CULTURA
Modisto y erudito

El desconocido fanatismo de Karl Lagarfeld por la literatura

Además de haberse convertido en unos de los zares de la moda, el excéntrico diseñador fue un lector voraz que llegó a tener una biblioteca con 300 mil títulos. Galería de fotos

20190220 Karl Lagerfeld y sus libros
Karl Lagerfeld y su colosal bibiblioteca, nutrida por 300 mil títulos. | cedoc perfil

Dentro de la vasta pléyade de excéntricos que deambuluan por el mundo, pocos pertenecen a la nobilísima extirpe de los sofisticados radicales, entre los cuales fulguró con luz propia –primus inter paresKarl Otto Lagerfeld (1933-2019), modisto y sibarita en quien se cumple sin mácula un antiguo adagio: la excentricidad no se cultiva, se asume como una preciada pertenencia.

Diseñador, esteta, fotógrafo y videoasta, su figura global es llorada como el diseñador de moda por excelencia de Chanel, Fendi y hasta su propia marca, pero lo que resulta menos conocido es su decantado gusto literario, exquisito como pocos y exigente en sus alcances. Alguna vez, frente al mítico cuestionario Proust de Vanity Fair, declaró con autoridad ante la pregunta por sus escritores predilectos: “¿en qué lengua? Prefiero siempre a los poetas: Emily Dickinson en inglés, Rilke en alemán, Mallarmé en francés y Leopardi en italiano. No hablo otras lenguas y no creo en la traducción de poesía”.

Vistiendo por décadas cuellos altos de camisa inspirados en uno de los personajes de Robert Musil en El hombre sin atributos –y con gafas negras a manera de burka– Lagerfeld fue un producto creado por Lafegerfeld, sellado a fuego por la ironía y la insolencia, alejado de cualquier mensaje contenuttista y sin embargo, consciente de que lo más profundo está en la piel, que es el vestido: “me gusta proyectar una imagen de superficialidad. No me interesa ser serio. Disfruto decir estupideces y comportarme de manera vacua porque nada es más aburrido que un intelectual”. Lagerfield encarnó la figura del esteta soberano inmerso en la cultura pop con un sello personal: ni frívolo ni intelectual sino todo lo contrario.

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Erudito en literaturas europeas del siglo XV, XVI y XVII –así como respetado en el mundo del coleccionismo por poseer una biblioteca de más de 300 mil volúmenes– entre sus lecturas apreciadas se cuenta la Poesía vertical de Roberto Juarroz (“adoro al poeta argentino, no lo conocí personalmente”); The sense of beauty de George Santayanna (“mi biblia filosófica, jamás se tradujo al francés. La única persona con quien podía hablar al respecto era Gore Vidal”); Obras completas de Spinoza (“autor de la frase que guía mi vida toda decisión es un rechazo”); El año del pensamiento mágico de Joan Didion (“obra maestra absoluta”), Las oraciones fúnebres de Bossuet, los cuentos de Borges (“lo leí en francés y en inglés, está muy bien traducido”); Béatrix de Balzac (“con este libro aprendí francés”) y Los Buddenbrook de Thomas Mann.

Entrevistado de lujo, sus comentarios incisivos, lúcidos, ingeniosos y despiadados dieron mucho de que hablar, sobre todo por venir del corazón de la experiencia y la paradoja: “experimento placer físico en la venganza, a menudo de una manera viciosa”, “no me gusta actuar porque mi vida es ya una pantomima de cualquier manera”, “nunca he votado en la vida y si lo hiciera sería por mi mismo porque me conozco absolutamente y puedo mentirles a los otros pero no puedo mentirme a mi”, “prefiero a las escorts de clase alta. No me gusta acostarme con la gente que verdaderamente amo. El sexo no puede durar, pero el afecto es para siempre. Esto funciona para los ricos, los demás tienen el porno”, “Nunca me drogué en la vida, prefiero ver cómo las drogas afectan a los otros”.

En una de sus iluminaciones, Emil Cioran se referió a Jorge Luis Borges como el último de los delicados, empero, el maestro rumano una vez más equivocaba: el último delicado fue un europeo extravagante, proclive al sibaritismo umbrío, la sobriedad extrema y la pasión lectora: “he conocido la dicha porque he sido un alumno de Spinoza”.

Rafael Toriz