CULTURA
Pensador de la Ilustración

Filosofía en 3 minutos: Voltaire

El gran escritor, historiador y filósofo francés se burla del optimismo a través del Dr. Pangloss, uno de los protagonistas de su novela Cándido o El optimismo.

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Voltaire | Cedoc

Como dice Kant o Deleuze: la filosofía se encuentra en las antípodas del sentido común. Esta afirmación puede resultar extraña, porque suele apelarse al sentido común como una racionalidad o una facultad infalible, al menos cuando todos los demás argumentos fallan. Pero en filosofía, de hecho, aquello que nos sirve en la vida práctica carece de interés o, en todo caso, es un fenómeno (como otros) que se presta para la investigación. El optimismo, por ejemplo, tan arraigado en el sentido común contemporáneo, tiene muy pocos amigos entre los filósofos. Por el contrario, el pesimismo alberga en sus filas a ilustres pensadores de la tradición cuya influencia ha sido decisiva en diversos campos, como sucede con Hobbes, Locke, Schopenhauer o Voltaire. Este último, sin ir más lejos, se ha burlado abiertamente del optimismo a través del Dr. Pangloss, uno de los protagonistas de su novela Candide ou l'Optimisme, publicada en 1759.

Pangloss expresa un optimismo recalcitrante que tiene su raíz filosófica en el pensamiento de Leibniz, más concretamente, en el Ensayos de Teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal (1710), muy posiblemente la máxima obra que se ha escrito en defensa del optimismo. En ella Leibniz emprende la justificación del mal en el mundo, y por lo tanto de la Creación, argumentando que “vivimos en el mejor de los mundos posibles” (es decir, todo otro mundo sería peor) sobre la base de la infinita bondad de Dios, de modo que la existencia del mal debe juzgarse con relación a la totalidad del proceso universal y no respecto de eventos particulares. En otras palabras, el mundo creado por Dios no es el menos malo de los mundos posibles (que son infinitos para Leibniz) sino el mejor de los posibles, el que alcanza el mayor grado de perfección posible, en la medida que no existe todo lo meramente posible.

Voltaire tenía razón

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Esta doctrina teológica del optimismo, bastante más compleja de lo que parece, más de medio siglo después de su  difusión es sometida a una divertida sátira por Voltaire, que era ateo, a través de Pangloss. Rápidamente dicho, el lema que lo guía en su vida, rica y muy variada en desgracias y catástrofes, podría resumirse en el refrán popular “No hay mal que por bien no venga”. Para él, pese a todos los infortunios que sufre, todo marcha bien y todo responde a una lógica de la bondad del proceso del mundo, a una “teodicea” que justifica el mal como un episodio menor en el conjunto de la Creación. Sin embargo, hacia el final de la novela, Pangloss confiesa que no cree en ese optimismo a ultranza al que se aferra, aunque alguna vez creyó. Por lo cabe suponer que la doctrina de Leibniz termina siendo para Pangloss sólo una técnica para soportar todos las espantosas adversidades de su vida.

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Desde la novela de Voltaire, el término “panglossianismo” se usa para nombrar todo optimismo que no se funda empíricamente sino en inclinaciones de temperamento, presupuestos indemostrables o creencias. También para designar toda actitud que encuentra, al fin y al cabo, una “evolución” en la historia humana en todos los aspectos y un “progreso” más o menos constante en sus condiciones de vida. Evidentemente el sentido común contemporáneo es panglossiano, quizá como una forma de justificación de un modo de vivir o –como al fin le ocurre a Pangloss– como una postura conveniente para afrontar las penurias y los infortunios. Incluso, desde cierto punto de vista, es comprensible y razonable que muchos se esfuercen para “ser positivos” en un mundo que raras veces ofrece oportunidades para ello.

Voltaire, en cambio, consideraba que Pangloss era simplemente estúpido, un filósofo pueril. Con el tiempo, sin embargo, el planglossianismo ha logrado que se descalifique a buena parte de la filosofía por declararse pesimista. Como si esto fuera una imperfección, una falta de tacto, una especie de misantropía, de mal gusto o de error, cuando se necesitaría –dados los tiempos que corren hacia no se sabe dónde– un poco de estímulo, de positividad, de alegría, de técnicas para disfrutar de la vida. Así están las cosas. Por el momento, hay que distinguir a la filosofía de los libros de autoayuda y, sobre todo, al pesimismo filosófico (como el de Voltaire) del optimismo sin fundamento alguno.

 

*Doctor en filosofía, escritor y periodista

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