagerada, pero convengamos que aparece un interrogante: ¿quién más que el artista tiene la autoridad para descartar algo de su producción? Exacto, nadie. Podemos colegir que este argumento motivó la desobediencia de Max Brod respecto a la destrucción de la obra de Kafka.
Pero Kahlo no tiene un Brod que la proteja. Murió hace 68 años, y el mercado del arte (el mercado en sí) convirtió fracciones de su obra en un parque temático: ropa, carteras, zapatos con su imagen y hasta una Barbie Frida en venta desde 2018. El año pasado Sotheby’s vendió en 34,9 millones de dólares el autorretrato Diego y yo. Es decir, la imagen de Frida atravesada por el sufrimiento es un activo valioso, un verdadero capital simbólico. En ese marco, Martín Mobarak (empresario mexicano y creador de la criptomoneda AGCoin) quemó el dibujo Fantasmones siniestros, fechado en 1944.
El objetivo: crear 10 mil NFT (token no fungible), ofertados en el mercado de activos digitales a 3 Ethereum cada uno, algo así como 4 mil dólares, que de venderse por completo implicarían 40 millones. Mobarak exhibió un certificado de originalidad con un valor de 10 millones. Los especialistas dudan que fuera un dibujo original ya que la obra de Frida está plagada de falsificaciones. En cuanto al valor también lo notan exagerado. Para darle un marco de beneficencia, el empresario prometió repartir donaciones en instituciones diversas, incluyendo mexicanas. Aquí es donde lo inverosímil conjetura la realidad.
En fridanft.org, el sitio web de esta “movida”, se encuentran los detalles técnicos sobre la venta en versión digital del dibujo, así como las justificaciones teóricas. Entre ellas, un reportaje al responsable y el video síntesis del acto de “inmortalización en el metaverso” de la obra de Kahlo. En este, Mobarak luce como una rara mezcla de Tony Montana, Chili Palmer, Vincent Vega y Daddy Yankee, frente a una piscina con agua límpida e iluminada, modelos en traje de baño de hace sesenta años, mariachis, una danza del fuego, agentes de seguridad y decenas de invitados que registran con sus dispositivos móviles la teatralidad hasta el incendio de Fantasmones siniestros. El montaje de las imágenes remite a los videos de ejecuciones que utilizaron los terroristas de ISIS. A su vez, tal estética instala la sospecha de lavado de dinero.
Corresponde al feminismo reflexionar sobre el martirio de la obra de una artista, de una mujer. Y también la necrofilia: se trata de una mujer muerta. ¿Acaso la desaparecen como un espectáculo? Damien Hirst quemará el mes que viene 4.581 pinturas que vendió como NFT. Hace un año, el colectivo BurntBanksy quemó un dibujo del artista que se convirtió en NFT. Pero ambos están con vida, tienen pleno derecho sobre sus obras. El arte digital, sin dudas, muestra un lado pirómano fantasma, faz perversa. ¿Acaso quemarán a un artista para que su obra adquiera valor en el mercado digital?.